Pepe y Lourdes se enamoraron cuando apenas eran unos adolescentes. Poco tiempo después se integraron como parte viva en la Iglesia y su relación adquirió un cariz diferente. El noviazgo mundano y desordenado que mantenían quedó sepultado por un nuevo amor, más pleno y verdadero, reflejo de aquel mismo que habían descubierto que Dios les tenía a cada uno de ellos. Conscientes de que sólo la fe descifra la clave de la felicidad, comenzaron a prepararse para la vocación a la que se sentían especialmente llamados: formar un hogar cristiano donde Jesucristo ocupara el lugar central.
El pasado septiembre, transcurridos 16 años de feliz matrimonio, Lourdes moría ofreciendo la vida por su marido y sus hijos, como el grano de trigo fecundo. Tras una complicada cesárea en la que daba a luz a su séptimo hijo, el Señor la cogió de la mano y se la llevó con Él a su morada gloriosa, junto al Padre. Si su alegría y entusiasmo quedarán imborrables en el recuerdo de cuantos la conocieron, el testimonio de entrega hasta el extremo por amor a Dios certifica nuestra esperanza en la resurrección de la carne, pues Lourdes ya está en casa.
¿Cómo era Lourdes? Era toda alegría y optimismo. Vivía entregada a los hijos y a mí. Ha sido el pilar de la casa porque era una mujer muy positiva. Siempre dándome ánimos, apoyándome en todo con su abnegación. Recuerdo cómo tantas veces abrazándome me repetía: “Pepe, estate tranquilo”, cuando yo me acongojaba por los problemas económicos. Sin duda tenía el corazón preparado para ir a la Casa del Padre, pues se sentía hija de Dios y lo consideraba como un padre eficaz. ¿Cómo murió? El niño venía atravesado y era muy grande. Ya nos avisaron de que podría ser una cesárea. El 15 de septiembre, fiesta de la Virgen de los Dolores, rompió aguas. De camino al hospital escuchamos por la radio del coche la Eucaristía que el Papa Benedicto XVI celebraba en Lourdes. Veíamos muchos signos del amor de Dios, por ejemplo que fuera ese día —tenemos una hija que así se llama y que hemos visto milagros en su vida—, en que el Papa estaba en Lourdes. En fin, íbamos muy preocupados pero dispuestos a hacer la voluntad de Dios en todo momento. En la cesárea hubo problemas y tuvieron que extirparle el útero. Perdió mucha sangre. Dios me regaló poder verla unos minutos después de la intervención y darle un beso. Ella estaba consciente y me comentó lo duro que había sido. De madrugada me llamaron anunciándome que estaba muy mal. Murió poco después, en la habitación, rodeada de sus hermanos de comunidad, mientras todos a los pies de la cama cantábamos salmos, rezábamos el oficio de lectura, el rosario, las laudes. En momentos tan dolorosos, ¿te sentiste acompañado por Dios? Sí. El Señor me concedió no quedarme solo en ningún instante, sino estar rodeado por un gran número de hermanos en la fe y por una Iglesia que me consolaba durante toda la noche. Sin la fe en Jesucristo este acontecimiento no puede resistirse; sin su consuelo, me hubiera tirado por el sexto piso del hospital. ¿Cómo ha sido vuestro matrimonio? Lourdes y yo nos hemos tenido un amor muy grande. Han sido 16 años de matrimonio feliz como pareja y como padres. Con los mismos criterios para educar a nuestros hijos, para pedirnos perdón, para rezar unidos. Dios nos ha permitido estar abiertos a la vida en el plano unitivo y procreativo. ¿Habéis visto muestras de su amor y misericordia en estos años de vida en común? Desde luego. Cuando nos conocimos estábamos alejados de la Iglesia, viviendo un noviazgo mundano, cayendo en muchos pecados y con una enorme sensación de vacío. Cuando hicimos las catequesis para adultos, sentimos la necesidad de vivir un noviazgo cristiano. Entonces vimos cómo nuestra relación de muerte, Dios la resucitaba y hacía nueva. En todos estos años, el Señor nos ha ido formando en su Iglesia hasta llegar a la plenitud como matrimonio. Ya no había complejos; nada que defender. Teníamos una comunión muy grande porque Jesucristo estaba en medio de nosotros. Y ha sido bendecido con siete maravillosos hijos… Así es. Estos son: José, Isabel, Santiago, M.ª Dolores, Julio, Juan Pablo y el pequeño, Álvaro, el más indefenso de todos. Es un regalo que me ha dejado Lourdes antes de partir, aunque me hubiera gustado compartirlo con ella. Lamento que no va a poder conocer a su madre, que ha sido extraordinaria. También está con nosotros Lucía, una mujercita de 15 años, sobrina mía, que vino a vivir a casa para que la ayudáramos y ahora es ella la que nos ayuda a nosotros. ¿Cómo vivía Lourdes su fe cada día? Era una cristiana convencida absolutamente de su vocación de madre y esposa. Abierta a la voluntad de Dios y con un gran deseo de dar testimonio sobre lo que Dios había hecho con nosotros y de dónde nos había rescatado, pues antes de entrar en su Iglesia éramos dos pecadores de aúpa, que buscábamos la felicidad en las juergas de los fines de semana. Recuerdo que decía: “Los que nos han visto pecar, que ahora vean cómo nos queremos gracias a que Dios está en medio de nosotros”. ¿Cómo se interpreta, desde los ojos de la fe, la muerte de una mujer de 39 años? En estos tiempos de fuerte ataque a la maternidad como estamos viviendo en España, el Señor se ha valido de Lourdes, una mujer feliz pese a haber renunciado a su carrera profesional, para ponerla en el candelero como prueba de que se puede entregar la vida con una fe razonada, pues en ella se hacen carne las palabras del Evangelio: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida, por mí y por la buena noticia, la salvará” (Mc 8,35). Efectivamente, puesto que para el cristiano, la muerte es el inicio de la verdadera vida. Ese es mi consuelo, somos criaturas que nacemos hoy y morimos mañana, que estamos de paso para ir al Cielo. Lo importante no es el número de años que uno está aquí, sino cómo tiene la disposición del corazón, y Lourdes lo tenía preparado para ir con el Padre. Por la comunión de los santos sé que ella nos está cuidando y sigue pendiente de los niños y de mí como lo hacía aquí. Ahora puedo comprender cuánto amor me tenía. ¿Por qué crees que Dios ha actuado de esta manera tan radical en vuestras vidas? Dios habla siempre y a veces de manera muy dura; a los que Él elige hace que los demás les tengan compasión antes que envidia. Nosotros teníamos un proyecto cristiano de vida, pero los proyectos son de Dios. Tengo que trascender este amor humano, pues he perdido a la compañera de mi vida y, ante esto, todo se relativiza. La muerte me ha dado un punto de liberación que me lleva a la conversión: parece que uno pisotea las perlas que le da el Señor buscando tonterías. Ahora más que nunca le pido a Dios fortaleza y que rellene esta falta de amor humano con amor a Jesucristo y a su Iglesia. Debo aprender a vivir como viudo, que es lo que Dios quiere hoy para mí. Aceptar la voluntad de Dios no siempre es fácil y más cuando para ello hemos de crucificar la razón, como en este caso. ¿Sigues creyendo que confiar en Dios es lo mejor para todos vosotros? Existencialmente es difícil comprender lo que nos ha pasado. Esta cruz es muy grande y muy pesada. Reconozco que hay momentos en los que deseo que venga la parusía para poder estar los niños y yo juntos de nuevo con Lourdes, pero tengo la certeza de que Dios no se muda, como decía Santa Teresa de Jesús, y de que si siempre ha sido bueno con nosotros, lo seguirá siendo ahora. Él empezó una obra de salvación con nosotros y continuará fiel a su promesa. Lo he visto en tantos momentos; a Dolores, por ejemplo, los médicos le diagnosticaron una enfermedad antes de nacer y nos aconsejaron abortar; decidimos seguir adelante y luego reconocieron haberse equivocado, pues milagrosamente había nacido totalmente normal. También lo he comprobado en el día a día de nuestro noviazgo, del matrimonio; de cómo me siento ahora sostenido con lo cobarde que soy, pues este acontecimiento no ha podido aplastarme, sino que saco fuerzas sin yo tenerlas. ¿Cómo están los niños? Los niños están bien. Se crían sanos, alegres y contentos: se nota que Lourdes los está cuidando. Rezo todos los días un misterio del Rosario con ellos, les hablo mucho de su madre. También he compuesto algunas canciones para cantarlas cuando rezamos laudes, con letras sencillas pero para que los pequeños comprendan dónde está Lourdes. Juan Pablo de dos años sabe que su madre está en el Cielo con María y con Jesús. Dices que te sientes sostenido por el consuelo de mucha gente. Ante esta muerte, ¿cómo han reaccionado los que te rodean, desde el punto de vista del mundo, tan difícil de entender? Esto ha repercutido positivamente en mucha gente. Dios se ha valido de nosotros para llevar una palabra de esperanza a muchos matrimonios, para reafirmar la vocación de madre y esposa a muchas mujeres. Esto me ayuda a encontrar un porqué, pues no es una muerte sin sentido, sino que veo al mismo Cristo en la figura de Lourdes, porque le ha pedido su vida al máximo con un sentido redentor. En la comunidad, puedo ver cómo se cumple la Escritura en “mirad cómo se aman”; también recibo el consuelo de mis compañeros, de la gente de la Plataforma por la Objeción de Conciencia, y de tanta gente anónima que me cuenta cómo el funeral ha cambiado sus vidas. Ha sido un revulsivo para muchos matrimonios. Incluso he recibido un correo electrónico de una persona anónima en la que me dice que le ha pedido a Dios que, cuando yo me despierte en la noche, triste y angustiado, Dios despierte a esa persona para poder rezar en comunión conmigo. Como la gracia es superior a la prueba. ¿Cómo te ayuda Dios en tu día a día? Le doy gracias a Dios porque mi madre está aquí conmigo y me ayuda en la intendencia. Estaba de misión en el seminario “Redemptoris Mater” de Lima, pero se ha venido a vivir con nosotros. Ella se quedó viuda a los 42 años y con 8 hijos, y sabe lo que es esto. Tengo la suerte de tener una cristiana a mi lado que me ayuda con su testimonio y me pone en mi realidad, porque si no, reconozco que no sabría muchas veces cómo actuar. Cuando murió Lourdes, me dijo: “Sé cómo tienes el corazón. Ahora está roto, pero el Señor curará esa herida. Tienes que aprender a dormir solo. Toma y duerme con el rosario en la mano”. Y así hago, cuando me despierto por la noche, angustiado, rezo el rosario y en la Virgen encuentro el consuelo. Me imagino que el demonio aprovechará cualquier ocasión para intentar arrebatar la obra que está haciendo Dios con vosotros… Por supuesto. En los momentos de debilidad y de tentación al pensar que me falta mi mujer, el demonio quiere colarse y llevarme a la desesperación; por eso necesito escuchar el kerygma todos los días. Necesito tener presente que Jesucristo ha muerto y resucitado por mí y que Él me ayudará a cumplir esta misión como la ha cumplido Lourdes, hasta el final. El demonio quiere que sea infeliz; por eso, ahora son muchas las tentaciones en los momentos de tristeza y nostalgia, como por ejemplo cuando pienso cuántos ratos hemos perdido de estar juntos por ver un mal programa en la televisión y me siento culpable. Sé que tengo que rezar mucho para que el Señor me libere de los demonios de la afectividad. Rezad por nosotros porque, si el demonio no puede conmigo, irá a por mis hijos.