«En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: “¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?”. El llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe. Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”». (Mt 18,1-5. 10)
Es cosa de ángeles ver el rostro de Dios en el cielo, de modo semejante a como los allegados a los reyes de la tierra son afortunados, pues forman la corte, por estar en la presencia del rey. Es más, la corte real no es otra cosa que la relación establecida por este para unos en presencia de otro. Así, el cielo donde los ángeles y Dios moran no ha de ser sino la presencia de los ángeles ante Dios de un modo singular: viendo su rostro. De parte de Dios, dejándose ver, a pesar de ser Luz inaccesible.
Está muy bien puesta esta fiesta de los “Ángeles de la Guarda” en estos días aún tempranos del otoño, cuando la franja de horas de luz va descendiendo, y se va ampliando la de la noche. Está muy bien puesta porque nos habla del Cielo que está al otro lado del año de esta vida. Lo que los ángeles que nos custodian viven a diario lo vivimos nosotros aquí en el Reino de los Cielos: la iluminación del rostro de Dios, vuelto hacia nuestra tarea diaria, de tal modo y manera que “ver el rostro de Dios” y “tener la vida iluminada” son equivalentes.
Quien camina con esta luz del rostro de Dios no tropieza, como enseñó el Señor. Vivir en las tinieblas de la desesperanza y del sinsentido de los acontecimientos de la vida es morir día a día, escandalizados de la propia existencia, es decir, “tropezando” de continuo en las cosas de nuestro quehacer diario.
El rostro de Dios brilla sobre el mundo desde la Cruz de Cristo, el gran motivo de tropiezo para quien no cree, mas para quien la acepta, una fuerza de salvación y redención. El gran impedimento para aceptar esta dimensión profunda de la existencia es “creernos mayores” y autónomos…, y así enseñárselo a los “pequeños”.
Ciertamente, razón tiene el Señor: los ángeles de la guarda tienen una tarea con nosotros nada fácil, alumbrar el Amor de Dios en este mundo opaco y cerrado; mundo que es también el corazón de cada uno. Pero por ellos no ha de quedar. Podemos encomendarnos a ellos y o a quien es Reina de los Ángeles.
César Allende García