Tradicionalmente se contemplan siete motivos por los que la Virgen María sufrió especialmente. Algunos de ellos fundados en los Evangelios, otros como creación de la piedad popular. Al meditar en los motivos que más le pudieron hacer sufrir a la Madre de Jesús, he ampliado hasta diez los momentos o circunstancias en los que la Nazarena se vio especialmente asociada a los dolores de su Hijo.
Primer dolor:
Contemplo lo que pudo suponer en la joven María el quedarse en estado, sin concurso de varón, al imaginar las dudas de su esposo san José. “María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado” (Mt 1, 18-19).
Segundo dolor
Este dolor, según la piedad popular sería el primero, con motivo de la profecía del anciano Simeón: Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—» (Lc 2, 34-35).
Tercer dolor
El dolor de la migración, de padecer persecución, inestabilidad e inseguridad, al tener que huir María con su Niño a Egipto. «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt 2, 13-14).
Cuarto dolor
Aparece explícitamente manifestado en labios de María, cuando se encuentra con su Hijo en el templo, después de andarlo buscando durante tres días. “Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48).
Quinto dolor
He intuido el sufrimiento que supone a una madre el desprendimiento de su hijo, la emancipación y separación, por mucho que las relaciones sean maduras y respetuosas. Me fundo en las expresiones evangélicas: “Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo” (Lc 2, 49-50). “Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».” (Jn 2, 4). “Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». (Mt 12, 47-50)
Sexto dolor
La tradición intuye que Jesús se encontró con su madre en la Via Dolorosa, y que se cruzarían las miradas. Intenso momento de sufrimiento y de impotencia para la mujer que dio a luz al más hermoso de los hombres. Sabemos que Jesús se dirigió a las mujeres de Jerusalén. ¿Estaría cerca de ellas su madre? «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. (Lc 23, 28-29)
Séptimo dolor
Toda maternidad contiene dolor, y si ser madre del mejor Hijo de los hombres le supuso a María tanto sufrimiento, ¿qué no le acarrea la misión que le da su Hijo desde la cruz, de ser la madre de todos los humanos? “Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». 27 Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». (Jn 19, 26)
Octavo dolor
El Evangelio narra que María contempló de cerca a su Hijo en la Cruz, y fue testigo de toda su agonía, e incluso cuando le traspasaron el costado con la lanza. “Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; 33 pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19, 29-34).
Noveno dolor
La piedad popular ha recreado, desde muy pronto, la posible escena en la que María abraza el cuerpo muerto de su Hijo. Se ha llamado a esta escena: “Quinta Angustia”, cuando en el orden clásico sería la el sexto dolor. No tenemos texto correspondiente, sin embargo es la imagen que mejor representa el dolor de María.
Décimo dolor
En la tradición es el séptimo dolor, en él se contempla en el enterramiento del cuerpo del Nazareno. Si sabemos que junto a la Cruz estuvieron algunas mujeres y entre ellas la madre de Jesús, y que José de Arimatea y Nicodemo le dieron sepultura al cuerpo del Crucificado, hay que suponer que María estaba allí. Encontramos su presencia en el relato, cuando dice: Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. 41 Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. (Jn 19, 38-42)
Ángel Moreno