Es bastante conocido el pasaje bíblico en el que aparece el profeta Elías en el monte Carmelo, frente a los 450 profetas de Baal. Se trata de una especie de desafío que servirá para comprobar quién es el verdadero Dios, que se manifiesta por medio del fuego.
“Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: ¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal. El pueblo no respondió palabra. Elías continuó: Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Vosotros clamaréis invocando el nombre de vuestro dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y el dios que responda por el fuego, ese es Dios.” (1 Reyes 18:21-24)
Si continuamos leyendo el texto, nos encontramos con el desenlace final: no hubo quien escuchara ni quien respondiera a los 450 profetas de Baal, pero el Señor sí respondió al profeta Elías por medio del fuego que cayó desde el cielo. Cuando esto sucedió, “todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando: ¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!” (1 Reyes 18:39).
El fuego expresa el deseo que está en el Corazón de Dios para su pueblo, también hoy. Como en tiempos de Elías, el Dios que se ha revelado plenamente en Jesucristo, el único Dios verdadero y fiel, desea responder a cada persona por medio del fuego del Espíritu Santo, así como lo hizo delante del pueblo de Dios y de los profetas de Baal.
El Señor hoy nos invita también a poner sobre el altar ese sacrificio vivo que es nuestra propia vida. Así veremos la gloria de Dios, y que esa gloria divina descienda y transforme a cada persona se convierte en nuestro anhelo y deseo más grande. Cuando permitimos que Dios mande fuego del cielo es cuando se levanta un pueblo fiel para Él, para adorarle, para servirle y para llevarle a los demás. Nuestro clamor más profundo es ver ese fuego de Dios en tu vida, en nuestro país y en esta generación.
De rodillas estaré delante de tu gloria; soy tu templo y tu sacrificio… ¡Ven y arde en mí! Manda fuego del cielo, quema este altar, muéstrale a este pueblo que eres real, eres fiel.
Icíar y Onofre.