A través del uso novelado de la historia, en este artículo y en otros sucesivos, intentaremos acercarnos a la llamada Orden del Temple. Conoceremos quienes fueron los templarios, qué hicieron, y por qué se dice que dicha Orden fue una de las más poderosas y mejor organizadas de la Historia.
Transcurre el año 1095. El Papa, Urbano II ha pedido a la nobleza y al clero de Francia que acudan al que se pretende sea el gran concilio de Clermont.
El éxito fue tal que, debido a la gran asistencia de público, se decidió se realizase a campo abierto, cerca de la ciudad. Fue en ese escenario donde el papa Urbano II expuso a todos los presentes la solicitud y súplica del emperador de Oriente, para que todos los cristianos del orbe conocido enviasen guerreros en auxilio de sus soldados, contra el feroz e interminable ataque de los musulmanes.
¡lo quiere Dios!
El Papa, gran orador, fue exaltando a los presentes quienes, poco a poco, fueron sintiendo cómo iba ardiendo su corazón ante la explicación que el Papa hacía referente a la súplica del emperador de Oriente.
El clímax llegó cuando Urbano II, después de un calculado silencio, dijo con voz firme y clara:
“Cristo mismo será vuestro guía para luchar por Jerusalén. ¡Basta ya de inútiles y vergonzosas luchas fratricidas en Francia y otras naciones católicas y unid vuestros esfuerzos para ir camino del Santo Sepulcro!
Os esperan grandes riquezas, grandes tesoros que podréis traer a casa… pero, por encima de todo, si os quedáis por el camino en el intento, os espera la Recompensa de la Vida Eterna”.
Ante los gritos de todos los presentes, como si de una única voz se tratara —¡Dios lo quiere, Dios lo quiere! —, el Papa se alejó del estrado de madera preparado en lo alto de una pequeña colina, con el convencimiento de que había conseguido su cometido.
El pueblo cristiano marcharía para Tierra Santa.
De hecho, casi de inmediato, los hombres iban solicitando, como prueba de su compromiso, una gran cruz de tela roja que se colocarían en su pecho, en el viaje de ida, y en su espalda cuando su camino fuera el de regreso a casa.
se les prometió el perdón
No hace falta decir que, entre tantos hombres con sus corazones y almas inflamadas de sentimientos espirituales, ante tan noble acto de luchar en el Nombre de la Cruz, había más de uno, quizá miles, que veían una oportunidad en la que conseguir riquezas materiales y, por qué no, también poder del afamado y siempre tan citado reino de Oriente.
A esto se unió el que se permitiera la admisión de personas con grandes y graves deudas económicas, convictos, pobres, vagabundos e incluso perseguidos por la justicia, con la promesa de que serían tratados como si su vida fuera un verdadero y seguro comienzo, una especie de “nuevo bautismo”.
Pero la verdadera “recompensa” no era otra que la estrictamente espiritual: A todos los “cruzados” se les prometió que a la vuelta de tamaña empresa se les concedería el perdón, tanto terrenal como celestial, de todos sus delitos y pecados. Más aún, a los que murieran en el campo de batalla se les garantizaba la salvación eterna…
Curiosamente, este mensaje era bien parecido al que los musulmanes decían recoger de su Profeta Mahoma:
Si tenían éxito en la batalla, tenían el derecho a quedarse con los bienes materiales de sus enemigos. Si, por otro lado, morían en el frente de batalla, tenían garantizado el ir directamente al Paraíso, bien rodeados de bellas mujeres y gozando para toda la eternidad.
la primera cruzada
Con todo, la primera cruzada estaba lista para partir, al año siguiente a la proclama del Papa Urbano II. Los más fanáticos de Francia, liderados por Pedro el Ermitaño, y de Alemania, fueron los primeros en partir.
La escasamente preparada marcha finalizó con la muerte, antes si quiera de llegar a Oriente. Tan sólo unos pequeños grupos de cruzados fueron capaces de alcanzar Constantinopla… La imagen que dejaron en el reino de Oriente fue casi peor que la que conocían de los propios musulmanes.
No fue sino hasta el final del año 1096 cuando realmente estuvo lista la verdadera Primera Cruzada. Señores y caballeros, bien provistos de ayudantes y provisiones.
Un obispo los acompañaba, pero se eligieron como líderes del movimiento a aquellas personas con más capacidades para dirigir a una masa tan importante de gente, incluso con capacidad para dirigir a tantos caballeros y nobles juntos.
Siguiendo diferentes rutas, llegaron a Constantinopla donde pasaron el primer invierno. Ya en primavera vivieron su primer triunfo, cuando se hicieron con la ciudad musulmana de Nicea. Antioquía su segundo triunfo, aunque la victoria fue fruto de un asedio de más de un año.
Finalmente, en junio de 1099, la ciudad de Jerusalén fue tomada por los cruzados, dejando bien patente que el mensaje de Cristo no lo tenían bien aprendido, ya que los musulmanes fueron tratados de forma brutal, siendo asesinados de forma verdaderamente trágica, no sin antes haber sufrido verdaderas torturas. Testigos oculares han llegado a hablar que en puntos concretos de la ciudad los cruzados debían caminar con sangre hasta las rodillas.
monjes guerreros
Una vez establecidos, se empezó a organizar el Reino Latino de Jerusalén, siendo su primer gobernador Godofredo de Bouillon. Muchos cristianos volvieron a sus tierras de origen, mientras que los que se quedaron, arropados por el terror sembrado en sus enemigos y la perfecta máquina de guerra que suponían los “francos”, se ocuparon de ir creando fortificaciones que ayudaran la defensa de los territorios recién conquistados.
Pero lo que realmente convirtió esta aventura en un proyecto destinado a perdurar en el tiempo, fue la creación de las “Órdenes Militares”. Estas fueron la de los Caballeros Hospitalarios, los Caballeros Teutónicos y, a la que le dedicamos el protagonismo de este articulo, la de los Caballeros Templarios.
Hay que entender, antes de entrar de lleno en esta historia, que la aparición de estos “monjes guerreros” respondió al espíritu de esa época, llamada oscura para muchos, pero que era, realmente, la única respuesta ante un enemigo que se basaba en la unión de la fuerza religiosa con la fuerza militar.
Espero y deseo que el lector sepa apreciar, poco a poco, que estamos narrando una historia auténtica vivida hace ya casi mil años, pero que sigue siendo actual. Es importante saber diferenciar la ficción, el mito, las modas, el ocultismo y secretismo con que se ha tratado de mezclar a la orden de los Templarios, frente a la realidad pura, y muchas veces dura, de lo que fue la creación, el desarrollo, el triunfo y el fin del “Temple”.