Mateo, Marcos (qué nombre más bonito), Lucas y Juan. Y aunque algunos más escribieron sobre la vida de Jesús, estos escritos no fueron promulgados como fehacientes, al no poder confirmarse su real procedencia ni constatar su verdad. La Iglesia los llamó apócrifos… y ahí están ¡Vale! Pero cuidado, te podrían confundir…
Voy a redactar unas líneas sobre estos cuatro apóstoles, porque la gente no tiene mucha idea… Y es curioso ver cómo cada uno es “de su padre y de su madre”… El preocupado, el sencillo, el delicado y el profundo.
Mateo, fue el primero en escribir —debía pesarle aquello del “cobreteo” de impuestos—. Se supone que antes de irse de Palestina ya había escrito su Evangelio en arameo, particularmente para el pueblo de Israel. Su estilo es conciso, solemne y radical. Esto de radical, ¿será también por lo de “Hacienda”? Habla con frecuencia de la actitud de Jesús con los fariseos y de estos con Él (el constante dilema). La fe es primordial instrumento para seguir a Cristo. Enamorado del Reino de Dios, del Padre —emplea mucho esta palabra— para mí, Mateo es el evangelista preocupado, el “luchador” de la Palabra.
Marcos, primo de Bernabé (apóstol no elegido entre los Doce), fue discípulo de Pedro —este le llamaba “mi hijo” —. Hizo apostolado con Pablo (aunque un día se enfadaron…). Escribió con palabras comprensibles para todo el mundo. Humanizó la figura de Jesús y relaciona como ninguno su enseñanza con sus hechos. Pero el Jesús de Marcos es el Jesús de la pasión. Se supone que era debido al sufrimiento y muerte de cristianos en Roma (el Nerón de las narices que les echó la culpa de incendiar la ciudad ¡mentira cochina!) y los martirios de Pedro y Pablo —con quien hizo las paces en Roma—. Él presentaba la vida de Jesús como anticipo de lo que sería la vida de ellos. Para mí, Marcos es el evangelista sencillo, el dolorido.
Lucas, era un gentil instruido —médico, para más detalles—. Se hizo cristiano en el año 40, tal vez por la amistad con Pablo en Antioquía y a quien acompañó en varias correrías apostólicas. Recopila “material” de Mateo y Marcos en griego. Como buen médico, le interesa sobre todo, más que los hechos de Jesús en sí, el impacto y sentimiento que su doctrina provoca en los oyentes. Es delicado e intenta omitir situaciones o actitudes que pueden herir la sensibilidad. Presenta a Jesús lleno de Espíritu Santo; la bondad y misericordia de Dios en la persona de Cristo extendida a todo el mundo. A la oración le da una gran importancia y la abnegación ante todo, para ser discípulo. Ataca a la riqueza (¡ufff, cuantas cuentas en Suiza!), porque entorpece el camino del alma y la pone en peligro. Es decir, si te apegas al dinero, te olvidas de Dios (o del necesitado)… ¡Y después no tendrá solución!
Este evangelista se informó de cantidad de detalles; tenía tanto interés que se fue a Éfeso a hablar con María de muchas cosas, ya que él no conoció a Jesús personalmente aún siendo contemporáneo de Él, y quería saber y saber. Veo a los tres sentados (con Juan) alrededor de “la mesa camilla” y cuenta que te cuenta… Para mí, Lucas es el sentimiento, el evangelista delicado y apasionado de Jesús.
Juan, es un mundo aparte, diferente a los demás… Era muy joven cuando Jesús lo eligió y le tenía un afecto especial. Su forma de escribir es doctrinal, espiritual; enseña, no narra especialmente. La Verdad y la Vida son sus palabras del alma. El interés principal de sus escritos no es el histórico sino el teológico. Se dice que es el Evangelio donde el soplo del Espíritu Santo se hace palpable. El reino de Dios “desaparece” para dar paso a un Jesús que “anda por nuestra casa”, en nuestras vidas, sin esperar al fin del mundo. Es el Evangelio de las mil y una catequesis… Termina la Obra con un final único, El Apocalipsis: “Y vi…, y vi…, y vi…” ¡Qué susto más tontorrón!!! Para mí, Juan es el profundo, el teólogo, el que habla de un mundo nuevo, de un Dios con nosotros.
Emma Díez Lobo