«En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”. Contestaron: “Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”. Jesús les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios ‘los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”. Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos». (Mc 10,2-16)
Hay un aspecto del evangelio de hoy que me llama la atención y es que, hablando Jesús con los fariseos sobre el matrimonio del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre, el Evangelista Marcos pone a los niños al final del relato y la recomendación de hacernos como ellos.
Comenzamos este comentario por el final: una condición destacable de los niños es la seguridad que tienen cuando está el padre cerca. Esta seguridad se puede decir que ronda lo absoluto, aunque sea temporal y dure solo el tiempo de esta etapa del niño. Pensar en esta seguridad de los niños es buena porque nos ayuda a entender la invitación que se nos hace en el Evangelio de hacernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos: “Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de los Cielos como niño, no entrará en él.” (Mt 10,15).
Es importante detenernos en esta condición de seguridad de los niños, porque es a través de esta y de la experiencia cristiana, lo que nos permite vislumbrar lo que Dios quiere para todos nosotros, que no es otra cosa que seamos Sacerdotes, Profetas y Reyes. Esto quiere decir que podemos gobernar nuestra vida, podemos saber dónde nos aprieta el zapato, discernir lo bueno de lo malo y que podemos perdonar a nuestros hermanos e interceder por todos los hombres.
Los niños, y en realidad también los adultos, necesitamos sentirnos seguros y protegidos para poder explorar el mundo que nos rodea, y también necesitamos ser reconocidos y amados. Pero es curioso, en cuanto tenemos cerca a otro ser humano nos damos cuenta de que una de las características que más resalta es la inseguridad, la precariedad de la vida, la soledad y la indigencia. Si quitamos a Dios de nuestra vida, que es quien nos ha abierto el cielo, ¿qué nos queda? Buscar por nosotros mismos la seguridad que nos da nuestra razón y que consiste en proteger nuestra vida, buscar la seguridad que nos da el dinero, el poder, el prestigio, la fama, el saber… Hemos cambiado de un solo golpe el tener por el ser. Tener razón o contemplar todo desde la razón, que es efímera, es sencillamente poner límites al ser humano. Es justamente en el ser donde es posible encontrarse con el otro ser, es desde donde es posible empezar una relación nueva. Porque encontrarnos con el otro en el tener es empezar a tener una relación de dominio y de violencia, el otro siempre aparece como competencia.
“Yo soy el que soy”, le dice el Señor a Moisés. ¡Qué importante es esta revelación del ser! Aquí está lo fundamental del ser humano y forma parte de los cimientos de la relación de la pareja humana —creada a imagen de Dios— que es fiel porque está apoyada en Dios y es posible y necesario el reconocimiento del otro para que se pueda dar el amor. El matrimonio, como sacramento que supone la unión de un hombre con una mujer —o, lo que es lo mismo, de una mujer con un hombre— es signo del amor que Cristo tiene a la Iglesia. Esto es indisoluble, por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y harán de los dos una sola carne. Esto es lo que por tradición y por cultura cristiana hemos llamado matrimonio, y se necesita la fe para su pleno desarrollo. Creemos que esto poco o nada tiene que ver con lo que se celebra en el Registro Civil, aunque es verdad y necesario que a nivel civil y político, entre los humanos, tengamos todos los mismos derechos y las mismas obligaciones.
El comentario al Evangelio de hoy, considerado como una buena noticia, consiste en que podamos escuchar la Palabra de Dios que nos ayuda a creer en ella y nos posibilita comenzar a tener una nueva relación entre las mujeres y los hombres. Esta nueva relación permitirá a los seres humanos dejar de lado las guerras y las descalificaciones, para que se abra un tiempo de paz donde pueda darse la justicia tan necesaria y novedosa para la humanidad. Permitirá por otra parte que podamos reconocer al otro y/o a los otros como seres únicos, creados todos a semejanza de Dios. En el relato yahvista dice Dios: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda que le sea apropiada” (Gn 2,18). En el relato sacerdotal (Gn 1), el hombre creado a imagen de Dios para dominar la tierra es en realidad la pareja humana.
Alfredo Esteban Corral