Los pastores fueron a toda prisa y encontraron a María a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno (Lc 2, 16-21).
En contraposición a la celebración pagana, supersticiosa e idolátrica del comienzo mágico de un año nuevo, la iglesia nos invita a comenzar el año en la continuidad de la celebración del Misterio de nuestra Salvación, contemplando la maternidad concedida a María por el Padre, en cuyas entrañas misericordiosas han visto los exégetas la maternidad divina, por esta misericordia el Hijo unigénito de Dios, se hace también hijo de la Virgen y hermano nuestro.
En esta fiesta, la Iglesia encuentra la expresión de la fe del Concilio de Éfeso (431), que proclamó a María “Madre de Dios”. Si María es madre de Cristo, lo es también de su cuerpo místico, y por tanto: Madre de la Iglesia, como la ha llamado el Concilio Vaticano II, y madre nuestra. Así lo quiso el Señor desde la cruz llevándonos a María para que todo fuera cumplido, y la que fue madre de la cabeza lo fuera también del cuerpo que le fue dado al Hijo, para que se perpetuara sobre la tierra la voluntad del Padre.
Por esta suprema bendición, le agradecemos a Dios todas las demás bendiciones recibidas y las que imploramos de su divina bondad para el año que comienza, convencidos de que si nos ha dado a su Hijo, como no nos dará con él todas las cosas (cf. Rm 8, 32). Una vez más, las gracias concedidas a María revierten en nuestro bien. El Señor se hace hijo de María para que nosotros lo seamos de Dios, por adopción, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura de la misa.
Cristo es circuncidado al octavo día, según la ley y resucitó el octavo día según la gracia. Como verdadero hombre y verdadero israelita vino a llevar la ley a su perfección en él y en nosotros, cumpliendo toda justicia. Como verdadero Dios, vino a darnos la plenitud de la ley, y el amor de su Espíritu Santo en nuestros corazones.
Hoy, como los pastores, somos invitados a glorificar a Dios, y a dar testimonio de cuanto se nos ha manifestado: ¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres, porque el Señor los ama! Bendito sea Dios por María, que nos ha traído la bendición, la gracia y la misericordia del Señor en su hijo Jesucristo, nuestro hermano, nuestra cabeza, y nuestro Dios.