«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido’. El administrador se puso a echar sus cálculos: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa’. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’. Este respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El le dijo: ‘Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta’. Luego dijo a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. Él contestó: ‘Cien fanegas de trigo’. Le dijo: ‘Aquí está tu recibo, escribe ochenta’. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”». (Lucas 16,1-8)
Cuando Israel envió a su hijo José a sus hermanos este le dijo: “Estoy listo” (Gn 37, 12-14). José no dice “soy listo” o “soy un listo” sino “estoy listo”. Es una historia de mansedumbre, de nobleza, de talla humana y de gracia. José se encuentra preparado para la misión que el padre le confía, siguiendo ya de antemano el espíritu del Evangelio (Mt 24,44): “Estote parati”, estad preparados. Actitud que nos habla de disponibilidad, de confianza, de amor y diligencia.
No hay —no debe haber— muchos análisis en los quereres de Dios para con nosotros. En el reino del espíritu la mejor inteligencia es la docilidad, bien distinta del dejarse llevar, la flojera o el atontamiento estéril. Es un tipo de prudencia que a los ojos de los profanos es auténtica necedad, mojigatería, ausencia de carácter. La docilidad no es imbecilidad o aborregamiento. Es la actitud fundamental de los verdaderamente fuertes, de los que ponen su ser entero al servicio de algo o alguien que no son ellos mismos. Docilidad para salir de un mismo; no brusquedad ni mala manera, mal tono o arranque malhumorado (1 Pe 5,2). “Salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada” (San Juan de la cruz). Es la docilidad a la voluntad de Dios la verdadera inteligencia de la Iglesia.
Sabemos lo que piensa el mundo de las cosas divinas, de la cruz en particular: necedad, pérdida de tiempo: “La palabra de la cruz, para los que perecen es una insensatez; más para los que se salvan, para nosotros, es una fuerza de Dios. Porque escrito está: Arruinaré la sabiduría de los sabios, y la inteligencia de los inteligentes anularé. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de este mundo? ¿Acaso no aturdió Dios la sabiduría de este mundo? Ya que en la sabiduría de Dios no conoció el mundo a Dios por el camino de la sabiduría, tuvo a bien Dios por la necedad de la predicación salvar a los creyentes ( 1 Co 1,18)
Estoy listo, decía José. Su inteligencia era disponibilidad absoluta al querer de su padre. El mundo sabemos cómo actúa: empresarios sin miramientos, ataques por la espalda, insultos, refinamientos de poder y mando, prestigio a ultranza, confort como criterio de horizonte. Y en un nivel más bajo están los listillos de cafés, los gatos que buscan salirse con la suya… Sí, eso, los listillos.
Con estos preámbulos abordamos el personaje del Evangelio de hoy y lo que quiere el Señor que aprendamos. Se trata de un hombre que no ha actuado bien porque derrochaba bienes. Fue una acusación por parte de otros. El original griego del Evangelio emplea la palabra diaskorpizon para referirse a la actitud de dispersar, dilapidar, despilfarrar, desconcertar, confundir, desbaratar (Dicc. J.M.Pavón). Resulta que este verbo tiene la misma raíz que escorpión (skorpios). Estamos ante un hombre-escorpión: un hombre que con su veneno descuartiza, corta en pedazos la unidad. Dilapida los almacenes de beneficios, resta así poder e iniciativa a su patrón. El texto griego para referirse a los bienes dilapidados usa la palabra uparxonta. Es la propia existencia la que queda dañada por la actitud mala, dañina, de este empleado. Estos bienes —estos uparxontas— no son simples posesiones sino parte del mismo ser del patrón. La astuta gestión envenena las posibilidades y circunstancias de aquel para quien se trabaja. Las ventajas preexistentes y los recursos quedan paralizados por el mal. Podría la empresa derivar en perdición, en quiebra del asunto.
Este hombre ante el correspondiente despido sigue desarrollando su mala gestoría. Piensa, maquina, calcula, contradiciendo la más elemental caridad paulina —“el amor no lleva cuenta del mal” 1 Co 13); ni lo tiene en cuenta ni lo maquina—. Si ha actuado mal no debería entender como mal el despido sino como justo correctivo, como orilla donde para la maldad, fin de la travesía del pecado. Pero este administrador reacciona con orgullo, intensificando sus ardides, su maquiavelismo. Es la perfidia que nunca para en el que nunca para de hacer el mal. La sagacidad le llevó a la injusticia, al descalabro, al descaro. La misericordia lleva al alivio, sin infringir las normas morales. Este hombre está usando a los demás para sus propios intereses. Cosifica al otro, maneja al otro. En tiempos de Roma se hacía lo mismo dando pan y circo a cambio del aturdimiento de ideas simples. Manipular, algo propio del hombre rastrero, del mal político.
Vemos además la prisa como nervio de acción. El amor lleva otro ritmo. El egoísmo es angustioso. La caridad libera de opresiones. “Aprisa, siéntate y escribe cincuenta”. Las prisas, sí, esas buenas consejeras del mal en muchas ocasiones.
Es el propio amo el que acaba alabando al sagaz administrador. Jesucristo enfatiza la pasión por el bien y lo hace poniendo al lado su contrario, la pasión por el mal. Es ley psicológica: el negro al lado del blanco es más negro aún, superlativamente negro. No se ensalza la acción mala sino la pasión, la fuerza por la gestión buena. San Francisco Javier hablaba de las maravillas que podrían hacer los cristianos si imitaran la bravura con las que los malos buscan el dinero y la tierra. Los santos no lo son por pasionales sino por tener pasión de Amor.
La astucia de la serpiente es presentada por el Evangelio (Mt 10,26) como la habilidad para el bien. Dios alaba la entrega de nuestra vida a su plan siempre amoroso, la potencia de la Caridad, el celo por las almas.
Francisco Lerdo de Tejada