Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga.»
Les decía también: «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces.
Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» (San Marcos 4, 21-25).
COMENTARIO
Jesús es Luz, yo lámpara suya y mi Iglesia el candelero.
Lo que da sentido a todo lo que ocurre en la vida de un cristiano es la luz del Reino, Cristo mismo. Una sencilla lámpara contendrá el aceite y pabilo que se enciende, y ese recipiente se coloca en sitio preferente de la casa, en el lugar desde el que alumbre las tareas de la tarde-noche. Recuerdo mi niñez en un pueblo donde no había aún luz eléctrica, y se usaban los candiles de aceite o las velas de cera. Era esencial esa luz para mantener a la familia unida durante la tarde noche del invierno. En el día no hacía falta candelero, ni lámpara de aceite que ya había en aquel tiempo de Jesús. Sus oyentes, ungidos de su Espíritu, entenderían perfectamente el ejemplo. Era su ambiente familiar de cada día tras el duro trabajo.
Para Marcos ¿de dónde se trae la luz que alumbra la casa? Del mismo lugar de donde viene Jesús, de más allá de este mundo, del Reino de los cielos. La trae Cristo el Señor, y Él mismo dijo ser la luz de la Casa del Padre, y aunque no se vea inmediatamente con los ojos de la carne, está visible para la fe en el candelero de la Iglesia. Cuando él dice «Yo no soy de este mundo» y «yo soy la Luz del mundo» (Jn), nos abre los ojos al entendimiento de la Palabra, porque Él se hace visible al mundo por nosotros. Por eso dice en el Sermón de la Montaña «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14), y esa luz tampoco se puede esconder, se ve en nuestras obras y hoy sigue siendo claro en el auténtico sentido espiritual en el que habló Jesús. Él es la llama que arde en nuestro oscuro aceite de carne mediante el pabilo de la fe. Colocado en las Iglesias serán aquellos candeleros por los que paseaba el Señor luminoso que vio Juan y nos cuenta en su Apocalipsis.
Para Marcos donde ya nada hay oculto es en el cielo, porque no se refiere en su evangelio de hoy a las cosas de los hombres, a nuestras mentiras, olvidos y pecados, sino a las cosas de Dios, que son la luz, el Espíritu de su Hijo prendido en nosotros, y nosotros ardiendo en Él. La claridad total en pensamientos, intenciones y acciones de Dios y la respuesta a ellas de los hombres, es la esencia de la vida eterna para el Evangelio de Marcos. Aquí en la tierra nuestra hay muchas cosas del cielo ocultas en principio a los ojos de la carne e incluso de la fe, pero con un sentido de premio, para que sean la medida de nuestro premio por buscar. Y nuestra búsqueda empieza por la escucha con los “oídos de oír”. Parece una perogrullada, pero hay oídos que no quieren oír ni escuchar, para no tener que convertirse y obrar en consecuencia. Estamos sordos a la gracia, cuando no oímos a Dios en su Palabra, en sus enviados, en sus sacerdotes y en sus pobres, o en su obra magnífica de este universo, porque entonces el mundo no puede asomarse a Él por nuestras obras, ni Él al mundo en nuestra fe vacía.
Esa es la medida de nuestro ser celeste. Según escuchemos aquí, así seremos allí. Y oír escuchando, es la puerta ineludible de nuestra obediencia, ob-audiencia, bajo la escucha de su Palabra viva. Es Cristo mismo.
Si habláramos de ir a un mundo físico extraterrestre, abducidos por un ovni, seguro que mucha gente sentiría al menos curiosidad. Pero si decimos que la Palabra es Alguien, que viene de otro mundo donde nos crearon, y que puede y quiere llevarnos a la presencia de nuestro creador, a muchos les parece un cuento de hadas para niños poco desarrollados en la crítica. Aunque esa luz sea el remedio de la muerte, a pocos le interesa. Y es quizás porque nuestra fe y nuestras obras son discordantes. Es el sentido de la difícil última frase de hoy: Al que tiene -obras-, se le dará el premio del Reino, y al que no tiene -obras de respuesta-, aun lo que tiene se le quitará.
El tiempo Ordinario, sigue siendo tiempo de luces, como la Navidad, donde haya cristianos que escuchan y obedecen.