En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». (Lucas 21, 34-36)
Mañana comienza la celebración litúrgica del Tiempo de Adviento. Todos los creyentes nos disponemos a preparar nuestra inteligencia, nuestro corazón, para recibir en Navidad a Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, para que su llegada no nos tome de sorpresa, y nuestros ojos puedan ver, en el portal de Belén, la Gloria de Dios.
Para ese recibimiento, nos ha ido preparando la liturgia con las lecturas de estas semanas finales del tiempo ordinario. Y hoy, nos lo vuelve a recordar.
“Dijo Jesús a sus discípulos: “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”.
Además de la referencia al fin de los tiempos; y a la muerte de cada uno de nosotros, que llegarán en los momentos que Dios quiera y que quizá nosotros no esperamos; podemos entender las palabras del Señor como una invitación a la conversión que espera cada día, de cada uno de nosotros. Una conversión que nos lleve a vivir más cerca de Él; a compartir nuestra vida con los afanes de su Sagrado Corazón; una llamada para que sea más firme nuestra Fe; sea más segura nuestra esperanza; sea más generosa, servicial y ardiente nuestra Caridad, en servicio y amor a todas las personas con las que compartimos el vivir.
¡Cuántas veces podemos reconocer que nuestra mente, nuestro corazón, están embotados en tantas cosas que nos preocupan, que nos entretienen, y no elevamos el corazón al Señor en clamor de oración, y en pensar hacer el bien a los demás, encerrados, como estamos en nuestro egoísmo!
Vamos a Misa los domingos y las fiestas de guardar, y nos olvidamos de Dios el resto de la semana. Recibimos el sacramento de la Reconciliación, de la Penitencia, una vez al año, y dejamos correr todos los meses sin acudir a recibir el don de Dios, la paz de Dios, que el Señor nos ofrece con la absolución que nos regala el sacerdote.
En no pocas ocasiones quizá participamos en conversaciones, en discusiones, sobre la vida de Jesucristo; sobre algún acontecimiento ocurrido recientemente en la Iglesia; hablamos de algunas declaraciones del Santo Padre, ¿conocemos bien la vida y los hechos de Cristo, porque hemos leído en varias ocasiones, a lo largo de nuestra vida, los cuatro Evangelios y todo el Nuevo Testamento?
“Tened cuidado de vosotros”, nos recomienda el Señor. Y no quiere asustarnos, o meternos el más mínimo miedo o falso temor en el alma. Lo que anhela es llamarnos la atención para que abramos nuestro espíritu al amor de Dios, a la majestad de Dios, que se va a presentar en Belén, y que está cerca de nosotros todos los días, en cualquier momento del día.
¡Cuántas veces pasamos delante de una iglesia, y no nos acordamos de que allí, a pocos metros de nosotros, está Jesús Eucaristía, que espera para susurrarnos al oído: “Aquí estoy; ¿por qué teméis?.
Muchas noticias, acontecimientos nos inquietan a lo largo de cada día: una enfermedad, un fracaso profesional, un desaire de una persona querida, la muerte de un familiar, la pérdida de un negocio, y nos quedamos envueltos en nosotros mismos preocupándonos y lamentando lo ocurrido.
“Estad pues, despiertos en todo tiempo (…) manteneos en pie ante el Hijo del hombre”
El Evangelio nos recuerda que nuestra vida no termina en el cementerio; y que nuestras preocupaciones no se deben agotar en el “comer y en el beber”.
“Mantenerse en pie” es vivir con fe nuestras relaciones con Nuestro Señor Jesucristo –nuestra vida de piedad-; y con caridad nuestras relaciones con el prójimo: las obras de misericordia.
La Virgen Santísima, quiere que le acompañemos a lo largo de los próximos días del Adviento. Que caminos a su lado por los valles y montañas que desde Nazaret abren el camino hasta Belén. Y quiere que gocemos con Ella la llegada al mundo de nuestro Salvador: Jesucristo.