La laicidad del Estado y de las instituciones públicas supone neutralidad ante las diversas creencias religiosas, y al mismo tiempo, colaboración con todas ellas en la medida en que contribuyan al bien común de la sociedad. El Estado debe reconocer el derecho a la libertad religiosa de los ciudadanos como un bien positivo para el individuo y para la sociedad; derecho que ha de ser protegido por los poderes públicos. Asimismo, el Estado tiene el deber de discernir y colaborar, según el principio de subsidiariedad, con las iniciativas sociales impulsadas desde la sensibilidad religiosa o laica de los ciudadanos. En consecuencia, la laicidad rectamente entendida, es garantía de libertad, igualdad y convivencia.
Sin embargo, el laicismo, a diferencia de la laicidad, parte de unos supuestos bien distintos: el Estado laicista no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo para el individuo y para la sociedad, que deba ser protegido por los poderes públicos. Por el contrario, lo considera como una sensibilidad privada, solo tolerable en la medida en que no tenga pretensiones de impregnar la vida social o de influir en ella. Se da por supuesto que las religiones no pueden proporcionar un conjunto de convicciones morales comunes capaces de fundamentar la convivencia en una sociedad plural. Más bien, se parte del falso prejuicio de que las religiones son fuente de intolerancia y de dificultades para la pacífica convivencia.
En consecuencia, el laicismo entiende que la religiosidad debe ser recluida a la vida privada, y que ha de ser sustituida en el ámbito público por un conjunto de valores a modo de “señas de identidad” del estado democrático, sin referencia religiosa alguna. De esta forma, una vez descartadas las convicciones religiosas en la vida pública, le correspondería al poder político configurar una nueva conciencia moral pública de los ciudadanos en sustitución de su conciencia religiosa.
la estrategia del arrinconamiento
Es claro, que esos presupuestos laicistas están llenos de falsos prejuicios y que son deudores de algunas de las leyendas negras que se han vertido contra el cristianismo; además de que desconocen la riqueza de la doctrina social católica. En realidad, la convivencia en una sociedad plural, no debe “dejar en el banquillo” o “poner entre paréntesis” los propios ideales y las propias convicciones de sus ciudadanos, para acoger una “ética común de estado”, impuesta desde la misma enseñanza. Por el contrario, los ciudadanos están llamados a encontrar en su propia conciencia religiosa, o en su visión laica de la vida, los fundamentos eficaces para el respeto a la libertad de los demás, actitudes de colaboración en la búsqueda del bien común, etc.
Citando a Mons. Fernando Sebastián, el futuro no puede estar en un “laicismo obligatorio”, sino en el diálogo honesto y sincero entre las religiones y con los sectores laicos. El cometido del Estado no es el de ser el formador de las conciencias de los ciudadanos, según un “mínimo común ético constitucional”.
El laicismo anticristiano es astuto, y suele tener la “estrategia” de plantear sus objetivos por etapas: primero, despenalización del aborto en casos muy extremos y conmovedores; pasados unos años, cuando ya haya “madurado la conciencia social”, el aborto libre pasa a ser reconocido como un “derecho democrático”…; finalmente se termina por no respetar ni siquiera el derecho a la objeción de conciencia de quien no quiere ser copartícipe del aborto.He aquí un caso práctico del fenómeno que Benedicto XVI ha descrito con el término de “dictadura del relativismo”.
En el caso de la clase de Religión, creo que está ocurriendo algo por el estilo: se empieza por poner todo tipo de “palitos” en las “ruedas” al estatus de la asignatura (evaluable o no evaluable; troncal o secundaria; con asignatura alternativa o sin alternativa; en horario escolar o extraescolar; etc, etc, etc); se sigue por reivindicar su exclusión del sistema público de enseñanza, en nombre de una malentendido concepto de “escuela laica”; y se terminará -a medio plazo- por forzar su salida del curriculum de la misma enseñanza privada concertada. Lo que está en juego no es ya su inserción en el sistema público, sino su misma razón de ser en la enseñanza reglada.
fe, cultura y vida, un diálogo armónico
Quiero expresar en positivo una serie de razones pedagógicas que fundamentan la necesidad y la razón de ser de la asignatura de Religión en el sistema de enseñanza:
1ª.- La clase de Religión es un derecho, no un privilegio: A base de tanta polémica sobre esta asignatura, algunos católicos pueden estar arrastrando una especie de complejo, como si hubieran logrado hacerles creer que la presencia de la clase de Religión en la escuela, es una reminiscencia del antiguo régimen en esta sociedad democrática. Muy al contrario: se trata de un derecho, reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU (1948): “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza –repito por si a alguno se le ha escapado el matiz: “¡por la enseñanza!”-, la práctica, el culto y la observancia”.
Nuestro marco constitucional reconoce también este derecho, como luego desarrollaré. Y no estaría de más, conocer en detalle cómo la asignatura de Religión tiene, en la actualidad, un tratamiento bastante más relevante en la mayoría de los países europeos que en España. En aproximadamente la mitad de los países europeos, la asignatura de Religión es obligatoria en el sistema educativo; y en la otra mitad, es de libre elección. Como podemos comprobar, insertar la religión en el ámbito escolar es, entre otras muchas cosas, una forma de “converger con Europa”.
Tampoco estará de más recordar que el dinero con el que se paga a esos profesores de Religión, al contrario de lo que parece desprenderse de algunas críticas contra la Iglesia, no sale del bolsillo particular de ningún gobierno, sino del de los propios padres de los alumnos, quienes pagan “religiosamente” los impuestos al Estado laico.
2ª.- La clase de Religión no es equiparable ni sustituible por la Catequesis: La asignatura de Religión está destinada principalmente a una formación intelectual, aún con la peculiaridad de ser confesional; mientras que en la Catequesis se procura introducir al alumno en el seguimiento personal de Jesucristo. Ambas se diferencian y se asemejan, de forma similar a como lo hacen el “conocer” y el “amar”.
3ª.- La clase de Religión ayuda a entender la cultura que hemos heredado: Un joven no podrá entender sus propias raíces, así como una comprensión mínima de las demás religiones, si no conoce en profundidad los fundamentos de la religión católica.
4ª.- La Religión ofrece una cosmovisión frente a la fragmentación del saber: Hoy en día existe una gran “parcelación” del saber humano, que ha contribuido notablemente al auge de una cierta crisis de identidad cultural, de valores, de certezas…La exclusión del hecho religioso también nos está dificultando la integración de todos estos conocimientos en una sabiduría global de la existencia.
5ª.- La religión responde al sentido de la existencia:. ¿De qué me sirve conocer la evolución del Universo, si nadie me explica por qué y para qué estamos en esta vida? ¿Cómo podemos fundamentar los derechos del ser humano sin dar razón de la diferencia esencial entre el animal irracional y el hombre racional? ¿Cabe hablar con optimismo de los avances científicos y de la sociedad del futuro, si no tenemos fundamentada nuestra esperanza en el más allá de la muerte?…
6ª.- Diálogo interreligioso: Cada vez vemos con más claridad que la estabilidad internacional, e incluso nuestra convivencia con un buen número de inmigrantes, necesita estar sustentada en el diálogo interreligioso. Ahora bien, sólo puede dialogar quien tiene conciencia y conocimiento de su punto de partida. De lo contrario, más que a una “alianza de civilizaciones”, estamos abocados a la desaparición de la nuestra.
7ª.- Educación moral: Está claro que una educación integral debe incluir la dimensión moral. De poco servirá la acumulación de conceptos en la enseñanza, si no se educa en la sinceridad, la solidaridad, la justicia, el respeto, la generosidad… He aquí otra dimensión esencial de la asignatura de Religión: la moral.
El fundamento jurídico determinante de la presencia de la asignatura de Religión en la escuela, está en el artículo 27.3 de la Constitución Española: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Es decir, nuestra legislación reconoce que los padres tienen derecho a marcar la orientación moral y religiosa de la formación de sus hijos, y las autoridades tienen el deber de poner los medios para que esto se lleve a cabo. El desarrollo plasmado en el Concordato del Estado español con la Santa Sede, sobre esta materia concreta de la asignatura de Religión, no hace sino vehicular el derecho reconocido por la Constitución Española.
el Evangelio como estorbo
Hasta que tuvieron lugar las reformas educativas de la LODE y la LOGSE, la asignatura de Religión era evaluable y tenía la asignatura de Ética como alternativa de libre elección. La gran mayoría de los sectores sociales, entendían que aquélla era una solución pacífica y justa. Existía la posibilidad de elegir entre una enseñanza moral confesional o una ética aconfesional. La gran pregunta es: ¿Por qué se derogó algo tan razonable que funcionaba bien? Aquellas reformas hicieron que la enseñanza religiosa, abocara, en la práctica, a una lenta y progresiva agonía… Cada posterior retoque, ha supuesto otra vuelta de tuerca más, en orden a un progresivo arrinconamiento de dicha asignatura.
Me parece de rigor concluir haciendo una referencia a la toma de postura de la llamada Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Euskal Herria, contraria a que la asignatura de Religión pueda ofertarse en la escuela pública. La citada asociación ha realizado un sorprendente envío de cartas a los padres, pidiéndoles que no matriculen a sus hijos en la asignatura de Religión, de forma que esas horas puedan destinarse a otras materias obligatorias. Se trata de una presión para sacar la asignatura de Religión del horario escolar, y en definitiva, de la escuela pública.
En Castilla León la gran mayoría de los padres –el 80 % en Palencia- matriculaban a sus hijos en la asignatura de Religión, en la escuela pública; y sin embargo, las asociaciones de padres, pedían públicamente la expulsión de la Religión de la escuela pública. ¿Cómo se explica esto? La tradicional pasividad de los católicos en el escenario de la vida pública, es corresponsable del avance del laicismo en nuestra sociedad. La participación de los católicos en la vida pública ha sido y es, notablemente inferior a la de los grupos laicistas… El derecho de una supuesta mayoría de los padres a que sus hijos no reciban clase de Religión, no puede impedir a la supuesta minoría católica la educación de sus hijos conforme a sus convicciones. Existe un adagio que dice: “Cuando no se respetan los derechos de las minorías; en realidad, es que no se respetan los “derechos humanos”, sin más”.
ensanchar los horizontes para crecer en libertad
Como signo muy positivo y esperanzador, me llama la atención la confluencia de diagnósticos entre personajes tan experimentados y tan complementarios como son Benedicto XVI y el dirigente de la Unión Europea Jacques Delors. El primero ha denunciado proféticamente en diversos foros la “emergencia educativa” en la que se encuentra Occidente. El segundo, plenamente consciente de esta realidad, elevó un informe educativo a la ONU en 2008, bajo el título “La Educación encierra un tesoro”, en el que habla de la importancia de superar la tensión entre lo material y lo espiritual.
En el citado informe, Delors establece cuatro finalidades de la educación: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. La síntesis de la educación, en la que se condensa todo lo demás es «aprender a ser»; esto es, que la persona se realice como tal, que alcance su propia identidad, para lo cual obviamente, es necesaria una educación integral. “Aprender a ser” exige desarrollar todas las dimensiones y facetas constitutivas de la persona.
Solo cuando sabemos que venimos del amor y que volvemos a él, venciendo el sufrimiento y la muerte, es cuando podemos dar lo mejor de nosotros mismos con desinterés y alegría. ¡¡Por esto, reivindicamos la enseñanza religiosa!!