Andreas Muñoz interpreta al fundador de la Compañía de Jesús en la película «Ignacio de Loyola», que se estrena el este viernes
Antes de ser santo y fundar la Compañía de Jesús, antes de escribir los imprescindibles e influyentes «Ejercicios espirituales», Ignacio de Loyola era un hombre de armas con la gloria y el honor como máximas preocupaciones. Tuvo que perder su fuerza física para descubrir la fe, que guiaría su vida hasta el final. Aunque su conversión fue radical, el camino a la paz interior fue complejo: el santo tuvo que aceptar al militar. Es en esa senda en la que se adentra la película «Ignacio de Loyola», que se estrena este viernes en España.
«En esta cinta lo que mostramos es sobre todo la vida de Íñigo de Loyola antes de ser Ignacio de Loyola. Era un soldado de Navarra, el pequeño de trece hermanos, que no estaba especialmente interesado en la religión», comenta Andreas Muñoz, que interpreta al santo en la película. Sin embargo, una batalla cambió su vida. Ocurrió en la defensa de Pamplona de 1521, cuando el joven Loyola decidió enfrentar a sus 300 hombres contra 12.000 franceses para mantener el fuerte de Navarra: una locura heroica que terminó en masacre. «Sufrió una lesión en una pierna y estuvo varios meses postrado en la cama. Magdalena, su cuñada, le llevó libros de santos, que leyó con devoción», continúa el intérprete. En ese tiempo, se gestó en su fuero interno una revolución espiritual que lo llevaría a «despojarse de sus ropas nobles y a peregrinar ayudando a las personas más desfavorecidas».

La película baila entre esos dos personajes: el santo y el militar, el orgulloso y el misericordioso. «Íñigo es el fuego, un personaje pasional, egocéntrico, perfeccionista y vanidoso», explica Muñoz. «Ignacio es el agua, su parte espiritual: pedía comida, mendigaba, pero para los demás. Prácticamente ni comía, por eso tuvo problemas de estómago toda su vida». En estas dos caras, el actor ve un nexo, un ánimo presente en toda la vida de Loyola: siempre fue muy terco y radical en sus decisiones, que llevaba hasta las últimas consecuencias. «Lo que mostramos en la película es cómo estos dos extremos al final se equilibran. Ignacio de Loyola termina aceptando a Íñigo de Loyola».
Uno de los retos más complicados para el actor fue una de las escenas en la que se muestra esa dualidad del personaje. «Estábamos en las cuevas de Zugarramurdi. En la secuencia, yo estoy espiando mis pecados, flagelándome. Ahí las dos personalidades a flote. En la película, la continuación de ese momento ocurre en un barranco, donde estoy completamente destrozado. Eso se rodó tres meses más tarde en Filipinas, en un estudio, rodeado de croma… Conseguir la continuidad fue un gran desafío interpretativo», recuerda.
Además de sumergirse en la autobiografía de San Ignacio de Loyola, Muñoz tuvo un referente para la creación de su personaje: el Papa Francisco. «Él habla de la importancia del trabajo diario, de estar con los demás. Es una figura importante en la que me basé para este Ignacio de Loyola. Creo que tienen muchísimo que ver».
Para Muñoz, «Ignacio de Loyola» es una alegría, pues supone acercar al público un personaje indispensable para la historia de España. «Tenemos tanto que poder llevar a pantalla… espero que si se apoya un poco más al cine y a la televisión podamos llevar a cabo más obras como esta. Podemos hacer grandes producciones históricas. Tenemos muchísima historia que contar y que vender a los países extranjeros. Me parece que esta es una película importante por eso».