Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.» Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.» Mt 2,13-18
- La lectura de este Evangelio de hoy parece un poco una película de buenos y malos, es decir, entre el Niño Jesús y Herodes el Grande. Uno de sus hijos herederos, Herodes Antipas, sería conocido por su participación trágica en la muerte de Juan Bautista y del mismo Jesús, en gran medida por la acusación del primero, que no cesaba de echarle en cara su adulterio por por casarse con la mujer de su hermano Filipo. Herodes el Grande es un rey tirano, que vive en el lujo, en la grandeza por sus dotes militares, por sus famosas construcciones, y la molicie —como casi todos los reyes de ayer y de siempre — no sabía que “su reino no es de este mundo—, y no puede soportar que algo o alguien pretenda socavar su reinado. Al enterarse por los Magos, esos personajes misteriosos venidos de Oriente, que seguían una estrella que les indicaba el nacimiento de un rey, le entró un pavor y pánico repentinos, pensado que ese Niño Rey le iba a quitar el puesto , y lo manifestó con una rabia y furor esquizofrénicos que le llevó a maquinar la infeliz y tristísima idea de acabar con todos los niños de la región menores de dos años, urdiendo su muerte. San José es alertado de todo esto en sueños y huye a Egipto con el Niño y su Madre, porque así estaba profetizado: «El Señor dijo a Moisés en Madián: “Anda vuelve a Egipto, porque han muerto todos los que te buscaban para matarte”» (Éx 4,19). Los Magos habían recibido el encargo de Herodes de que le avisaran dónde había nacido ese Niño, con la hipócrita idea de ir a adorarlo, en este caso, de matarlo directamente sin más. Avisados también en sueños los Magos para no encontrarse con Herodes, «se retiraron a su tierra por otro camino» (1,12), que es lo que deberíamos hacer todos aquellos que se encuentran con Cristo. Herodes se reconcomió de miedo y de ira y pasó por la espada a todas aquellas criaturas aún lactantes, provocando una situación macabra y espeluznante en aquella parte de Judea. No me atrevo a a decir que, como castigo, murió de forma espantosa y repugnante: eso está en las manos de Dios. Este feroz y cruel personaje ya llamó mi atención en un artículo mío publicado en el número 22 de la revista Buenanueva (mayo-junio 2010) páginas 62-69, recogido después en mi libro Luz de mediodía (Ed. Asociación Bendita María, Madrid 2011) páginas 298-304, donde el lector puede encontrar bastante información sobre el tema. Me complace que esta visión mía de 2010 se haya visto completada hace tres días, en su sermón de Navidad, por Justin Welby, jefe espiritual de los ochenta millones de anglicanos en el mundo, para quien el grupo yihadista Estado Islámico (EI) es el «Herodes actual» y «amenaza con erradicar a los cristianos» en Oriente Medio.
- Quisiera puntualizar que no ha sido ni es posible identificar el origen —el «Oriente» es enorme— de los Magos, que, sin duda, representan un papel de excelente epifanía en la venida al mundo del Verbo de Dios hecho hombre, al que habían venido a adorar según el giro celeste de una estrella. Tampoco oculto mi sorpresa de que en la catedral de Colonia, donde he tenido la ocasión de estar varias veces, se conserven los restos de estos Magos. En cuanto a la estrella de Belén, se ha especulado identificándolo con el cometa Halley, un cometa grande y brillante que orbita alrededor del Sol cada 76 años más o menos. (Se estima que volverá verse en nuestro horizonte en 2062). ¿Es esta la estrella que siguieron, como si no hubiera otras grandes estrellas que pudieran haber desempeñado ese mismo objetivo para los Magos. Dejémoslo así y vayamos a la matanza de lo inocentes.
- San Quodvultdeus (¡vaya nombrecito!: significa «lo que Dios quiere») es un Padre de la Iglesia del siglo V, Obispo de Cartago, discípulo de San Agustín, recoge parcialmente en el Oficio de Lecturas de la liturgia de hoy un sermón en el que se puede concluir con él que, refiriéndose a los Niños Inocentes, «todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo». Sinceramente, aquellas criaturas ni sabían ni tenían edad para saber lo que estaba pasando; ni siquiera eran conscientes de que algún niño de al lado de su casa estuviera siendo degollado. Sin comerlo ni beberlo se encontraron con una muerte gloriosa; gloriosa porque para ser de Cristo se necesita el bautismo, bien de agua, de deseo o de sangre, como fue su caso, por lo que alcanzaron la palma de confesores y mártires de la fe. Quien quería reinar con su muerte, se encontró después que una horrenda podredumbre, y que había fortalecido la fe de aquellos niños de pecho. Quien quiso tener más vida, y se encontró con esa muerte pésima, mientras los que murieron trágicamente por su espada se encontraron con la Vida eterna. A Herodes le salió el tiro por la culata, mientras que, al adelantar la hora de la muerte de los Santos Inocentes, estos reinan para siempre en el Cielo: «¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! […] De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos» (Sal 8,2-3), como ratificaría Jesús treinta años más tarde en el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo (ver Mt 21,16).
- Herodes ha vuelo, decía antes: Sí, ahí están esos cincuenta millones de abortos cada año en todo el mundo; ahí están esos miles y miles de niños que un día sí y otro también mueren de hambre, frío o ahogados en su huida a otros países; ahí está la triste esclavitud de la droga y de la prostitución; ahí están los despiadados niños de la guerra y los nuevos miserables niños de la calle. Y así un largo etcétera.
- Concédeme, Señor la gracia de ser capaz de dar la vida conscientemente por ti.
Jesús Esteban Barranco