En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les envió otro criado; a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia.» Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Que hará el dueño de la viña? Acabará con los ladrones y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?»
Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon (San Marcos 12,1-12).
COMENTARIO
Nos encontramos hoy ante una de las parábolas más duras de Jesús. ¿A quién va dirigida? A los sacerdotes, escribas y ancianos; a los miembros del Sanedrín, dirigentes religiosos de su pueblo, encuadrados en estas tres categorías. Jesús desvela la oculta intención de acabar con El y además descubre sus motivos: su extrema ambición, que les lleva a intentar adueñarse del pueblo que Dios confió a su cuidado.
La parábola es tan clara que resulta una alegoría: cada personaje de ella tiene un significado preciso. La viña, desde Isaías ha sido símbolo de la casa de Israel a quien Yahveh plantó en Palestina y cultivó con esmero.
¿Quiénes son los labradores? Las autoridades religiosas de cada generación, conocedores de la Ley y guías del pueblo.
¿Quiénes los criados enviados por el Señor en diversas ocasiones? Los profetas, rechazados, perseguidos y en ocasiones, muertos por quien ejercía el poder. Desde Elías, pasando por Amós, Oseas, Isaías, Jeremías hasta Juan Bautista. Enviados a reclamar los frutos de justicia que Dios esperaba, sufrieron el rechazo dirigido a Aquel que les enviaba.
¿Quién es el hijo enviado finalmente por el Dueño de la viña? Jesús, obviamente. Él fue sacado fuera de la viña -Jerusalem- para ser muerto por los que se consideraban ya dueños de la misma.
Jesús les está diciendo con esta parábola que conoce sus intenciones; que van a matarle, pero, según dice el salmo, Dios hará de Él, piedra rechazada, la piedra angular de un nuevo templo: la Iglesia.
Los destinatarios entienden bien el significado. Se ven retratados; rechinan los dientes de rabia, pero se muerden la lengua esperando mejor ocasión; delante del pueblo no pueden hacer nada. Lo harán a escondidas, de noche, amparados en el poder de las tinieblas,
Como toda Escritura, esta Palabra tiene su sentido actual. ¿Quiénes son hoy los viñadores homicidas? Los hombres de Iglesia, sean sacerdotes, religiosos o catequistas seglares, a quienes ha sido confiado el pastoreo del pueblo de Dios. Lo serán en tanto que busquen su propio interés, en tanto que se apacienten a sí mismos, y no a las ovejas. ¿En qué sentido decimos que matan a Jesús? En el momento en que escandalizan, quitando la fe a la gente sencilla. Pues quitar la fe a los pequeños es matar a Cristo en su corazón. Y escándalos graves, los hay demasiado a menudo en la Iglesia.
Estos son los que pretenden poner el Cuerpo de Cristo a su servicio. Buscan los primeros puestos, crecer, ser importantes. Los ha habido desde la época apostólica, y siempre los habrá. No retroceden ante el escándalo porque no aman a las ovejas.
Y, para ser honestos, hemos de plantearnos si no somos, cada uno a su nivel, de estos viñadores. Si escandalizamos a los débiles con una vida doble. Si buscamos nuestro propio interés y no el de los demás. Porque la amenaza de Jesús es clara:
-«Se os quitará a vosotros el Reino, para dárselo a otros que rindan sus frutos.» Esto se lee en el texto paralelo de Mateo.