Si Jesucristo viviera ahora, sería de nuestra órbita, ha venido a decir recientemente un profesor universitario que, ni mucho menos, se confiesa fiel cristiano. Al respecto, nos viene a la mente el recuerdo de las derivaciones de la obra del profesor más acreditado de la universidad de Berlín en la primera mitad del siglo XIX, aquel que, a base de postulados muy bien hilvanados según las pautas académicas de la época, se erigió en el más certero intérprete de la realidad para dogmatizar que todo venía de la pura abstracción; se dice que, cuando alguien objetó que la Realidad pudiera no coincidir con su versión, respondió sin rubor alguno: “ese es problema de la realidad”. Nos estamos refiriendo, ya muchos lo habéis deducido, a ese maestro de sofistas llamado Guillermo Federico Hegel (1870-1831).
Sin duda que del paso de Hegel y su obra académica por la expectante sociedad europea de la primera mitad del siglo XIX se derivó la principal referencia para los amigos del divagar por divagar. Era tal la ambigüedad del hegelianismo que, entre sus discípulos, surgieron tendencias para cualquier gusto: los fieles al “orden establecido” de entonces son recordados por la Historia como figurantes de la derecha hegeliana, mientras que los contestatarios, que se presentaban a sí mismos como “jóvenes hegelianos”, son englobados en la izquierda hegeliana; a unos y otros se refirió Marx con el sobrenombre de “Mercaderes de Filosofía” en tanto en cuanto, dada la confusión sembrada por el obscuro idealismo de Hegel, tomaban tal o cual porción de apariencia o de realidad para interpretarla a su manera. El mismo Marx, que entonces se hacía fuerte intelectualmente a través de la “crítica por la crítica”, dejó escrito:
“Asistimos a un cataclismo sin precedentes en la historia de Alemania: es el inimaginable fenómeno de la descomposición del Espíritu Absoluto. Cuando la última chispa de vida abandonó su cuerpo, las partes componentes constituyeron otros tantos despojos que, pertinentemente reagrupados, formaron nuevos productos. Muchos de los mercaderes de ideas, que antes subsistieron de la explotación del Espíritu Absoluto, se apropiaron las nuevas combinaciones y se aplicaron a lanzarlas al Mercado. Según las propias leyes del Mercado, esta operación comercial debía despertar a la competencia y así sucedió, en efecto. Al principio, esa competencia presentaba un aspecto moderado y respetable; pero, enseguida, cuando ya el mercado alemán estuvo saturado y el producto fue conocido en el último rincón del mundo, la producción masiva, clásica manera de entender los negocios en Alemania, dio al traste con lo más substancial de la operación comercial: para realizar esa operación masiva había sido necesario alterar la calidad del producto, adulterar la materia prima, falsificar las etiquetas, especular y solicitar créditos sobre unas garantías inexistentes. Es así cómo la competencia se transformó en una lucha implacable que cada uno de los contendientes asegurará coronada por la propia victoria…”.
A estas alturas del siglo XXI, en que se debería tener muy presente las lecciones del pasado siglo sobre las calamidades, muerte y destrucción que producen ideas tales como “destruir es una forma de crear”, “la lucha de clases es el motor de la historia”, “el hombre es lo que come”, “la materia es el principio y fin de todo”, “la Religión es el opio del pueblo”, etc., etc., más o menos inspiradas por Hegel o por algunos de sus discípulos, incluido el propio Marx, cuesta trabajo creer que algunos profesores jueguen a ejercer de nuevos mercaderes de filosofía sin importarles huir de la más elemental objetividad para hacer valer sus pretendidas originalidades, que no son más que viejos sofismas, ampliamente desacreditados por sus catastróficas consecuencias.
Ciertamente, es mucha la ingenuidad que se necesita para creer que esos nuevos mercaderes de filosofía nos traen soluciones mejores que las derivadas del trabajo, la iniciativa, la generosidad y la libertad; valores en los se apoyaron y se siguen apoyando cuantos, verdaderamente, hicieron y hacen de su vida un servicio al bien común.
Sea desde la “derecha” o de la “izquierda” política…, que no tergiversen las elocuentes lecciones de la reciente historia es lo menos que debemos pedir a esos nuevos mercaderes de filosofía.
Antonio Fernández Benayas
1 comentario
Sabia respuaeta a todos éstos lumbreras nuevos politiquillos que juegan a ser filósofos y defensores de la verdad y, lo unico que bien saben hacer es, mercadear no solo con la filosofía, sino también con lo más peligroso y sagrado como es la verdad. A titulo personal solo seme ocurre pensar para en bien de mi conciencia y de mi vida, tomar como única referencia el Evangelio, poner todo mi empeño para ser capaz, de poderlo cumplir, pues nadie puede huir de la sequedad espiritual, la oración ayuda.