Hoy es el V Centenario de la Reforma Protestante. La iniciativa de Lutero no produjo una verdadera Reforma en la Iglesia, sino una Ruptura de la comunión -con el pasado (la Tradición), y entre los cristianos de la época- que aún pervive.
Hay que rezar para que se restañen esas heridas. A veces se dan pasos en esa buena dirección.
Mientras tanto la Iglesia sigue siempre necesitada de Reforma en sus miembros e instituciones. Ese es el núcleo de este discurso de Benedicto XVI a la Iglesia alemana, particularmente afectada por esta necesidad, con problemas que en tiempos de Lutero se atribuían paradójicamente a la Iglesia de Roma
Benedicto pedía a la Iglesia salir al encuentro del mundo, que exige todo lo contrario de ser mundanos:
“Para corresponder a su verdadera tarea, la Iglesia debe hacer una y otra vez el esfuerzo de desprenderse de esta secularización suya y volver a estar de nuevo abierta a Dios… Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo. Puede vivir nuevamente con más soltura su llamada al ministerio de la adoración de Dios y al servicio del prójimo. La tarea misionera que va unida a la adoración cristiana, y debería determinar la estructura de la Iglesia, se hace más claramente visible. La Iglesia se abre al mundo, no para obtener la adhesión de los hombres a una institución con sus propias pretensiones de poder, sino más bien para hacerles entrar en sí mismos y conducirlos así hacia Aquel del que toda persona puede decir con san Agustín: Él es más íntimo a mí que yo mismo (cf. Conf. 3, 6, 11).”
Precisamente este salir al encuentro del mundo sin ser mundanos solo se logra mediante el encuentro personal con Cristo, la santidad: “A la beata Madre Teresa le preguntaron una vez cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: Usted y yo.”
Por eso en otro discurso en Alemania, decía a los jóvenes de la JMJ: “En las vicisitudes de la historia, han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar -tal vez en el dolor- la palabra de Dios al terminar la obra de la creación: “Y era muy bueno”. Basta pensar en figuras como san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo; en los fundadores de las órdenes religiosas del siglo XIX, que animaron y orientaron el movimiento social; o en los santos de nuestro tiempo: Maximiliano Kolbe, Edith Stein, madre Teresa, padre Pío. Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo.”
La santidad -personal y misionera- sigue siendo el camino de la reforma de la Iglesia y de la unidad ecuménica, quinientos años después de la protesta de Lutero.