En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?».
A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara». Jesús les dijo: «Id». Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país. (Mt. 8, 28-34)
Los “demonios” son malos, pero no son tontos. Y esto es así desde el principio: Embusteros, tramposos, trileros, falsarios… capaces de disfrazar el lugar de la muerte como el habitual para vivir, a los que atrae y posee los lleva al lugar de los muertos y los convence de tal forma que te hacen creer que no hay más espacio que un cementerio para vivir, hacen del hombre un muerto en vida.
Pero, al mismo tiempo, disfrazan lo que de verdad lleva a la muerte como algo bello: “apetecible a la vista, bueno para comer y excelente para lograr sabiduría” (Cf. Gen. 3, 6). Pero no son tontos. Saben que con Jesús tienen sus horas contadas y se enrabietan: “¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?”… Mientras estabas en la “otra orilla”, este territorio era nuestro y sus gentes a nuestra merced: Furiosos, violentos. Como los suburbios marginales de nuestras ciudades; guetos con dominio del miedo que hacen que nadie quiera entrar… ¿y tienes que venir tú?
Los “demonios” son malos, pero no son tontos, y como todo derrotado inminente trata de “salvar los muebles” en una negociación de última hora: “Si nos echas, mándanos a la piara”. Total, razonarían los diablos, Jesús es judío y considera al cerdo como animal impuro y ¿qué lugar más adecuado para escapar que el más inmundo de los seres vivos?
Pero como son tramposos, fuleros, trileros y falsarios, saben de sobra que de “impuro nada”, y que, como antaño la fruta prohibida, el gocho es “apetecible a la vista (con esa pancita bellotera, esa colita enroscada, esas pezuñitas negras, bonito hasta en los andares), bueno para comer (contigo en tu seno, el más humilde bocadillo se transforma en un monumento culinario) y excelente para lograr sabiduría (¡cuánto ingenio has despertado para aprovecharte entero desde el pelo hasta las tripas!”. Si es que, como a todos los que agarra el demonio, tú naciste para ser “curado”.
Y Jesús, que declara “puros” todos los alimentos (Cf. Mc. 7, 19), permite que entren en ellos. En el “padrenuestro” no pedimos que nos quite la tentación, sino que no nos deje caer en ella. Sí pedimos que nos libre del “Malo”. Y el cerdo, ese ilustre e ínclito animal, como todo lo que es bueno, cuando lleva en sus intestinos un demonio en lugar de bellotas, se convierte en causa de tentación de todos los pecados capitales. ¡Ay cochino maldito! ¿Por qué estarás tan condenadamente bueno?
No solo provocas gula: ¿quién en su sano juicio rechaza el regalo que eres tú en cualquier comida o cena? También la avaricia, ya lo dice la copla castellana que “quien tiene un marrano tiene un tesoro”. Y cualquier establecimiento culinario que se precie tiene que medir su categoría por el número de “pata negra” que penden de sus paredes y no hay estancia de una casa que más orgullo de enseñar (quien pueda) que una cámara repleta de chacinas, que causan, sin duda, la envidia de la concurrencia.
Y esos andares, garbosos, gallardos. Sobre esas pezuñitas negras, esbelto cual bailarina danzando de puntillas ¿no son fuente de lujuria? Verte correr por los campos es alegría solo superada por verte sobre una bandeja. Si es que no tienes desperdicio. Pereza da después de una buena ingesta hacer cualquier cosa.
Sin ti el más sabroso de los manjares queda viudo. Tristes habitan las pobres lentejas sin tu presencia. Estoy convencido que cuando el soberbio Esaú exigió a Jacob ese “guiso rojo” no se refería a las legumbres sino a ciertas islas rojizas que flotaban por el medio, pedazos de cielo llamados chorizos, cuya presencia hizo que descargara toda su ira contra su hermano aún a costa de su primogenitura.
Como diría el título de la película: “El diablo anda suelto”, y los cerdos se arrojaron al mar. El mar es la cuna de los demonios. Al mar será arrojado de manera definitiva la Bestia del Apocalipsis. Pero como los demonios son malos pero no son tontos, hacen que el mar sea el lugar más deseado de estos días estivales y pueden estar tramando que una cosa tan buena y necesaria como el cochino, como lo son las vacaciones pueda convertirse en espacio privilegiado para el Tentador.
Lo primero pedirle a Jesús que se marche. Sí, has curado a dos personas, haces muchas cosas buenas, pero… como los porquerizos, me estropeas mis planes, así que mejor te vas.
Aviso a navegantes, los demonios son malos pero no son tontos, saben que cuando se está en el mar se baja la guardia, y ellos se han arrojado allí y están esperando.