«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.» (Mt 5, 17-19)
“El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos”. ¡Maestro, aclara, por favor, que esto es un lío! ¿No habíamos quedado que el sábado era para el hombre y no el hombre para el sábado? ¿No has justificado a los tuyos arrancando unas cuantas espigas en sábado cuando, seguramente, no tendrían tanta hambre y podrían haber esperado un poquito? ¿No has sido Tú el primer trasgresor curando en sábado cuando tenías otros seis días para hacerlo o violando las leyes del mismísimo Templo, echando a aquellos que no hacían otra cosa que impedir su profanación con monedas acuñadas con imágenes de ídolos o animales no aptos para el sacrificio?
¿Y además, cuáles son exactamente los preceptos “menos importantes”? Porque es con los esenciales y… como decía mi padre: “Si en el quinto no hay perdón y en el sexto no hay rebaja… ya puede nuestro Señor llenar los cielos de paja”.
Yo creo que lo mejor es dejar todo “atado y bien atado” no vaya a ser que introduzcamos la cultura de lo “light” también en el Decálogo y empecemos a justificar que si “mentiras piadosas” o “primero la obligación y luego la devoción” o “envidia sana” o “por la caridad entra la peste”… Así que mejor que Diez Mandamientos, los ampliamos a 613, y dejamos clara la distancia que se puede andar en sábado, cuándo una lapidación es precepto divino, las dimensiones de las filacterias, el peso del cordero del sacrificio y hasta el número de grados que hay que inclinar la cabeza en el rezo de los salmos. Vamos que, 613 mandamientos, o 1752 cánones, y así dejamos lo que manda Dios como Dios manda, que de eso trata, bien encerradito entre las dos pastas del “libro gordo de Petete”. (Si bien hay que decir en descargo de nuestra santa Madre Iglesia, que precisamente el canon 1752, último del CIC, afirma que la ley suprema de la Iglesia es la salvación de las almas. Menos mal.)
Recuerdo en mis primeros años de sacerdocio en los que, es cierto, cometía muchas torpezas litúrgicas, y que probablemente seguiré cometiendo, que un feligrés entró ofuscado a la sacristía al acabar la Misa a reprocharme, seguramente con razón, la tropelía que debí perpetrar contra no sé qué canon del Código de Derecho Canónico. Y yo le contesté, sinceramente ignoro si con actitud soberbia o profética, que aún no había conseguido cumplir el “primer mandamiento” como para preocuparme del “nosecuantoscientosymucho” artículo del CIC.
Por eso, o empezamos por el principio o Maestro, repito, te has pasado. Porque no solo “no matar”, sino que ¡el que llame “imbécil” a su hermano es reo! No “ojo por ojo”, sino nada menos que ¡amar! al enemigo. No “tolerar”, no “justificar”, no “perdonar”, ni tan siquiera “comprender”… que ya cuesta: ¡Amar!. ¿No te parece que es pedir demasiado? Y lo de incurrir en adulterio por mirar con deseo a una mujer… que en tu época iban tapaditas, pero ahora, y más cuando empieza la primavera, ¡a cualquiera no se le altera la sangre… y algo más!
(“El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado está en la Ley.” 1ª Corintios, 15 ,56). Entonces; empecemos por el principio: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt. 22, 36). El primero es “Escucha”. “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece al hombre prudente que edificó su casa sobre roca…” (Mt. 7, 24). Sí: escucha. (Cf. la 1ª lectura de hoy Dt. 4, 1. 5-9). Porque estos mandamiento son “para que viváis”. “Ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia.” No son un corsé asfixiante, sino oxígeno del mismo Espíritu de Dios.
Jesucristo ha venido a dar plenitud a la Ley, porque Dios es Amor y “el Amor es la Ley en su plenitud” (Rm. 13, 10). Él ha puesto la otra mejilla, Él se ha dejado quitar la túnica y la capa. Él me ha amado siendo su enemigo y no me ha juzgado aun cuando yo le he juzgado y condenado.
“A nadie debáis nada más que amor. El que ama ha cumplido la ley” (Rm. 13, 8). Y, al igual que en la Unión Europea, cuando se tiene un deficit imposible de corregir, hay que acudir al “rescate”. Y como se nos anuncia en el “pregón pascual”: “Él ha pagado por todos la deuda de Adán y ha cancelado la condena del pecado. Sin el pecado de Adán, Cristo no nos habría rescatado: ¡Oh feliz culpa que mereció tan grande redentor”.
“Mirad que llegan días en que pondré mi Ley en su interior y la escribiré en su corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: “Conoced al Señor”, pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados”. (Jr. 31, 33-34)
Y Agustín, el de juventud convulsa, el de la continua búsqueda, el del corazón inquieto, encuentra la clave de la Ley: “Ama y haz lo que quieras”.
Carlos Morata
1 comentario
El Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo. Debemos entender por tanto que Jesús no pudo venir a cambiar ni una coma sino a cumplir lo dicho por los Profetas y lo escrito por su Padre en la Tablas de la Ley. La verdad es que Jesús tenía carácter,
Mira Jesús, tú nos conoces de maravilla y sabes que cumplir todos los preceptos a rajatabla es como imposible… Pero lo malo no es eso es que con los años el Alzheimer acucia qué no veas y cuando vas recordar algo…¡Ni flores!, y entonces me pregunto ¿A qué morada me tocará ir por los olvidos? Menudo dilema.
Discernir es fantástico, pero ¿sabemos hacerlo bien?, siempre justificando… ¡Ay Señor qué difícil es todo!