Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer.
Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos.»
Sus discípulos le respondieron: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?»
Él les preguntaba: «¿Cuántos panes tenéis?» Ellos le respondieron: «Siete.»
Entonces él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente.
Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran.
Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas.
Fueron unos 4.000; y Jesús los despidió.
Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá (San Marcos 8,1-10).
COMENTARIO
Marcos no parece misterioso en su Evangelio, sino contador simple y sencillo, casi en titulares, de unos hechos visibles que ocurrieron en la vida de Jesús, y ahora son audibles por su proclamación en la Palabra. Pero tiene más, mucho más. Él sabe que la vida está en la fe y comprensión del signo que se hace presente en nuestra alma por su palabra.
En el lenguaje de los Evangelios, estos hechos que producen vida al contarlos y creerlos, son Palabra de Dios, “rémata” dice el griego, los hechos empalabrados que ha elegido el Padre de las luces para dar por la fe en ellos salvación. Son el Evangelio, simplemente.
Marcos es un experto en proclamar lo mínimo pero suficiente, sin contexto teológico propio o de su iglesia local. Solo misterio completo incluso con la cábala y las palabras clave de los primeros cristianos. Sabe que la Palabra de Dios actúa en esas “rémata” y le basta. El resto lo ponemos nosotros los oyentes, pero con sus claves. Usa palabras y números totalmente sacramentales. Y quizás sea el sentido de contarnos esta segunda multiplicación de los panes cuando había contado otra solo dos capítulos antes (Mc. 6,30), con números distintos, pero también números que incluso repite unos versos después de lo que leemos hoy, (Mc. 8 14-20)
Palabras claves del Evangelio de hoy para pensarlas despacio:
—“Mucha gente”. La Iglesia empezaba a crecer.
—Eran pobres, “no tenían qué comer”, ni habían previsto aquel encuentro extraordinario que los entretuvo: Jesús haciendo signos y predicando. Vienen de lejos y si la Iglesia no cuida de ellos, pueden desfallecer en el camino.
—Tres días con Él, como tendrían que permanecer después los discípulos para ver su gloria de resucitado.
—Los discípulos sirven. No reciben gloria ni dinero. Solo valen los que sirven. Aunque no entiendan cómo “saciar de pan” (no conocían la eucaristía) con siete panes (sacramentos) a cuatro mil hombres.
—Acción de gracias y ¡hasta saciarse! Parecía imposible a los apóstoles aunque habían dado de comer a 4.000 hombres con cinco panes y dos peces, y sobró. Más misterio aún ¿Qué hicieron con las siete espuertas? ¿Lo reservaron como en un Sagrario?
— 4 es el número cabalístico judío del hombre que vive en los 4 elementos de este universo. 4.000 son todos los hombres justos en todos los tiempos y en 4 elementos, agua, aire, tierra y fuego. 3 es el número de Dios. 4+3=7 panes, suma de Dios y el hombre en el pan y los sacramentos. 4×3=12 apóstoles para unir dios y hombres.
A veces el Evangelio no es la Noticia de buenas ideas, sino que transmite la fuerza que produce y alimenta la vida del Espíritu en nosotros. “No solo de pan vive el hombre”. Marcos nos dice que Jesús no quiso que viviese aquel gentío de su palabra solo, —que pudo hacerlo, y lo hace en el cielo—, sino que también les dio pan y peces, con palabra de Dios, hasta hartarse ¡Quién pudiera ser esa gente! Para ver con los ojos, porque en realidad de fe, en el Espíritu, somos igual o más, ya que el pan que Él nos da es su Cuerpo y su Sangre. En Él nos saciamos y sobra.
Marcos lo hace con los elementos culturales, literarios, imaginativos, y sorpresivos que tenían los evangelistas a su alcance. La concepción del universo físico y del hombre en él, no era la misma que la nuestra, pero llegan a un resultado válido siempre: la compasión de Dios interviene en nuestro mundo espiritual y físico, en nuestra hambre y en nuestra saciedad. Dios, con su compasión y su poder, está cerca de los que lo buscan, sea por interés, por necesidad o por amor. Aquellos cuatro mil estaban allí por sus enfermos, su necesidad de doctrina y su hambre de todo. Y Dios, en su Hijo compasivo, también estaba allí, y también la Iglesia para ayudar a saciar a la gente, con el pan que sale de las manos de Dios.
Lo que más marcó a todos fue la compasión de Jesús. Nadie le había pedido panes, sino palabra y curaciones, pero Él conoce la necesidad del hombre, Él sabe de dónde viene cada uno y que trae encima su “cadaunada”, algunos de lejos y a punto de perecer de frío y de hambre por Él. Y sus ojos de amor traicionaron a la razón y mesura de los apóstoles. Él “sintió com-pasión”, se hizo compañero de sus padecimientos. Y aprendieron aquellos hombres, gentes y discípulos, la petición más repetida en la Iglesia de todos los tiempos, como una flecha corta y directa al corazón de Dios. ¡KYRIE ELEISON! Señor, ten piedad, compadece.
El verbo que usa Marcos aquí, es aún más tierno que el “Eleison”. Dice que “se conmovieron sus entrañas, (splagnízomai), como las de una madre cuando ve a su hijo con falta de algo que no sabe ni pedir. Si me miras—pensará—, con esa compasión tuya, sabrás mejor que yo lo que me falta para llegar, entender y quedarme con lo que Tu me des tranquilo, en el lugar del encuentro.
Ser solo gente, niño o enfermo, en el reino de Dios tiene sus ventajas. Solo hay que mirar al cielo y aprender a esperar.