«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!”». (Mt 6,19-23)
Hoy es el día más largo del año, comienza el verano. Los entendidos nos explican que en el Solsticio de verano nuestro hemisferio está más cerca del sol debido a la inclinación del eje de la Tierra y que esa es la causa de que tengamos más horas de sol y menos de noche, de oscuridad.
Sepamos las causas o no, lo cierto es que con la luz experimentamos el gusto por la vida. El pianista A. Rubinstein en una época demoledora de su vida en la que le rondaba la idea del suicidio, decidió dormir de día y vivir de noche, como un ensayo de la muerte. Un día, después de unos meses sin ver la luz del sol, despertó por la mañana y salió a la calle. La alegría que experimentó no la olvidó jamás. La luz borró todas sus negruras interiores haciendo brotar en él un estallido de júbilo.
La fuente de luz de nuestro universo es el sol, sin él todo queda en oscuridad. Pero la ciudad a la que estamos convocados a vivir definitivamente no necesita del sol porque su lámpara es el cordero. Él, Cristo Jesús es la luz. Él, Cristo Jesús es el Sol que ilumina a todo hombre y le da calor.
Todos los días del año pueden ser luminosos si en nuestro horizonte aparece este Sol de justicia, Cristo Jesús. Dichoso aquel que tenga ojos para verlo, todo su ser estará iluminado y esta luz no podrá diezmarla la polilla ni la carcoma, esto es, nuestra pequeñez. Esta luz viene del Cielo, sana cuanto está enfermo y no nos la puede robar nadie.
¿Cómo ver esta luz? Como hizo el pianista, mirando al Cielo, dejando de vivir para nosotros y mirándole a Él. Romperá entonces tu luz como la aurora y toda tu vida será luminosa, no conocerá la noche.
Enrique Solana