Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos,
os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios.
Porque dice: En tiempo aceptable te he oído,
Y en día de salvación te he socorrido.
He aquí ahora el tiempo aceptable;
he aquí ahora el día de salvación.
(2 Cor 6,1ss)
La ley natural que todos los hombres tenemos grabada en nuestro ser, nos dice que matar no es bueno, que nadie tiene derecho a quitar la vida a otro ser. La experiencia de muerte y el temor al sufrimiento, junto a la manipulación del lenguaje, modifican las ideas e incluso la propia conciencia y hacen a muchas mujeres decidirse por abortar.
Las consecuencias psicológicas y anímicas que aparecen después del asesinato son desidia, angustia, intranquilidad, desasosiego y amargura. El grito agónico de ese inocente golpeará en sus oídos toda su vida. Pero ¿tendrán la capacidad de relacionar su sufrimiento con el aborto? Y aquellas que puedan hacerlo, ¿tendrán la posibilidad de asumir una culpa tan pesada? Y las que puedan, ¿cómo harán para sentirse amadas? ¿quién les dirá a esas mujeres que su descanso está en Dios?
Necesitan la gracia del Espíritu Santo para sentirse perdonadas y queridas por Dios. Porque el maligno, después de seducirlas a abortar, las convencerá de que Dios no puede amar al que actúa así. Es lo único a que está dedicado, a convencernos de que Dios no nos ama. Y si no vemos el amor de Dios, nuestra luz es oscuridad.
Jesucristo, dejándose matar en la cruz y resucitando de la muerte, nos ha mostrado el amor del Padre. El que no perdonó ni a su propio hijo por nuestra salvación nos muestra el amor infinito que nos tiene. Ese mismo amor es el que tiene también por todas las mujeres que han abortado y que viven en la angustia. Descansad en Él y Él os aliviará, “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Jorge L. Santana