“En aquel tiempo, atravesó Jesús en sábado un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: – «Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado». Les replicó: – «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes de la proposición, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».
(Mateo 12, 1-8)
El Señor les dice a sus discípulos, y por tanto nos lo está diciendo hoy a nosotros: “quiero misericordia y no sacrificio”, y con esta Palabra le sacamos todo el sentido al evangelio de hoy. El Señor, para ser misericordiosos, lo plantea muy claramente en su primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”.
Para amar a Dios nos basta conocerlo, intimar con él en la oración. El profeta Oseas ya nos lo decía: ”Porque misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6:6). Si somos misericordiosos no juzgaremos a los demás, que es lo que los fariseos se limitaron a hacer con los discípulos de Jesús. Si lo pensamos bien, muchas veces juzgamos a las personas de nuestro alrededor sin conocimiento de sus necesidades ni sus motivaciones, y en parte para justificarnos ante nosotros mismos de nuestras faltas y de nuestras omisiones.
Por otra parte, si estamos llenos de la misericordia que el Señor ya ha derramado sobre nosotros, no necesitaremos grandes sacrificios para cumplir con su voluntad para cada uno de nosotros. El Señor ya nos dice: “mi carga es ligera y mi yugo es suave”. Lo que Él necesita de nosotros es que tengamos un corazón contrito y humillado.Y esto solo será posible si en nuestro interior habita el espíritu de Dios -eso un cristiano lo siente, sabe cuando está lleno de su Espíritu-. Sabemos lo mucho que nos cuesta hacer buenas acciones cuando contamos solo con nuestras propias fuerzas.
Y de cara a nosotros mismos y nuestro entorno -empezando por nuestra familia- respetemos el descanso del domingo que nos regala el Señor, evidentemente esto no es óbice para que el domingo realicemos cualquier obra de misericordia que necesite alguien a nuestro lado, tampoco es impedimento para que le llevemos el mensaje de salvación que nos ha dado el Señor.
Por otra parte, conviene recordar que no hay que preocuparse tanto, en estas vacaciones, de alimentar nuestro cuerpo -llenarse de “sensaciones”, algo que está tan de actualidad-, `porque esto solo nos llena o satisface momentáneamente. Empleemos nuestro tiempo de descanso en alimentar nuestra alma con el alimento que nos llena plenamente, alimento para la eternidad.
Tengamos en cuenta, por último, que al final de nuestros días, cuando nos presentemos ante el Señor, nuestro Padre, éste no nos va a preguntar por el cumplimiento de las reglas sino por el amor que hayamos dado a los demás, reflejo del que El nos ha dado.
Y haciendo referencia a lo que nos dice el papa Francisco como ayuda para llevar todo esto a la práctica, diré: “Estoy en el camino del buen cristiano si hago lo que viene de Jesús o me lleva a Jesús, porque El es el centro”.