En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». Lucas 21, 34-36
Me parece adecuado releer y recordar los versículos que anteceden a este pasaje del Evangelio para poder entender el contexto de los que hoy comentamos y así aprovechar mejor lo que el Señor nos dice. En este sentido, también es importante ver la correspondencia que se da entre los tres Evangelios Sinópticos sobre este tema. Es decir, que el capítulo 21 de San Lucas se corresponde con el capítulo 24 de San Mateo y con el 31 de San Marcos. En los tres se narra el discurso de Jesús frente al Templo y versan sobre la destrucción de Jerusalén -que ocurriría al cabo de cuarenta años- y el final de la historia, detallando los signos del fin del mundo que se producirán que acabarán con la venida de Cristo en toda su gloria. Emplea Jesús un lenguaje apocalíptico, lleno de imágenes que no son fáciles de interpretar. Pero sí que señala como junto con las grandes dificultades (vendrán falsos mesías, habrá guerras, persecuciones, odio, incomprensiones…) nos promete su asistencia y la victoria. Nos pide por eso que hay que velar llevando una vida sobria y rezando. Es ese un preciso y precioso significado del “estar despiertos en todo tiempo” ¿Cómo hacerlo? Pienso en un modo concreto: rezando con perseverancia. Hay una reflexión (SURCO, 463) que puede darnos las claves para este reto. Dice así:
“La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes.
Piensa en el centinela que está de guardia: desconoce si el Rey o el Jefe del Estado se encuentra en el palacio; no le consta lo que hace y, en la mayoría de los casos, el personaje no sabe quién le custodia.
Nada de esto ocurre con nuestro Dios: El vive donde tú vivas; se ocupa de ti; te conoce y conoce tus pensamientos más íntimos…: ¡no abandones la guardia de la oración!”.
Pues…. ¡adelante!