Óscar podría ser un hombretón de unos treinta y tantos años, pero es mucho más que eso, porque Óscar es una persona con Síndrome de Down. Mi anterior párroco, que lo conocía desde su nacimiento, decía que era el ángel de la parroquia.
Hace poco contemplé en la televisión unas imágenes que me hicieron reflexionar; se celebraba una jornada dedicada a estas personas. Vi a varios de ellos, de distintas razas, y todos tenían esos rasgos que les caracterizan (es increíble cómo se parecían todos siendo tan diferentes). Dejando a un lado lo que desde el campo de la ciencia diga la genética, a mí me parece que esta fisonomía especial que tienen es designio de Dios; así tiene permanentemente en la tierra, mezclados entre todos los seres humanos, un montón de ángeles, y para que se distingan los ha marcado con su sello. Los SD no son seres defectuosos, sino que forman parte primordial en el diseño de la creación.
Sin embargo, en los últimos años hemos visto cómo cada vez nacen menos ángeles en la tierra. Satanás no admite otros ángeles en su principado que no sean sus esbirros, y ha inducido al hombre a creer que estas personas tienen una enfermedad o defecto a erradicar. Es cierto que el síndrome conlleva unos problemas de salud que la ciencia médica debe ayudar a mitigar, pero ya sabemos cómo se las gastan algunos cuando utilizan la ciencia; algunos llaman curar a lo que todos conocemos como matar y han decidido aniquilar no ya la supuesta enfermedad, sino a las mismas personas con trisomía 21. Aprovechándose del miedo al sufrimiento que solemos tener, y pudiendo conocer antes del parto la posibilidad del nacimiento de uno de estos ángeles, un escalofriante porcentaje de ellos no llega a ver la luz –ya sabemos cómo-. Tal vez estemos preocupados por las leyes laicistas que quieren eliminar los símbolos religiosos, pero es la vida misma la que está siendo ya eliminada desde hace mucho tiempo.
Afortunadamente, “lo políticamente correcto” todavía no aprueba actuar tan a las claras como lo hacía aquel pequeño austriaco nacionalista del pasado siglo, no tan lejano. De momento, los sentimientos de la mayoría de la gente todavía permiten que sea positivo hacerse la foto con un SD. Incluso dejar que uno de ellos plantee alguna pregunta en directo al Sr. Presidente ante millones de telespectadores. Bien sabían los que controlan el cotarro de la imagen de los políticos que un Down no hace preguntas maliciosas, como la hubiera hecho yo que carezco de inocencia: “Señor Presidente: ¿sabe usted que si mi madre se hubiera acogido a la legislación vigente, yo no habría podido plantearle esta pregunta?”.
Sí, afortunadamente todavía hay personas que, aun con el temor inicial, aceptan tener un ángel de Dios en su propia familia, y dejan que se integre en su comunidad parroquial. Óscar, por ejemplo, es monitor del grupo scout de la parroquia –y hay que ver cómo le obedecen los niños-; y además es miembro de una comunidad neocatecumenal. Ciertamente, él no es un serafín como nos podríamos imaginar escuchando el motete de Tomás Luís de Victoria, y con su entusiasmo y su voz potente hace tambalear a sus hermanos de comunidad cuando cantan, especialmente el Credo. Pero ya quisieran algunos diputados católicos, a quienes votar leyes injustas no les causa ningún problema de conciencia, ser tan coherentes con lo que dicen creer como Óscar. Qué vergüenza siento, con lo que me cuesta reconocerme pecador, cuando le veo arrodillarse ante el sacerdote, con toda su inocencia, para confesar sus pecados (también él está herido por el pecado original). Óscar ni se imagina cómo le envidio. Cuando el Señor me llame, espero que pueda reconocer en mi persona su sello, que pueda decirme que, de alguna manera, me parezco a Óscar.