El colombiano Rodrigo García vuelve a la carga con una nueva muestra de cine multiprotagonista, tocando de pasada el tema de la incomunicación que abordó en “Cosas que diría con sólo mirarla” (1999) aunque con una cohesión argumental mucho más robusta que “Nueve vidas” (2005).
La historia principal se centra en Karen, una fisioterapeuta entrada en los cincuenta. Soltera y casi siempre a la defensiva, cuida de su madre enferma y escribe cartas a la hija que dio en adopción tras quedar embarazada siendo adolescente. Esta última es Elizabeth, una abogada resuelta y dominadora que se independizó de sus padres adoptivos a los diecisiete años y que salta de bufete en bufete sumando puntos para llegar a ser juez. Por último, están Lucy y Joseph, un matrimonio estéril metidos de lleno en un proceso de adopción.
“Nueve vidas” era una cinta dominada por un cargante perspectivismo epistemológico, con personajes que en una historia tienen un carácter X y —sin solución de continuidad— en la siguiente presentan una personalidad Y. Afortunadamente, “Madres & hijas” evita esta tendencia. Para ello, García opta por enlazar las tres ramas del argumento con un tema común (la maternidad) y darles una cierta conexión causal, al estilo del cine de González Iñárritu (“21 gramos”, “Babel”), pero sin perder sus señas de identidad. De hecho, García consolida su preferencia por el cine de mujeres aderezando cada historia con poderosas subtramas donde aparecen sus protagonistas en relaciones de madre-hija, suegra-nuera, vecina-vecina, madre biológica-madre adoptante…
El film no disimula su tono melodramático y folletinesco, lo cual se agradece, pues depara al espectador varios momentos de gran dramaticidad y emotividad. En cambio, puede dejar un regusto agridulce a quienes hayan vivido o conocido de cerca la experiencia de la adopción, presentada en el film como algo que marca negativamente o, mejor aún, como “algo cercano a la catástrofe —una lágrima en la fábrica del orden natural” (A. O. Scott). En efecto, rodea a la película un aire trágico, donde los acontecimientos van determinando a los personajes, cuyas vidas “encajan” en las de los otros y siempre asalta la duda de si estos “encajes” son casuales, necesarios o queridos por Otro. Tanto es así que la primera pregunta que formula a Lucy la joven embarazada que va a entregar a su hijo en adopción es si cree en Dios. La respuesta de Lucy (“venimos de la nada y a ella volvemos, y lo que nos pasa depende de nuestra voluntad y de la suerte”) es elocuente y parecería traducir la opinión del propio autor del filme, cercana a un nihilismo trágico confirmado también por la postura de la madre de Karen, para quien vivir es ir de decepción en decepción.
Sin embargo, si fuera cierto que en el filme se sostiene esta opinión, habría que decir que cae en una contradicción performativa. Así, al mismo tiempo que Lucy pone toda su voluntad en ser madre del bebé de Ray, de hecho acaba siéndolo de otro niño que “le cae” sin quererlo. Y que tampoco “le cae” por suerte, sino gracias a la intervención de una tercera persona, la hermana Joanne, una monja realista y atenta a lo real. Pero, sobre todo, en el film se refuta claramente la tesis trágica de que “vivir es esperar decepciones”: primero, en el personaje que pronuncia dicha frase, la anciana Nora, alegre al ver a su asistenta jugando con su hija en el hospital; y, segundo, en la propia Karen, que heredó de su madre el miedo a ser decepcionada por los demás pero que, animada por un compañero del trabajo, será capaz de reconocer —más allá de los resultados— que intentar buscar a la hija que no conoció no puede ser un error.
La sensación de tragedia persiste por el punto de partida del film, que parece ver la adopción como la ruptura de un cierto orden (al menos, si la madre biológica vive). Pero lo cierto es que —partiendo la adopción de algo tan poco natural como que una madre se desprenda de su hijo— el que el principio sea “forzado” no implica que el fruto tenga que ser indigno. No se trata aquí de minimizar los problemas que experimentan los niños adoptados pues estos, de facto, suelen vivir con la herida del abandono. Pero una cosa es tener esa herida y otra muy distinta que esa herida sea incurable, que es lo que parece deducirse del personaje de Elizabeth, autosuficiente y controladora de sus relaciones afectivas y sexuales.
Al igual que en todo proceso de adopción, existe una tensión conceptual y existencial en el fondo del film, donde, por un lado, se afirma que los vínculos familiares van más allá de la sangre y se crean con el tiempo y el cariño y, por otro lado, se muestra que el vínculo biológico es importante, que “la mujer embarazada está llamada a ser la madre de su hijo” y que “la maternidad biológica es un ideal por el que merece la pena luchar mientras se pueda” (J. Orellana). Y es uno de los logros de la película que, además, ofrece valiosas sugerencias a favor del no-nacido y sobre la maternidad como el medio concreto por el que se desarrolla la estructura relacional de la persona, visible en el hecho de que, aunque sus protagonistas no comparten el mismo problema, sí comparten la misma solución (R. Ebert). Los seres humanos somos sociales por naturaleza y buscamos establecer vínculos estables (de ahí lo extraño que resulta el edificio donde vive Karen, habitado por solitarios sin hijos). Y si hay algo que el cine multiprotagonista —género en el que se encuadra “Madres & hijas”— ha denunciado con preocupación es el individualismo reinante en las grandes ciudades. Al fin y al cabo, como se dice en el Génesis, “no es bueno que el hombre esté solo”. Que, a veces, el azar o —¿por qué no?— la Providencia tenga que intervenir para romper el aislamiento creciente en el mundo contemporáneo es otra de las sugerencias que puede desprenderse del film, donde ni siquiera una ligadura de trompas puede impedir el milagro o novedad radical que supone un embarazo y un recién nacido.
En definitiva, un rico mosaico sobre la maternidad, la soledad y la familia donde lo único que se echa en falta es una visión menos parcial y más justa del papel del varón en el hecho de la maternidad, pues cuando no es directamente expulsado (“quiero que vengas al curso preparto conmigo, pero no tu marido”), es presentado como indeciso, infiel, con miedo al compromiso o, sencillamente, pusilánime. Un defecto menor pero irritante en una película por lo demás bastante valiosa.