«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos». (Mc 6,53-56)
Llevamos mucho tiempo en la travesía de la vida, con todo tipo de tormentas, zozobras, alegrías, penas, salud y enfermedad, pero como en el evangelio, con nosotros siempre ha estado Jesús, y hay que tomar tierra y pararse a reflexionar cómo ha sido la travesía de nuestra historia, jalonada de acontecimientos donde Dios ha mostrado su amor gratuito, sin exigencia, sin pedir nada a cambio, regalándonos sabiduría para discernir su voluntad.
Tomar tierra significa que, como dice el Papa Francisco, todo lo que hemos recibido en la travesía no es para que nos lo quedemos, sino que somos meros trasmisores de las gracias recibidas. Nada es para exclusividad nuestra.
Genesaret es el lago Tiberiades, es Galilea, donde dice Jesús: “Id a Galilea y me veréis”, pues ratifica que hemos de evangelizar a todas las gentes, y como dice San Pablo, “a tiempo y a destiempo”.
También a nuestro paso se nos van a acercar gentes en camilla. Esto hay que verlo con los ojos de la fe, pues las camillas las detectan los verdaderos discípulos, ya que a veces están algo ocultas. Hemos de llevar a los necesitados a que toquen a Jesús con la fe, como la hemorroísa, puesto que ahí está la sanación y la transformación interior. El reino de Dios llega al corazón.
Fernando Zufía