La impresionante fotografía de los tres millones de jóvenes peregrinos durmiendo en la playa de Copacabana, con la que abría la portada del diario O Globo de Río de Janeiro el 28 de julio de 2013, quedará para siempre impresa en nuestras retinas como el símbolo del triunfo de la fe y de los jóvenes del Papa.
“Esta es la juventud del Papa” es uno de los eslóganes que con más frecuencia hemos cantado y escuchado cuantos hemos tenido la gracia y la dicha de participar en la JMJ de Río. Sí, en efecto, los jóvenes católicos nos han dado, una vez más, un ejemplo de intrepidez y parresía evangélica a todos.
¿Por qué y para qué hemos peregrinado a Río de Janeiro jóvenes de todos los rincones de la tierra?, ¿para hacer turismo? No, evidentemente no. Aunque Brasil sea un país ciertamente apetitoso para visitar y disfrutar de sus innumerables ofertas turísticas, uno no se embarca en una aventura como la que hemos vivido, pasando frío, durmiendo en el suelo, haciendo dieciséis horas de autobús, etc., por vivir un aventura americana. Sobre todo si has tenido que apostar por ahorrar durante dos años el dinero necesario para pagarte la peregrinación y has optado por sacrificar las vacaciones u otros compromisos personales para estar presente en la JMJ.
Entonces, ¿por qué y para qué hemos peregrinado a Río de Janeiro? A la Jornada Mundial de la Juventud celebrada allí este año, los jóvenes han peregrinado por la fe, para vivir una experiencia de fe y ser portadores de ella, en sus ambientes y trabajos, en sus ciudades y comunidades.
Con las palabras por la fe, el autor de la Carta a los Hebreos (cap. 11) señala, en diecisiete ocasiones, las obras realizadas por los grandes testigos de la fe a lo largo de la historia de la salvación. Por la fe, el Papa emérito Benedicto XVI en la Carta Apostólica Porta Fidei (PF) nos presenta, completando el relato bíblico, la peregrinación de la fe, desde la Virgen María hasta los últimos testigos contemporáneos nuestros: “Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (ver Ap 7,9; 13,8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de ser cristianos en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban”, invitándonos, también a nosotros a “vivir por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia” (PF, 13).
Los jóvenes que han peregrinado a Río de Janeiro para participar en la JMJ acompañando al Papa Francisco lo han hecho por la fe, nada más y nada menos. A la hora de buscar la clave para interpretar este acontecimiento eclesial, solamente se puede encontrar una respuesta: los jóvenes católicos han peregrinado por la fe. Las JMJ son esencialmente una profunda vivencia y experiencia eclesial de la fe, como lo ha testificado el Papa Francisco en su primera Carta Encíclica Lumen Fidei al hacer la siguiente afirmación: “Todos hemos visto cómo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud, los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (n.º 53).
La fe crece cuando se comparte y se da. Benedicto XVI nos recordaba, en efecto, que “la fe solo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios” (Porta fidei, 7).
Las JMJ son un ámbito eclesial propicio para verificar esta afirmación del Papa. La JMJ de Río ha sido una experiencia profunda de fe y para la fe. ¡En cuantas ocasiones hemos escuchado en labios de los hermanos brasileños decir: ¡Vosotros, los peregrinos, sois para nosotros, Cristo mismo que nos visita! ¡Cómo no dar gracias a Dios por habernos hecho vivir en carne propia la comunión de la fe que atraviesa fronteras y continentes, que nos hermana con familias de todas las condiciones sociales (hemos dormido en favelas y en chalés de lujo, hemos compartido mesa y comida con hermanos ricos y pobres, ¡hemos compartido la misma fe!).
Sí, en Río de Janeiro, unidos al Pastor supremo de la Iglesia Católica, al que Santa Catalina de Siena llamaba el dulce Vicario de Cristo en la tierra, nos hemos sentido enviados por sus palabras: “Vayan sin miedo para servir”.
TESTIMONIOS
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¡Gritad junto a Dios!
JMJ: Jesús, María y José… ¡Ah!, ¿no? Pues a mí me parecía que sí. No soy joven y, sin embargo, me envuelven estas jornadas; no estoy en Brasil y, sin embargo, me siento junto a mis hermanos del mundo; no escucho el bullicio y, sin embargo, me absorbe el sonido de la alegría de la juventud de Dios…
Jesús, María y José, la gran Familia de Dios en aquella tierra de Israel… Mirad dónde os grita el mundo ahora, mirad. Lo llaman la JMJ para abreviar. Sí, me gustan las iniciales, me emociona que miles y miles se reúnan en vuestra búsqueda. Papa Francisco, ¡menuda se ha montado! Mis hermanos, los más jóvenes, quieren escuchar a Dios, necesitan esperanza… Cuando Él ponga las palabras en tu boca, no pares de gritar: a Dios le encanta estar entre tantos y tantos. ¿Recuerdas las llanuras de Tel Hadar?
Es grandioso verte con esas ropas blancas impolutas y al viento del continente americano. Tu sonrisa no es tuya, Dios te la ha prestado para sus queridos “niños”. Gracias, Francisco, fuiste elegido por Dios y deseo que el mundo vea en tus ojos los ojos de Cristo cuando reía. Eres risueño, como Dios en los días de la JMJ.
Emma Díez Lobo Madrid, 65 años. Comunidad Bíblica María Madre de los Apóstoles [/callout]
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“El Señor abrió mi oído y yo no me resistí”
Cuando fui a Brasil, lo que le pedía a Dios era tener el oído abierto… Y se me concedió escuchar. El Señor me fue dando muchas Palabras a lo largo de la peregrinación. En la Eucaristía con el Papa, la primera lectura hablaba de la elección de Jeremías y el momento en que Dios le dice “No tengas miedo”. Esa frase la sentí para mí.
Durante esa noche estuve hablando sobre esto, con un cura que nos acompañaba en la peregrinación. Me dijo que le pidiera una Palabra al Señor, y Él me la concedió al día siguiente. Celebramos la eucaristía, y en el versículo del Aleluya se proclamaba: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la Vida”. En ese momento supe que Dios ya había dicho todo lo que tenía que decirme y ahora era yo quien debía aceptar o no. Decidí levantarme [para ir al seminario] y decir sí a Dios, no solo porque sentía que era lo que Dios quería, sino también como signo de “tirarme a la piscina”. Lo hice asustado, y después aún lo estaba, pero tengo que decir que nunca en mi vida he tenido tanta paz ni me he sentido tan libre como en los días posteriores al encuentro.
Pedro de Andrés Madrid, 19 años, estudiante Parroquia de San Nicolás El Real (Guadalajara)
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“Se trata de dar, y entonces recibiremos”
Apenas ha pasado un mes, pero la huella que me ha dejado sé que permanecerá mucho tiempo. Con motivo de la celebración de la JMJ tuve la oportunidad de viajar a Brasil con tres semanas de antelación para colaborar como voluntario en ciertas instituciones ubicadas en la ciudad de Nova Friburgo, al norte de Río de Janeiro.
Las personas y las historias que conocí en la Casa de los Pobres de San Vicente de Paúl, o en el Psiquiátrico de Santa Lucía, incluso en el Colegio de niños «Cantinha Feliz» me abrieron los ojos, hasta el punto de comprender que la miseria y pobreza tanto material como espiritual que pude conocer, no son nada en comparación con la pobreza espiritual que padecemos en países tan desarrollados como el nuestro.
En un ambiente de escasez extrema y enormes dificultades, había enfermeras —como Mercedes, quien no cobraba nada— dedicadas a sus pacientes con asombrosa generosidad, simpatía y alegría. Capaces de arrancar una sonrisa de enfermos como Matheus, aquel discapacitado mental con parálisis en las dos piernas que hace sesenta años, siendo niño, fue abandonado en la vía del tren por su madre y rescatado por un pasajero; o Rosseline, quien hace tres años fue enterrada viva hasta la cabeza por su padre, debido a su deficiencia mental.
En conclusión, este viaje lleno de sorpresas y experiencias inolvidables me ha cambiado profundamente como cristiano que soy y, sin duda alguna, recomendaría a todos los jóvenes participar en algún voluntariado —no tiene por qué ser en Brasil o en África; en la ciudad donde uno viva también se puede—, dado que en la caridad es donde se aprende el verdadero significado del amor incondicional.
Guillermo Díez Guerrero. Madrid, 19 años, estudiante de ADE. Parroquia de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Aravaca (Madrid)
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“Con Él a mi derecha no vacilaré”
Fui a la JMJ porque quería encontrarme con el Señor. En otras peregrinaciones a las que he asistido, he acabado enfadado con Dios y renegando de la cruz por mi forma de ser. Mi mayor debilidad es el sueño, el cual me juega malas pasadas, porque me tapona el corazón y no siempre me deja escuchar a Dios. Esto hace que muchas veces el demonio me engañe.
La primera semana que pasamos en Brasil transcurrió todo el tiempo lloviendo. Sin embargo, al llegar el Papa, empezó a hacer un sol espléndido. Parece que Dios preparara esos días para todos. En la vigilia en Copacabana yo estaba muy cansado y, como siempre, quería irme a dormir, pero le dije a Dios: “Señor, sabes que tengo sueño, pero tú me has traído hasta aquí…”. Y aguanté hasta el final. Abandonarme en Dios me ayudó mucho. “¿Quieren construir la Iglesia? ¿Se animan?”, nos preguntaba Francisco. El responder que sí con sinceridad, impulsó mi corazón.
El demonio hace que yo todos los días, por situaciones de sufrimiento que no entiendo, reniegue de Dios y piense muchas veces que no me quiere; esto me hace entrar en un vacío fuerte. En esta JMJ, Dios me ha recordado que me quiere a pesar de mis rebeldías, que entiende mi sufrimiento. Tengo treinta años, trabajo, casa, coche, pero toda mi vida es una insatisfacción. “Ayúdame a hacer tu voluntad”, le pedí con insistencia y sé que lo hará.
Visitar el santuario de la Virgen de Aparecida fue uno de los mejores momentos. Recuerdo que ese día estaba yo enfadado. Cuando nos dijeron que nos abandonáramos en la Virgen y le ofreciéramos nuestros sufrimientos aunque no los entendamos, empecé a descansar. Al decirle “sí” al Señor, como María, sentí su amparo y supe que ella siempre intercederá por mí y mis sufrimientos. Fue un alivio tan grande que hasta me desapareció el mal genio.
Ignacio Boronat Albors. Alcoy (Alicante), 30 años, técnico en Electromedicina. Parroquia de San Roque y San Sebastian (Alcoy)
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“Se trata de dar, y entonces recibiremos”
Apenas ha pasado un mes, pero la huella que me ha dejado sé que permanecerá mucho tiempo. Con motivo de la celebración de la JMJ tuve la oportunidad de viajar a Brasil con tres semanas de antelación para colaborar como voluntario en ciertas instituciones ubicadas en la ciudad de Nova Friburgo, al norte de Río de Janeiro.
Las personas y las historias que conocí en la Casa de los Pobres de San Vicente de Paúl, o en el Psiquiátrico de Santa Lucía, incluso en el Colegio de niños «Cantinha Feliz» me abrieron los ojos, hasta el punto de comprender que la miseria y pobreza tanto material como espiritual que pude conocer, no son nada en comparación con la pobreza espiritual que padecemos en países tan desarrollados como el nuestro.
En un ambiente de escasez extrema y enormes dificultades, había enfermeras —como Mercedes, quien no cobraba nada— dedicadas a sus pacientes con asombrosa generosidad, simpatía y alegría. Capaces de arrancar una sonrisa de enfermos como Matheus, aquel discapacitado mental con parálisis en las dos piernas que hace sesenta años, siendo niño, fue abandonado en la vía del tren por su madre y rescatado por un pasajero; o Rosseline, quien hace tres años fue enterrada viva hasta la cabeza por su padre, debido a su deficiencia mental.
En conclusión, este viaje lleno de sorpresas y experiencias inolvidables me ha cambiado profundamente como cristiano que soy y, sin duda alguna, recomendaría a todos los jóvenes participar en algún voluntariado —no tiene por qué ser en Brasil o en África; en la ciudad donde uno viva también se puede—, dado que en la caridad es donde se aprende el verdadero significado del amor incondicional.
Guillermo Díez Guerrero. Madrid, 19 años, estudiante de ADE. Parroquia de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Aravaca (Madrid)
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“Somos un pueblo en fiesta”
La JMJ de Río 2013 ha sido para mí una peregrinación espiritualmente muy especial, ya que he recibido muchas palabras que han resonado dentro de mí, haciéndome descubrir cosas que no conocía. He podido salir de mi comodidad, de mí mismo, de querer ser el primero en todo para poder encontrarme con Cristo.
Me apunté a la peregrinación en el mes de febrero, cuando un sacerdote me invitó a ir. Yo le dije que estaba loco, que no conocía a nadie de mi edad, que no tenía dinero, que no quería que mis amigos pensaran mal de mí o me humillaran por ir a ver al Papa… ¡Vamos, que le puse mil excusas! Pero se lo comenté a mis padres y me convencieron para que fuera, así que, decidí apuntarme. Asistí a algunas reuniones en Valencia y, en la última de todas, antes de partir hacia Brasil, puedo decir que comenzó mi peregrinación. En ella nos pusieron un video con imágenes de Brasil, de otras JMJ anteriores, del Papa, con varias frases en fondo negro que decían: “No temas”, “Mira a Cristo cara a cara”.
Esto me ayudó mucho porque yo no puedo mirarlo a Él ni a la cruz, ya que me avergüenzo muchas veces de ella y de Cristo. Además me dio un mensaje muy esperanzador: que no tuviera miedo porque Él estaría conmigo en todos los momentos, buenos y malos. Tengo que decir que en general el viaje con la diócesis ha sido una pasada; he podido comprobar que la Iglesia es universal, que no hay que encerrarse en uno mismo, sino descubrir diferentes formas de experimentar la fe, y también que la Iglesia es joven. Saber que gente de mi edad comparte y cree lo mismo que yo es algo maravilloso. Los jóvenes católicos de Alcoy no estamos solos; hay muchísima gente formando conjuntamente este cuerpo que es la Iglesia.
Salimos hacia el aeropuerto de Barcelona después de realizar una vigilia de oración en la catedral con todos los jóvenes valencianos que irían a la JMJ y con el Arzobispo de Valencia, Don Carlos Osoro. Después de un larguísimo viaje en avión y autobús llegamos a Sao Paulo. Desde allí nos dirigimos a la ciudad de Jundiai, donde pasamos nuestra primera noche. Al llegar, celebramos una eucaristía. El sacerdote que presidía, natural de Aspe (Alicante), pero con muchos años en Brasil, nos formuló una pregunta que me quedó marcada: “¿De qué hablan hoy en día los jóvenes?”. Mi respuesta interior fue: “De pasarlo bien, sexo, fiestas y poco más, y Dios no aparece por ninguna parte”. Me di cuenta de algo en lo que hasta ese momento no había caído: que yo era uno de esos jóvenes, que mi actitud era la misma que la de mis amigos que viven alejados de la Iglesia. Dios ya empezaba a actuar en esta JMJ. Ahora sé que, gracias a esta peregrinación, Dios me ha permitido ver cómo soy y me anima a hablar de Él a aquellas personas cercanas a mí que no conocen a Jesucristo.
Al día siguiente nos dirigimos a Foz de Iguazú para ver las cataratas. En el viaje en autobús me tuve que sentar con un chico que no conocía. Fueron dieciocho horas sin hablar prácticamente con la persona que tenía al lado. Para mí fue un viaje duro, al que denominaron “el día del desierto” por las muchas horas que pasamos en el autobús. Ese día tuve ganas de volver a mi casa a sentarme en el sofá y ver la tele…; pero ahí veo lo bien que lo hace el Señor; gracias a esta pequeña anécdota pude dejar de lado el miedo a relacionarme. En algunos momentos de oración silenciosa le dije a Dios: “Tú sabrás lo que es mejor para mí. Ilumina mi vida”, y pasados los días, precisamente aquellos fueron los jóvenes con los que más relación tuve.
Pasamos tres días en Brasil, lloviendo y con frío. Lo más espectacular fue, sin duda, la visita a las cataratas de Iguazú. ¡Qué maravilla de creación ha hecho el Señor! Después pasamos gran parte del día en el bus para dirigirnos hacia Curitiba, donde nos acogerían familias de su parroquia. Nos recibieron con aplausos, cantando y bailando a los 144 peregrinos que entramos en el salón parroquial. Ver la alegría de esta gente, jóvenes, niños, ancianos… fue otra pasada que nos regaló el Señor. Esperaron horas hasta que llegamos, y aun así, no vimos ninguna queja en sus caras. Al contrario, estaban muy contentos de tenernos allí.
Junto con otros cuatro chicos del grupo fui acogido por una familia en su casa. Al llegar, todos —hermanos, nietos, sobrinos, hijos, etc.— nos recibieron con una amplia sonrisa. Cenamos copiosamente y estuvimos hablando un buen rato con ellos. Lo impresionante de esta experiencia fue cómo esta familia, sin conocernos de nada, nos dio de cenar, una cama para dormir, etc., y todo sin pedir nada a cambio. Fue increíble. ¡La misma actitud de Dios conmigo! Me di cuenta de que yo no hubiera podido acoger a gente extraña en mi casa y dejarles mi cama para que descansaran. Descubrí lo egoísta que soy muchas veces, sobre todo con mi familia.
Pasamos dos días prácticamente en bus hasta llegar a Río. Recuerdo que la parábola del sembrador se leyó un par de veces en esta peregrinación y he podido descubrir cómo en este último tiempo yo he estado en camino pedregoso. Justo donde prácticamente no hay raíz o ni siquiera puede crecer. Estaba “pasota”, sin escuchar lo que quería Dios de mí, viviendo mi fe de una manera rutinaria y sin poder orar silenciosamente en mi habitación. He visto que estaba seco, que estos meses simplemente he calentado la silla cada vez que iba a una celebración de la Palabra o a una Eucaristía. Mi vida no estaba yendo por el camino correcto, no vivía plenamente en Cristo y no escuchaba su Palabra al tener el corazón cerrado. Espero que esta JMJ sirva para empezar a sembrar en tierra fértil y poder vivir según la voluntad de Dios.
Toda la estancia en Río de Janeiro la pasamos en un humilde colegio donde acogen a niños de las favelas. En nuestro primer día visitamos el Cristo del Corcovado. En los días posteriores acudimos a todos los actos centrales de esta JMJ: asistimos primero a la bienvenida del Papa, al vía crucis y, por último, a la vigilia y la eucaristía del domingo. Nos movíamos en transporte público y algún que otro día rezamos el rosario dentro de ellos, lo que me impactó mucho, ya que muchos de los jóvenes con los que iba no tenían reparo en anunciar a viva voz en lo que creen. Como yo me estoy escondiendo siempre, para mí fue una de las cosas que más me ayudaron.
De todo lo que dijo el Papa, me quedo con las dos cosas que más resonaron dentro de mí: la primera, Francisco nos invitó en el vía crucis a coger nuestra cruz y no soltarla. A mí me asusta mucho la cruz, por eso agradecí estas palabras del Papa. Pude agarrar la cruz que llevo colgada al cuello y pedirle a Dios que me hiciera verla gloriosa. La segunda, fue el lema principal de la JMJ: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. Yo, ni me había fijado prácticamente en esta frase del evangelio de Mateo, pero el Papa en la eucaristía nos animó de nuevo a hablar de Él sin miedo a la gente que nos rodea, ya que Dios está con cada uno. Sentí que Dios me empuja a ello, aunque sea a mi manera…
“Dios tiene un amor infinito para ti, que no se agota, que no se desgasta o se rompe”, también fueron palabras que tocaron fuertemente mi corazón. Para mí, que estoy tan apegado a las cosas materiales, al afecto de las personas o incluso a mí mismo fue muy importante recordar que las cosas materiales se rompen y desgastan, y las personas fallan, pero el amor de Dios nunca defrauda.
Antes de abandonar Brasil, visitamos el santuario de la Bien Aparecida, donde pude rezar de rodillas delante de la Virgen y repetir las palabras que ella dijo al Señor: “Hágase en mí según tu voluntad”. Esto mismo espero, con la ayuda de Dios, poder repetirlo cada mañana.
Este viaje ha merecido mucho la pena. Está claro que, ya en casa, seguiré teniendo problemas, tentaciones…, pero gracias a esta JMJ he descubierto cómo soy. El Señor me ha hablado al corazón y deseo hacer su voluntad. Ya no quiero esconderme de ser católico ni guardar para mí el amor infinito de Dios. Me alegro mucho de formar parte de la Iglesia.
Marcos Blanco Valor. Alcoy (Alicante), 23 años, licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Parroquia de San Roque y San Sebastián (Alcoy)
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“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”
Nuestro itinerario comenzó en Asunción (Paraguay), donde el Señor ya tenía preparado para mí un auténtico regalo: vivir como un peregrino. Esta vez me tocó acompañar a un grupo de 57 personas provenientes de San Bernardino (California), de las cuales 48 eran jóvenes. Nos distribuyeron en dos autobuses y comenzó la aventura.
No podíamos dejar de hacer una visita al Santuario de Nuestra Señora de Caacupé, patrona de Paraguay, donde la muestra de cariño de su intercesión era más que evidente; comenzamos con una celebración penitencial y después visitamos el Santuario.
Lo siguiente fue conocer las ruinas de las misiones jesuitas, un testimonio del arduo trabajo evangelizador de aquellos misioneros que, dejándolo todo, se adentraron en el Nuevo Mundo. Aprovechando la cultura de los guaraníes, la llenaron de un nuevo y más rico contenido, poniendo a Cristo glorioso como el centro de su vida. Eso fue algo que me llamó la atención: para los guaraníes era incomprensible un Cristo crucificado, pero entendían perfectamente que comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo era hacerse uno con Él y, a la vez, la forma de alcanzar lo que Cristo había alcanzado: la vida eterna en el cielo.
Nos dirigimos entonces a Ciudad del Este, frontera con la ciudad argentina de Posadas, donde celebramos la eucaristía gracias a la generosidad de una parroquia llamada Inmaculada Concepción. Al acabar, proseguimos nuestro viaje hasta Foz de Iguaçú (Brasil), pasando por el impresionante espectáculo de sus cataratas. Una experiencia maravillosa. Allí, al comienzo del camino de descenso, rezamos Laudes, bendiciendo a Dios por su creación.
Volvimos al autobús para dirigirnos a São José dos Campos, donde el detalle curioso fue rezar en el templo de San Benito, que no era más que un edificio vacío, en pleno centro de la ciudad. Esto me ayudo a reafirmar que la Iglesia no son los templos, sino que nosotros, los que estábamos reunidos bendiciendo a Dios éramos realmente la Iglesia. Volvimos al autobús para ir a un lugar muy especial, el Santuario de Nossa Senhora de Apareçida, un santuario muy particular, muy grande, centro de peregrinaciones de todo Brasil, donde hacía unos pocos días había celebrado el Papa Francisco su primera misa en territorio brasileño. Visita muy emotiva para los que estuvimos delante de la pequeña imagen de la Virgen María. Allí celebramos de nuevo la eucaristía, donde a lo lejos escuchábamos cantos en diferentes lenguas: coreano, italiano…, mientras nosotros lo hacíamos en inglés.
Finalmente, llegamos a Río de Janeiro, la última etapa de nuestro peregrinar. El autobús nos dejó cerca de la Estación Central, desde donde caminamos al lugar de la Vigilia, que estaba programada para comenzar a las 19:00 horas. Caminamos cerca de diez kilómetros, acompañados por un río de gente, que con cantos, gritos y todo tipo de instrumentos, manifestaba la alegría de un pueblo en fiesta.
La Vigilia con el Papa Francisco no tuvo desperdicio. Con su lenguaje claro y sincero, estoy seguro que nadie puede decir que no lo entendió. «Jesús puede darnos algo más grande que la Copa del Mundo, puede darnos la Vida eterna», dijo precisamente en un país donde el fútbol y los carnavales son los acontecimientos que marcan el horario del pueblo.
La noche transcurrió como suele ocurrir en estos acontecimientos, ¡no hubo manera de dormir! La alegría de los jóvenes pudo más que mi cansancio. Así que a las 9:00 de la mañana comenzaron a sobrevolarnos los helicópteros del Ejército y en las pantallas empezó a transmitirse la llegada del Papa en el papamóvil, casi al descubierto, que iniciaba su recorrido pasando por el largo paseo marítimo de Copacabana hasta el lugar preparado para la celebración eucarística.
Fue una eucaristía muy animada, de ambiente festivo, con una invitación constante del Papa a no tener miedo a ser enviados para anunciar el Evangelio. Este fue precisamente el sello de esta Jornada Mundial de la Juventud en Brasil: el envío a la Misión, a compartir la alegría de ser cristianos.
Al día siguiente, el Camino Neocatecumenal celebró un encuentro vocacional, donde estuvimos presentes cien mil personas. El resultado fue impresionante, ¡cerca de tres mil chicos y otras tantas chicas respondieron con generosidad a la llamada de seguir a Cristo! De entre estos, seis chicas y un chico de nuestro grupo dieron «el sí» al Señor.
Finalmente me quede un día descansando en Río para volver a Boston (Estados Unidos) a rendir cuentas de mi peregrinación.
P. Miguel Ángel Bravo. Monterrey (México), 37 años. Presbítero en Missio ad Gentes en Boston (EE. UU.)
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