«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”». (Mt 1,28-30)
Juanjo Guerrero
Las enseñanzas y la predicación de Jesús en su recorrido por las ciudades de Israel son, como era de suponer, de una absoluta fidelidad a la verdad. Sus palabras no se avienen a componendas oportunistas ni se desvirtúan por presiones políticas. Cuando ha de ser descarnado y duro así es como se expresa y cuando conviene poner de manifiesto la misericordia, con un énfasis especial, lo hace de forma irresistible, tal como ocurre en el presente pasaje evangélico.
Jesús conoce el cansancio que abruma al hombre, que no hace más que dar palos de ciego en busca de un reposo que no encuentra; que se debate en un mar de deseos insatisfechos, de temores y angustias, tratando de arreglar sus asuntos en competencia con su prójimo, en el que ve más a un potencial enemigo que a un hermano a quien amar y con el que colaborar.
Además, Jesús sabe dónde se encuentra la solución de todos los problemas que abruman al ser humano. La paz, la alegría y, en definitiva, la verdadera calidad de vida para todos se encuentra en la colaboración entre unos y otros, poniendo cada uno las cualidades que ha recibido de Dios al servicio de los demás. Es decir, haciendo todo lo contrario de lo que con mucha frecuencia suele hacerse, cuando es el egoísmo la norma que rige las relaciones de tantas personas en el trato con sus semejantes. Este comportamiento es fuente de rencores, temores y desconfianzas ante previsibles reacciones vengativas de los demás. División, enfrentamiento y, en definitiva, vivir en un permanente infierno de soledad, es el fruto de las equivocadas actitudes que tantas personas siguen para conseguir esa huidiza felicidad tan escurridiza como anhelada.
Por eso Jesucristo invita a todos, absolutamente a todos los hombres, buenos y malos, creyentes y ateos, de cualquier raza, cultura, condición y sexo, a que acudan a Él para encontrar alivio. Este tender la mano sin acepción de personas es un inmejorable ejemplo de comportamiento para todo aquel que se considere católico; sin esa actitud, al menos como una meta a la que se ha de tender sin descanso, nadie debería creerse realmente seguidor de Jesucristo; es decir, católico en el sentido más puro y directo del adjetivo.
También, el Maestro da por supuesto y advierte que, se quiera o no, cada uno habrá de cargar con su cruz (yugo). Pero, el seguir su ejemplo de mansedumbre y humildad es la forma más inteligente de llevarla, pues precisamente con esa actitud, en esa cruz se encontrará paradójicamente el verdadero descanso.
En efecto, huir de la cruz es una insensatez, pues, o resulta imposible desprenderse de ella o se convierte en otra mayor. Como ejemplo de esta afirmación, no hay más que recordar los casos en los que la vida de las personas ha cambiado a peor tras una separación matrimonial, un aborto provocado, la apropiación de un dinero indebido, el abuso del alcohol o la caída en el uso de las drogas.
Jesús, con sus consejos nos invita a todos a ser felices en la medida de lo posible en la tierra, y, además, nos está orientando, indicando el camino, para que alcancemos la plena felicidad eterna. Por eso, este trozo del Evangelio constituye una verdadera joya que todos deberíamos tener en cuenta para aplicarla a nuestra vida. Y esto no depende de ninguna circunstancia exterior, sino únicamente de que nos lo queramos creer y de que, convencidos de ello, le pidamos la fe necesaria para ponerlo en práctica.