«En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: “Escrito está: ‘Mi casa es casa de oración’; pero vosotros la habéis convertido en una ‘cueva de bandidos’”. Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios». (Lc 19,45-48)
Los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) presentan este relato con el mismo esquema y los mismos motivos al narrar las últimas jornadas de la vida terrena de Jesús. Precede al texto de hoy una manifestación mesiánica de Cristo, con la purificación del Templo. Las controversias con los judíos dan razón de los motivos por los que después Jesús será condenado, y el llamado discurso escatológico completa las enseñanzas. Después, los siguientes capítulos de los Evangelios cobran especial intensidad cuando relatan las últimas horas de Jesús, su ofrecimiento a la voluntad del Padre, su condena, su muerte y su resurrección.
Cualquier persona de fe, y también toda persona con buena voluntad, siente al leer este relato de la vida del Señor la capacidad de error y la falta de sensibilidad que, con no poca frecuencia, tenemos los hombres. Y, necesariamente, se admira ante Jesús, Dios Hombre, que muestra su coraje —su celo— para la defensa del trato con Dios, ese trato personal, absolutamente importante que exige también que el templo sea una casa de oración, un lugar para estar pendiente de lo que vale la pena, la palabra de Dios, de la cual se vive, mejor aún, se Vive. Y es lo que perdura.
Ante los nefastos y dolorosos acontecimientos que estamos viviendo estos días tras la masacre ocurrida en París, no me resisto a copiar una carta heroica, porque es un eco de lo que aquí nos enseña este Evangelio. La escribe Antoine Leiris, periodista francés de 24 años, que esperó hasta este lunes que su Hélène no estuviera entre las víctimas de los atentados de París del viernes por la noche. Sin embargo, lo llamaron para identificar el cuerpo. Esta es la traducción de su carta:
“El viernes me robasteis la vida de una persona excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo. Pero no tendréis mi odio. No sé quiénes sois y no quiero saberlo, sois almas muertas. No os haré este regalo de odiaros. No responderé con odio y cólera. No tendré miedo, no dudaré de mis conciudadanos, no sacrificaré mi libertad por seguridad. Habéis perdido. La he visto esta mañana después de días y noches de espera. Estaba tan guapa como cuando se fue, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de doce años. Por supuesto que estoy desbastado por el dolor. Os concedo esa pequeña victoria, pero durará poco. Sé que ella nos acompañará todos los días y que nos encontraremos en el paraíso de las almas libres al que nunca podréis acceder. Somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Ya no tengo más tiempo para vosotros, tengo que despertar a Melvil de su siesta, solo tiene diecisiete meses. Va a merendar, como todos los días, y toda su vida este niño luchará por ser feliz y libre. Tampoco tendréis su odio”.
Gloria ª Tomás y Garrido