Mentir implica siempre la intencionalidad de inducir a otro al error de cualquier manera posible (mediante el lenguaje, la seducción, la manipulación etc.) y esta acción agrava las cosas, aún más, cuando en el mentiroso existe un visceral rechazo a vincular las normas que regulan el orden y la vida de los ciudadanos a cualquier referencia ética o religiosa. La astucia, entonces, en la búsqueda de expresiones ambiguas alcanza límites insospechados.
Desde muy antiguo, los movimientos ilustrados han seducido al hombre con entrar en el Reino de la Luz para desterrar las tinieblas de su doliente ignorancia y convertirse así en dios de sí mismo. Los griegos crearon a su alrededor un círculo selecto de intelectuales –los sofistas– que se consideraban capaces de interpretarlo todo, porque habían adquirido un conocimiento muy profundo de la naturaleza, de la vida, de las ciencias y de la cultura en general. Esta elite de intelectuales (gnósticos) se contraponía al resto de la sociedad griega (la “doxa”) que eran aquéllos a los que, según se consideraba, tenían sólo un conocimiento aparente y superficial de la realidad.
Ya en el siglo VI a C, en la Grecia de Jenófanes, los sofistas enseñaban que el hombre era la medida de todas las cosas (Protágoras), y que era justo que los fuertes dominaran a los débiles (Calicles). Afirmaciones éstas, con las que han estado de acuerdo después, infinidad de “intelectuales” de todos los tiempos. Estos “ilustres” filósofos, lejos de buscar y dar a conocer la verdad, trataban de “persuadir” a la audiencia congregada en sus foros y academias a hacer lo que hoy llamaríamos “lo política y socialmente correcto” dentro del más puro utilitarismo y relativismo moral, argumentando: ¿para qué discutir sobre aquello que nunca vamos a saber si es o no cierto?
presos por un inquietante dirigismo cultural
De todos es sabido que vivir bajo las leyes y no bajo la voluntad de un rey era el orgullo griego y lo que le diferenciaba del bárbaro. Pues bien, los sofistas acabaron poniendo bocabajo el valor de la ley, como fundamento de la democracia y como única barrera frente al individualismo y a la ambición de poder. Consideraron que las leyes son meramente convencionales y que dado que cada pueblo tiene las suyas propias, éstas carecían de valor absoluto.
Aquellos primeros “filósofos de la sospecha” tuvieron una enorme influencia en la vida ateniense. Pusieron en tela de juicio la polis en su sentido tradicional, realizando una labor de crítica constante de las instituciones y de la política, e impulsando nuevas ideas sobre todo en el terreno práctico del bienestar material y de la felicidad mundana.
Esta temprana, aunque muy radical Ilustración, acabaría dejando tras de sí toda una serie de tópicos genéricos a los que terminaron apuntándose, más tarde, la masonería especulativa y los sucesivos agnosticismos y ateísmos de todas las épocas que mantenían el siguiente discurso lógico: “…ya que la muerte es una realidad incontrovertible y los dioses están tan alejados de nuestro mundo que se han quedado sordos como el mármol para escuchar nuestras quejas y sufrimientos, optemos por una vida lo más cómoda, culta, amistosa y alegre, posible, sin más trascendencia que la propia inmanencia”.
La ideología contemporánea ha hecho acopio fecundo de toda esa manera de ser y comportarse de los sofistas griegos. Nuestra cultura actual se caracteriza, en gran medida, por manipular el lenguaje como recurso normal, habitual y cotidiano, haciendo trasvases semánticos para tergiversar el significado natural de las palabras y de los hechos. Por ejemplo, la palabra “matrimonio” con la que siempre se ha identificado la unión estable de vida en común entre un hombre y una mujer se sustituye por la palabra “pareja” para dar entrada así a cualquier otra relación posible entre personas del mismo sexo.
Ciertas expresiones se aprovechan de la escasa información o de la ingenuidad de los que las emplean para engañar sin ningún rubor ni escrúpulo. De esta guisa, se llama “píldora del día después” a un fármaco abortivo; se utiliza la frase “interrupción voluntaria del embarazo” para hablar del aborto, o la palabra “eutanasia” para señalar un mal morir con dignidad. En todos estos casos las palabras “matar” o “destruir” no son usadas jamás. Las clínicas abortistas son, con frecuencia, llamadas “centros de salud reproductiva” y en lo referente a la moral sexual, los cambios de nombre intentan justificar o dignificar conductas inmorales. Este es el caso de las prostitutas, a las que se denomina “trabajadoras del sexo” o “profesionales sexuales”. Además, todo lo que antes eran ejemplos de perversión sexual (bestialidad, pedofilia, etc.) se etiquetan ahora como “amor entre especies”, “amor intergeneracional” o “estilos de vida alternativa”.
Un caso muy típico es la referencia que se hace al “amor libre” que se utiliza para dar la sensación de un universo de fantasías posibles, cuando, en realidad, a lo que avoca su consentimiento es a una auténtica degradación del hombre y de la mujer que lo practican. Esta llamada a la concupiscencia de género constituye una perversión de la sexualidad originalmente buena en la que ambos fueron creados según el Génesis, y que subvierte e invierte la relación original entre el espíritu y el cuerpo.
Juan Pablo II: afirmó sin rodeos al respecto: “El “amor libre” explota las debilidades humanas, dándoles un cierto “marco” de nobleza con la ayuda de la seducción y con el apoyo de la opinión pública. Se trata así de “tranquilizar” las conciencias, creando una coartada moral. Cualquier experiencia, meramente carnal, donde hombre y mujer reconocen la pérdida del control sobre sí mismos hace que la pareja se conduzca guiada exclusivamente por el instinto animal… Una libertad sin responsabilidad constituye la antítesis del amor cristiano”.
alquilar el pensamiento: la degradación moral ante el poder establecido
Esta increíble capacidad de mutación semántica, que penetra en todos los ambientes sociales a través de los poderosos medios de comunicación se manifiesta también en lo referente a “los derechos del hombre y del ciudadano” que se vuelven selectivos y caprichosos, en vez de ser expresión de las distintas dimensiones del sujeto único que es la persona.
Se construyen así razonamientos malintencionados sobre la existencia, la familia, el estilo de vida y las relaciones humanas, con el fin de colonizar la opinión pública. Se utilizan términos despectivos como “ultra-católicos” para quienes defienden el matrimonio u optan por educar a sus hijos en los valores tradicionales del cristianismo, además de prepararles adecuadamente para que sean buenos ciudadanos.
Esta falta de referencia a valores sustanciales conduce a la aceptación de un mercado libre de ideas, que protege, sin ningún tipo de “censura ética”, el “derecho” a proponer las opiniones más mortíferas y disparatadas. Al mismo tiempo, este anárquico y “democrático” mercado de propuestas y soluciones a cómo vivir la existencia no resulta ser auténticamente libre, al estar dominado por grupos interesados socialmente en imponer sus propios criterios y metas.
Por ejemplo: el concepto “apertura” que requieren todos los que están detrás de ese proceso de manipulación de conciencias es aquél que considera todas las ideas, culturas y caminos hacia el Absoluto igualmente válidos. Se propugna así una apertura universal hacia el relativismo más absoluto. Para ello se escogen lemas o poemas tan populares como el de “Caminante, no hay camino” de Machado, con el objetivo de que las masas se conduzcan hacia una tranquilizadora anarquía moral. La lista de ejemplos crece a medida que pensamos un poco y se haría interminable de contar.
En sintonía con todo lo dicho hasta aquí, el profesor en teología y ciencias sociales de la Universidad pontificia de Roma don Ignacio Barreiro se expresa así:…”existen dos formas fundamentales de forzar a la gente a actuar en contra de sus convicciones sobre la ley natural. La primera es el uso de la fuerza. Cuando un régimen tiránico y violento llega al poder debe oprimir continuamente a la población para evitar que ésta se rebele. Pero la solución más efectiva de coaccionar a esa gente para que acepte nuevas actitudes es a través de la propaganda sistemática, que usa la manipulación del lenguaje como la herramienta principal operativa.
Este tipo de propaganda busca interiorizar nuevas convicciones en sus víctimas. Cuando se implantan con éxito nuevas actitudes, la gente cree haber llegado a aceptar estas nuevas formas de actuación a través de su propia voluntad y conciencia, considerándolas como propias. Por lo tanto, toda manipulación social comienza con la manipulación verbal. Su objetivo consiste en engañar cuidadosamente a la opinión pública para producir cambios en el comportamiento de los ciudadanos.
Esta actuación viola la dignidad humana más elemental, porque los miembros de la sociedad contra los que se utiliza dicho procedimiento dejan de ser tratados como seres humanos y más bien como objetos a manipular, a dominar, a manejar y a controlar. Esta actitud resulta profundamente inmoral, porque se trata de un engaño que ha sido conscientemente planificado”.
quebrantar los valores divinos para eliminar los valores humanos
Los sofistas modernos – como la serpiente del paraíso – suelen rematar casi todas sus “ilustraciones”, presentando además al hombre su destino mortal como la mayor injusticia de Dios hacia el ser humano. Estos ilustres ofidios envenenan sus discursos señalando a un Dios que, celoso de su omnipotencia, requiere siempre una Humanidad obediente y resignada, que no tenga más aliciente en la vida que servirle obedientemente,… un auténtico tirano que solo desea esclavizarnos… “Alguien” contra quien, ¡a lo mejor!, merecería la pena rebelarse de una vez por todas.
Estos “bienhechores” de la felicidad humana, han procurado siempre mantener la misma astucia y habilidad que la mencionada serpiente para cambiar la realidad, imaginando otra posibilidad de ser diferente a la querida por Dios; han manipulado el lenguaje y siguen haciéndolo todos los días, subrayando que toda prohibición impide al hombre el ejercicio pleno de su libertad. Con esta malévola actitud, terminan por negar tanto la finitud del hombre como su condición criatural, proporcionando una antropología de tipo prometeico en la que cada individuo, enfrentándose a los dioses, va a poder autorredimirse y salvarse por sí mismo sin la ayuda de nada ni de nadie.. ¡Interesante aventura!