La misericordia de Dios transforma el corazón de las personas, nos hace experimentar un amor fiel, y lo hace capaz de misericordia. Las obras de la misericordia corporales y espirituales nos recuerdan que nuestra fe ha de traducirse en gestos concretos y cotidianos, orientados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu. Así también nosotros encontraremos alegría: ¡Dichosos los misericordiosos!
+ Fidel Herráez
arzobispo de Burgos
No se augura nada bueno en el campo político y en el concierto, más bien desconcierto, de las naciones. Sin embargo, se nos llama a arreglar, o mejor dejarnos arreglar la propia casa. La Cuaresma debe ser para nosotros un poner en cuestión, a la luz de la Iglesia, nuestra propia vida. Sacar faltas a los demás es lo fácil y en eso solemos ser expertos. Pero ver la conversión que necesito para cambiar de vida y pedirle a Dios que ponga su corazón en mis propias miserias se nos antoja ya más complicado.
+ Antonio Algora
obispo de Ciudad Real
Si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado el amor y la vida de Dios con nuestros pecados. Si somos humildes reconoceremos que estamos necesitados de su perdón y reconciliación. Dios nos espera y nos acoge en el sacramento de la Confesión para perdonar y olvidar nuestros pecados. Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas negativas que los pecados dejan en nosotros. La misericordia transforma nuestros corazones para poder ser misericordiosos como el Padre.
+ Casimiro López Llorente
obispo de Segorbe-Castellón
Durante esta Cuaresma hemos de procurar dedicar tiempo a la meditación constante y profunda de la Palabra de Dios; a la participación consciente en la celebración de la Eucaristía, actualización del sacrificio redentor de Cristo; y del sacramento de la Penitencia, momento de experimentar que la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado y que la muerte; así como también a la práctica de las obras de caridad, comunitarias e individuales.
+ Josep Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa