«En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto». (Lc 9,28b-36)
El salmo 26 reza: “El Señor es mi luz y mi salvación”. De las muchas maneras que tenemos de entrar en el sentido profundo de la Escritura y, en concreto, del Evangelio, una, excelsa por cierto, es orar con ella. Porque cuando la hacemos unidos a toda la Iglesia, la sabiduría que asiste a ésta empapa el corazón y la inteligencia de quienes así rezan.
Hoy esta sabiduría es para nosotros Cristo Jesús, revelado en la Luz plena de la gloria del Padre; evocación de la palabra del Deuteronomio que nos prometió un profeta como Moisés, salido de entre nosotros, con las palabras de Dios en su boca; ¿cómo no escucharle? (Dt 18,15-18). El Señor se transfigura, es decir, muestra lo que en verdad es: la Gloria de Dios entre los hombres, para que ya no más sean nuestras miserias y pecados lo que vaya por delante en nuestra vida. Su condición gloriosa, aquella energía con que Dios le revistió resucitándole, no nos abandonará nunca. Al ponerse el sol en nuestra vida, caeremos, como Abrahán, en un sueño profundo del que despertaremos en la posesión del Cielo: cumplimiento pleno de la Alianza Nueva. ¡Qué bien estaremos allí! Con esta esperanza cierta, que no defrauda, podemos caminar, contando a todos (ahora sí) lo que hemos visto, mientras es de día.