«En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial”». (Mt 18,1-5-10)
No se alimenta mayormente la fe de los milagros “oficiales”, reconocidos por la Iglesia, ni del testimonio de los grandes santos. Si mi vida cambia y retorna a Cristo es gracias a que unas personas concretas, con debilidades y defectos como yo, y en un acto de santidad, me hablaron y me dieron a conocer a Jesucristo, en nombre de la Iglesia, y yo, por pura gracia divina, abrí mi corazón a sus palabras, convirtiéndose estas, poco a poco, en motor de una nueva vida para mí. Ahora puedo ver claro que, acogiéndolas, fue el mismo Jesús el que entró dentro de mí, tal y como se dice en el evangelio de hoy.
Esto constituye un verdadero milagro porque, espiritualmente, resucité de una muerte en la que me hallaba por las seducciones y engaños de un mundo, cuyo príncipe, ya sabemos, es el demonio. Estaba ciego porque no veía el cielo ni el amor de Dios. Un oído permanecía cerrado al Señor mientras el otro escuchaba al Maligno, el cual me esclavizaba, dejándome paralítico.
San Juan Bautista, cuando mandó a unos discípulos suyos para preguntar a Jesús si Él era el Mesías, recibió como respuesta que los ciegos veían y los cojos andaban. Estos milagros históricos se repiten hoy en todos aquellos que se dejan curar por el Señor. Hoy puedo decir que Dios me ha liberado de la esclavitud del dinero y la carne, y que estas ya no me pueden separar de su amor. Mi vida es un continuo milagro, mientras mi corazón es renovado por y para Dios. Los pecados y las caídas diarias son ocasión para experimentar ese otro gran milagro, que es el perdón y el amor de Dios. Él me levanta y pone en mis manos las armas para luchar contra las tentaciones y poder vivir más cerca de Él.
Es un maravilloso milagro que el dolor y el sufrimiento, que antes me destruían y me llevaban al pecado, ahora los puedo experimentar de una manera radicalmente diferente, porque puedo ver que la cruz no es un madero vacío sino que es el mismo Jesucristo el que lo ocupa, poniéndose en mi lugar para que yo pueda tener vida eterna. Mi corazón sabe que hay vida detrás de la muerte y que esa vida se llama Jesucristo.
Sin embargo, haciendo uso de la libertad que el Señor me ha dado podía y puedo rechazar su obra, a pesar de haber sido testigo de ella. Todos los días aparecen ante mis ojos otras “verdades”, muy adornadas, pero que conducen al infierno. En todo momento debo tener presente que me puedo condenar. De ese peligro, real y terrible, me avisa hoy Jesús, a través de su evangelio. Por puro amor.
Que el Señor nos hable día a día a través de la historia personal que nos presenta, es un milagro que es muy fácil que pase desapercibido si estamos dormidos. Pero con la oración siempre podemos estar despiertos a la acción de Dios.
Hoy Jesucristo nos pide que reflexionemos sobre el milagro de la vida, de nuestra vida, para que nada ni nadie nos pueda arrebatar el cielo. En el día del Juicio final se nos pedirá más que a los que no han conocido a Dios ni han oído hablar de Él, y ese plus se traduce en que nos hayamos dejado llevar y dirigir por Él. Esto no está en nuestras fuerzas, porque sin Él nada podemos. Pero como el Señor nos quiere y no hay temor en el amor, podemos descansar y estar alegres de ser hijos suyos. Esta alegría nos mueve a dar gratis lo que gratis hemos recibido de nuestro Padre.
Ya sabemos que el mundo está plagado de ciegos, sordos y paralíticos, atenazados por falsos dioses como el dinero, el poder y toda una serie de estatuillas por las que la gente se afana. Las personas que se dirigen por este camino procuran eliminar todo aquel o aquello que les estorba.
Naciones tradicionalmente cristianas están siendo invadidas por la corriente materialista y atea que abandera el demonio. Europa se está convirtiendo en una Cafarnaún que hasta el cielo se quiere encumbrar. Se pretende colocar a Dios en un lugar accesorio, vivir sin Él.
Hoy, la Palabra de Dios nos coloca como enviados suyos. En esta misión podemos ser acogidos o rechazados, pero en ningún caso debemos renunciar a llevarla a cabo. En la renuncia está el fracaso y no en que nos escuchen o no. Esta es la tarea, también, para la que el Señor ha obrado tantos milagros en nuestra vida.
Hermenegildo Sevilla