Así inicia Benedicto XVI su Mensaje para este DOMUND: “La celebración de la Jornada Mundial de las Misiones de este año adquiere un significado especial. La celebración del 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización contribuyen a reafirmar la voluntad de la Iglesia de comprometerse con más valor y celo en la misión ad gentes, para que el Evangelio llegue hasta los confines de la tierra” (n. 1).
La iniciativa de Benedicto XVI de convocar el Año de la Fe y su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND 2012) ha inspirado al Consejo Nacional de OMP el lema “Misioneros de la fe”, que tiene sabor evangélico y evoca el trabajo evangelizador de los misioneros y misioneras.
Las situaciones dramáticas de pobreza, enfermedad, confrontaciones bélicas, etc., con las que los misioneros se tienen que enfrentar en cada momento hacen que estas atenciones humanitarias y evangélicas puedan empañar la verdadera y genuina razón de su presencia en los territorios de misión: comunicar la fe, en la certeza de que esta “se fortalece dándola” (RM 2). Por eso, el mejor título que puede otorgarse a un misionero es el de ser “misionero de la fe”. Muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, matrimonios e incluso familias enteras y laicos dejan sus países para trasladarse a otras Iglesias con vistas a testimoniar y anunciar la fe. A la vez, y sin separación posible, “el anuncio del Evangelio se convierte en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida en cada una de sus etapas” (Benedicto XVI, Mensaje para el DOMUND ).
El Evangelio hace continuas referencias a la fe como don que hay que pedir. A nadie se le puede imponer. Jesús mismo llama a esta fe respetando la decisión de cada uno. Se llega a la fe cuando la persona se adentra en el conocimiento y en la aceptación de la Persona de Jesús y de su mensaje. Entonces el creyente “se abre” a los nuevos planes de Dios mediante la primera conversión y la incorporación a la familia de los fieles por medio del Bautismo.
Este proceso e itinerario es largo y laborioso. Tanto, que el Evangelio relata en algún momento las dificultades inherentes al acto de fe y la necesidad de fortalecer la fe propia, a pesar de las posibles resistencias. Un padre suplica al Señor la curación de su hijo, ante la ineficacia de otras “terapias”, con estas palabras: “Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe». Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe»” (Mc 9,22-24). Los mismos discípulos, ante sus incertidumbres para aceptar lo que veían y oían, le suplican: “«Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería” (Lc 17,5-6).
Esta es la tarea de los misioneros, que, con sus palabras y, sobre todo, con su testimonio de su vida, comunican la fe a aquellos que libremente han mostrado el deseo de conocer y seguir al Maestro. Comunicar la fe no es solo dar a conocer una persona o un mensaje, sino también y, a la vez, llamar al asentimiento. Esta llamada del misionero, que respeta la libertad de cada persona y las etapas de la conversión, tiene siempre en cuenta que “la fe nace del mensaje que se escucha” (Rom 10,17), porque “es la Palabra oída la que invita a creer” (EN 42).