En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que se dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo; El texto evangélico que hoy comentamos es como el epílogo del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos. Jesús hace la síntesis de su obra en el mundo a partir de la descripción del doble movimiento de “venida” y “regreso” al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16, 29-33)
En una sola mirada Jesús abraza su camino entero. Es a partir de este horizonte que hay que entenderlo todo. Jesús se va porque su patria es el Padre. Su estadía en el mundo es pasajera y su amistad con los discípulos es apenas el comienzo de una relación que se prolongará más allá de la muerte. El sentido de su venida al mundo es el Padre: dar a conocer su rostro amoroso, abriéndole a todo el mundo el camino de acceso a este amor transformador que sacia el corazón.
Jesús regresa al Padre, pero no regresa solo. Todos los que lo aman y creen en Él serán acogidos por el Padre en su casa. Pero justo en el momento en que los discípulos hacen su confesión de fe, “creemos que has salido del Dios” (16,30), se dispara la alarma. Los discípulos aparecen muy seguros de sí mismos en este momento, pero dentro de poco abandonarán al Maestro. Jesús lo advierte: “Mirad que llega la hora (y ya llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo” (16,32 a). A pesar de su seguridad externa en este momento en que se sienten animados por las enseñanzas de Jesús, Jesús deja en claro que la fidelidad y la firmeza interior de ellos todavía no son completas. Los discípulos no se deben confiar en sus emociones. Falta todavía algo.
Sólo cuando Jesús emprenda el camino de la Cruz, al que ellos no lo seguirán, entenderán el por qué. De hecho Jesús recorre el camino de la Cruz sin sus discípulos, pero esto no quiere decir que vaya solo, con Él irá el Padre: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (16,32 b). Aun en la Pasión el Padre mostrará su inagotable fidelidad. Jesús tiene confianza en esto. El apoyo vendrá del Padre y no de los discípulos en la hora crucial. Los discípulos dicen que aman a Jesús pero lo abandonan. En cambio la actitud de Jesús hacia los discípulos es completamente distinta. A ellos también los esperan tiempos difíciles, el camino hacia el Padre tendrá muchos escollos: “en el mundo tendréis tribulación” (16,33 b). Pero Jesús no los abandonará. Jesús no se limitará a estar al lado sino que estará ahí salvando, haciendo presente su victoria pascual. Todo lo que hace de este mundo un “valle de lágrimas” ha sido superado victoriosamente por Jesús: el odio de la gente, las persecuciones, el dolor, la debilidad y la muerte. Todo. Jesús hace sentir desde entonces su voz poderosa de Señor resucitado que dice: “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo” (16,33 c).
No se dice que los discípulos serán preservados de las tribulaciones, sino que si ponen la mirada en el Cristo Pascual, la victoria está asegurada. En la opresión los discípulos tendrán paz y en la dificultad confianza: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí” (16,33ª ). La mirada no se puede apartar del Cristo Pascual. Por eso habrá que seguir adelante en el evangelio: contemplando con el discípulo amado el camino de la Pasión gloriosa de Jesús y haciendo con la comunidad el camino de la fe Pascual en el día de la resurrección. El discurso acaba aquí, pero no el camino.
La vida es una milicia, un combate diario, como recordaba el Papa Francisco en una de sus homilías: La vida cristiana es una lucha, una lucha bellísima, porque cuando el Señor vence en cada paso de nuestra vida, nos da una alegría, una felicidad grande: esa alegría porque el Señor ha vencido en nosotros, con la gratuidad de su salvación. Pero sí, todos somos un poco vagos en la lucha y nos dejamos llevar adelante por las pasiones, por algunas tentaciones. Es porque somos pecadores, ¡todos! Pero no se desanimen. Valentía y fuerza, porque el Señor está con nosotros. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 30 de octubre de 2014, en Santa Marta). Pero en este combate, en todas nuestras luchas, nunca estamos solos, contamos con la ayuda del Vencedor, de Aquel que hoy nos dice: !Ánimo! Yo he vencido al mundo!
También nos lo recuerda el Papa: Cuántas veces —nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el cielo—, cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí… [a punto de caer] y el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos hoy. Que la Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia.(Homilía de S.S. Francisco, 28 de febrero de 2016).