Nuestro querido Papa Francisco, ya nos tiene acostumbrados a su talante amistoso, sencillo, cercano, y dentro de este su modo de ser próximo, destaca la preocupación por los más débiles y el respeto a la vida humana en todas sus etapas, por encima de toda ponderación. Sin ir más lejos, en la homilía del día uno de junio en la celebración de la Eucaristía en Santa Marta, ha reconocido abiertamente, una vez más, el valor de la vida humana como don inestimable de Dios.
Ha expresado con toda claridad que el grado de progreso de una civilización se mide por la capacidad de proteger la vida sobre todo en sus fases más frágiles. Porque la vida del hombre es sagrada y todo lo que atenta contra la sacralidad de la misma es un grave delito. Me pregunto qué concepto de progreso tienen algunos gobernantes actuales, cuando todo lo miden por el rasero de lo económico. ¿Dónde quedan los valores inalienables del respeto y protección a la vida? ¿Quién defenderá a los más débiles, los nonatos que no pueden hacerlo por sí mismos, si callan las voces de los profetas de este tiempo? Por eso es necesario que unamos nuestras pobres voces a las de aquellos que como el Papa Francisco tienen mayor peso específico.
Pero Francisco ha dado un paso más hacia delante. Ha denunciado ante la Asociación Ciencia de la Vida, el aborto en cualquiera de las fases del embrión, los accidentes laborales acaecidos por los deficientes medios de seguridad en las empresas, la violencia, el terrorismo, la eutanasia, también la desoladora situación que padecen los inmigrantes sobre todo subsaharianos que están perdiendo su vida en las costas de Europa sin que se hayan tomado soluciones eficaces para acabar radicalmente con estos problemas.
A veces nos conformamos los cristianos de “a pie” con tener líderes de la talla de Francisco, a los que apoyamos incondicionalmente, y hasta aplaudimos desde el anonimato. Pero ha llegado el momento de dejar nuestras tibiezas y pequeñez de alma y tener la valentía de defender nuestra fe y ser coherentes con ella, de lo contrario no sólo no convenceremos a los que nos rodean sino que los alejaremos por nuestra cobardía.
Isabel Rodríguez de Vera.