Intentaré contar lo que la Virgen hizo para mí y mis tres amigos, Clara, Celia y Luis, cuatro de los seis peregrinos que fuimos a Medjugorje “engañados” por el Padre Cruz.
Desde pequeño he tenido la suerte de conocer de Dios y creer en Él, no sólo por herencia familiar, sino por mi entorno más próximo. Tuve la suerte de que mis amigos y yo viviésemos muchas experiencias que nos acercaron mucho a Dios. Siempre he participado en la misa dominical, junto con mis amigos formamos un coro para la misa de la urbanización, fui a campamentos cristianos con ellos, rezábamos juntos y encontré apoyo y confianza en el Padre Cruz Miguel desde muy joven en el colegio. También he sido catequista de niños y jóvenes desde hace siete años. Doy gracias a Dios por todo eso, que ha ido fortaleciéndome en la fe, a pesar de mis altibajos.
Eso es una cosa y, según creo yo, otra muy distinta es creer que la Virgen se aparece en un pueblo perdido de Bosnia y que hace milagros. No veía necesario que la Virgen se apareciese, y menos que se apareciese de esa forma, tal como contaban, que más parecía sacada de cuentos de hadas. Además, yo nunca he oído antes hablar de Fátima y Lourdes más que como un sitio donde van las abuelas de la parroquia. Cuando oí hablar de Medjugorje, no sé por qué, me atrajo la idea y me apetecía ver qué había en un lugar en el que, según la gente, “pasan cosas”.
Después de unos días de viaje, con paradas en Roma y Asís, allí estábamos, en un pueblo católico en medio de un país de mayoría musulmana, donde sólo había dos montes a los que se iba a rezar, una iglesia y un montón de tiendas de “souvenires”, hostales y pensiones.
Durante la última adoración, después de la última misa, la gente nos pisaba, pues estábamos justo delante de un paso por donde salían todos los que tras la Eucaristía decidían marcharse. Ahora soy capaz de darme cuenta de pequeños detalles que la Virgen había preparado meticulosamente para que todo saliese como ella quería.
“esto es bueno, es de Dios”
Al principio de la adoración yo estaba muy a gusto, a pesar de los pisotones. La oración era de acción de Gracias, por los momentos vividos. El último rato de la adoración yo ya no estaba tan concentrado. Empecé a fijarme en Clara y ella estaba orando con las manos juntas a la altura del estómago en posición de ofrenda. Después la vi llorar un poco, pero me pareció que sería por la emoción. De repente Clara empezó a llorar más y a hacer gestos que no le había visto hacer nunca antes. Me acerqué a ella, le toqué la mano y la tenía más fría de lo normal. Le pregunté que qué le pasaba. Ella sólo me contestó: “¡Que yo no me muevo!, ¡que algo me mueve!”. Yo le toqué el brazo y vi que lo que decía era verdad.
En ese momento, lo único que me salió fue llorar, y eso que a mí llorar me cuesta muchísimo. Me acerqué a Cruz y le dije: “Que no se está moviendo ella”. Fui de nuevo hacia Clara y dejé que la Virgen hiciera lo que tuviese que hacer. Cerré los ojos, empezó a acariciarme la cara, a secarme las lágrimas y tocarme el corazón. Esas manos no eran las suyas, las conozco muy bien. Inmediatamente noté cómo algo entraba dentro de mí, algo que tenía más fuerza y más amor de lo que haya sentido nunca. Me caí al suelo, pero sin brusquedad, sin violencia, y viví los momentos más bonitos y de más paz que nunca nadie haya podido imaginar.
Tenía los ojos cerrados, no los podía abrir, sentía como si alguien me los estuviese cerrando y no quisiese que los abriera; el Señor quería que disfrutase de ese momento… Por lo que recuerdo y me han contado, lo único que dije fue: “Esto es bueno, es de Dios” y agarraba la mano de Cruz y le acariciaba la cabeza. Ese gesto no habría salido de mí sin el Espíritu Santo…
Alguien dijo que nos íbamos. Clara se acercó a Celia, que estaba asustada porque no entendía qué nos pasaba. Recuerdo esa imagen perfectamente, grabada en mi cabeza. Estaban las dos justo a la salida de la explanada, abrazadas, llorando, y Clara empezó a acariciarla de la misma forma que lo había hecho conmigo. Las dos se arrodillaron una en frente de la otra y siguieron así, abrazándose durante unos cinco minutos. Luis, que no entendía nada dijo: “¡Me estoy poniendo nervioso, yo me voy!”; y salió corriendo. Yo, que entendía cómo la Virgen, por medio de Clara, estaba haciendo cosas maravillosas con Celia, igual que las había hecho conmigo, sólo podía mirarlas y sonreír.
“creí, por eso hablé”
Cuando íbamos hacia la pensión para cenar, por el camino me preguntaron qué me había pasado, que por qué me había caído. Sentí que tenía que contárselo para que supieran que todo eso era bueno, aunque seguro que notaban una felicidad y una alegría que no habían visto antes en mí. Mientras cenábamos y sonreíamos, llegaron Clara y Celia muy contentas. Después de la cena habíamos decidido subir al Podbrdo, el monte de las primeras apariciones. Luis dijo que él no iba. Ignacio y Dani tampoco quisieron venir.
De camino yo iba con Clara y Celia. De repente Celia me dijo que le tocase el brazo. Lo tenía completamente rígido. Al poco empezó a hacer los mismos gestos de alabanza que le había visto hacer a Clara y a golpearse suavemente el pecho con la palma de la mano abierta. El espectáculo era para contarlo. Ahora las dos estaban haciendo lo mismo movidas por aquella fuerza que no venía de ellas. Me asusté un poco porque no sabía qué teníamos que hacer. Ellas tampoco lo sabían y me dijeron que llamase al Padre Cruz… Cuando llegamos al pie del Podbrdo ellas empezaron a sentir que lo que aquella “fuerza” quería es que se confesaran, y Cruz se quedó con ellas… A la vuelta, los gestos de Clara y Celia ya no eran los mismos. Sus brazos seguían moviéndose involuntariamente y por acción de una fuerza de Dios. Ahora los gestos eran de agradecimiento entre ellas, para Cruz y para mí. Nos abrazaban y se abrazaban.
La cosa no había acabado. La Providencia hizo que de camino a casa nos perdiésemos y nos encontramos con un hombre que iba cantando en español… Yo hablé un rato con ese chico, le conté lo que nos había pasado y me explicó cómo el Espíritu Santo estaba actuando en ellas desde el corazón y por eso las impulsaba a hacer esos gestos. No sé por qué él entendía aquello de forma tan clara. Después nos despedimos y me dijo algo que me hizo llorar de repente. Me dijo que a partir de ahora tenía que rezar por una cosa. Esa cosa era muy personal mía y es imposible que él la supiese. Me di cuenta en seguida que Dios había hablado a través de aquel hombre tan bueno.
Cuando llegamos a la pensión, sólo estaba Luis sentado en la entrada. Todos los que veníamos del Podbrdo excepto Clara, Celia y yo decidieron subir a dormir. Era el momento de explicarle a Luis todo y ver su reacción. Él estaba muy asustado y no entendía nada. Clara y yo nos alejamos para hablar solos mientras veíamos de lejos cómo Celia, de la misma forma que Clara había hecho conmigo, intentaba acariciar a Luis y explicarle que ella no se movía, que era Cristo el que lo hacía. Luis se resistía a creer en aquello… Recuerdo que la siguiente vez que vi a Luis tenía una cara de felicidad parecida a la que yo tuve después de aquella “caída”. Nos contó cómo al entrar y mirar al crucifijo de la pared había sentido algo que lo envolvía y lo tumbaba en el suelo. Había recibido el mismo regalo que yo. Parecía que la Virgen había preparado todo para nosotros y todo había salido como ella quería. Nos había tocado a los cuatro, de forma individual y distinta, enseñándonos cómo Dios nos ama a cada uno y lo importantes que somos para Él…
Desde el día que llegué y hasta ahora, he sentido la presencia del Espíritu Santo dentro de mí, que me impulsa a rezar, a pensar en la misa con impaciencia, con ganas de que llegue la próxima Comunión. Parece como si todo ahora tuviese diez veces más sentido que antes de ir a Medjugorje. De pronto siento una certeza absoluta sobre cosas que hasta entonces me creaban muchas dudas. ¿Quién se iba a creer que la Virgen se aparece a seis videntes?, ¿quién se iba a creer que Pablo de Tarso, de camino a Damasco, persiguiendo a los cristianos, iba a encontrarse con la Luz y desde entonces predicaría el evangelio por toda Europa hasta morir mártir? Después de esto, CREO.