En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.
¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron: «El primero».
Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis» (San Mateo 21, 28-32).
COMENTARIO
La parábola que hoy leemos en el Evangelio de Mateo sustituye a la del Hijo Pródigo en el de Lucas. Ambas van dirigidas a las autoridades religiosas de Israel, que reprueban a Jesús por su amistad y cercanía con publicanos y pecadores.
¿Qué es lo que resalta el Señor en ella? Que el hijo rebelde, finalmente, se arrepintió y obedeció al padre; mientras que el otro, aparentemente sumiso, en el fondo no quiso obedecer: tenía otros planes, otros intereses, y caminos tortuosos.
En definitiva: ¿Qué es lo verdaderamente importante para Cristo? ¿cuál es la actitud correcta del hombre ante Dios, según Él? Obedecerle, hacer su voluntad. Lo demás: devociones, prácticas piadosas, novenas, rosarios…si no nos llevan a la obediencia, son sólo apariencias inútiles. Quien hace su voluntad, aunque sea después de un inicial rechazo, es quien entra en su Reino y experimenta el gozo de la comunión con El.
Estas dos ideas: obedecer a Dios y entrar en su Reino están íntimamente ligadas en el pensamiento de Jesús. No en balde la segunda y tercera peticiones del Padrenuestro, que hablan de ambas, van una a continuación de la otra. Son gracias que hay que desear, pedir y suplicar desde el fondo de nuestra pobreza. Cuando, por don de Dios, podemos hacer su voluntad, entramos en su Reino, que es entrar en comunión con Cristo, experimentar su amor, del que nadie nos puede separar.
Las duras palabras de Jesús a los sacerdotes y ancianos del Sanedrín hay que entenderlas, según Joaquín Jeremías, experto lingüista bíblico, en sentido excluyente, más duro aún. Es decir: «Ellos, publicanos y prostitutas, entran en el Reino, vosotros no».
Este apóstrofe de Jesús a los hombres más religiosos de su pueblo, que tuvo que dolerles en lo más vivo, viene hoy también para nosotros; no en balde estamos en Adviento. Pues ¿quién de nosotros puede decir con verdad que cumple la voluntad de Dios? ¿no somos, más bien como el otro hijo, que dijo obedecer, pero hizo lo contrario?
Sabemos cuál es su voluntad: caminar tras las huellas de Jesús, sirviendo a nuestros hermanos con humildad y sencillez de corazón: Buscar no tanto nuestro interés como el de los demás, y ser así testigos de Cristo ante los abatidos, los atribulados, los que viven sin esperanza, y que, pese a ello, son amados de Dios. Pues es voluntad suya que todos lleguen a conocerle, a amarle, y así se salven.
Si vemos claramente que este programa de vida supera con mucho nuestras pobres fuerzas, al menos está en nuestra mano desearlo de corazón y pedírselo a Dios con toda insistencia, pues El estará siempre dispuesto a dárnoslo, como lo dio a quienes seguían a Jesús.
Podemos imaginar el escándalo de fariseos, doctores de la ley y sacerdotes al oír estas palabras de Jesús, dirigidas a ellos en exclusiva. Hemos de pensar si no nos escandalizarían más aún, si se nos dijeran a nosotros. Porque sonarían, algo así, en lenguaje actual: «Los políticos corruptos, los banqueros acaparadores, la gente de mala vida, los narcotraficantes… llegarán antes que vosotros al Paraíso. Porque ellos, que tienen el pecado en sus manos, pueden convertirse de él; y vosotros, con vuestra piedad segura de sí misma, no sois capaces de ello».