El Bautismo confiere al hombre tres caracteres, misiones y señas de identidad que le distinguen como bautizado, como hijo de Dios, y que marcan su vida de cristiano y miembro de la Iglesia. Así, el que recibe el Bautismo es ungido como sacerdote, profeta y rey.
Sacerdote porque está llamado a interceder, mediar y rezar por todos sus hermanos, por todos los hombres. Rey porque debe reinar sobre todos los bienes de la creación que Dios ha puesto para su servicio y no convertirse en un esclavo de ellos, convirtiéndolos en ídolos, de forma que la única servidumbre sea hacia el Señor y al bien del prójimo. Y también, y este es el motivo central de este artículo, al cristiano se le asigna la misión de ser profeta, de prestar su voz, todo su ser al Señor, para ser vehículo de Dios al servicio de la Humanidad.
Y esta llamada es importantísima, me atrevo a decir que vital para la sociedad de hoy, para un mundo sobre el que se ciernen una serie de peligros de tal envergadura que amenazan con su destrucción moral y espiritual. Por eso se necesitan con urgencia profetas que adviertan al mundo acerca de toda una serie de conductas, actitudes y pensamientos que le llevan a la muerte. La Iglesia, que siempre discierne acerca del signo de los tiempos, impulsa con fuerza el desarrollo de una nueva evangelización que cubra esta imperiosa necesidad.
“el celo de tu casa me devora”
El Señor, a través del profeta Ezequiel, nos dirige unas palabras que, como siempre, son tan actuales como si hubieran sido escritas ayer: «A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al mundo: Malvado, vas a morir sin remedio y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras tu habrás salvado tu vida». (Ez 33, 7-9)
A través de esta lectura podemos ver con claridad la importancia real de tener celo y ser fiel a la misión de ser profeta en medio de esta generación, porque de ello no solo depende la salvación de muchos hombres sino que también es la tuya propia la que está en juego.
Todos los cristianos sabemos que a diario, en el trabajo, en nuestro barrio, con los vecinos, con nuestra propia familia, con los amigos y con los que no lo son, estamos llamados a dar razón de nuestra fe, de la Palabra que el Señor ha derramado a raudales sobre todos nosotros, sirviéndose de profetas que la Iglesia ha puesto para nuestro servicio. Es urgente que seamos de verdad la voz de Jesucristo en medio de esta sociedad. Y sabemos que el defender la vida en todas sus etapas, el hablar del bien que el perdón representa para el hombre, el posicionarse a favor de virtudes como la humildad y la caridad, el defender el «ser» frente al «tener», la austeridad frente al consumismo, el cuestionar que el beneficio material sea la máxima meta en el mundo de la economía y en el de las relaciones interpersonales, y muchas otras cuestiones que son muy importantes para que este mundo pueda volver su mirada hacia Dios, implica para el que las anuncie el ser descalificado y marginado, pasando a ser socialmente incorrecto.
“elegid a quién habéis de servir”
La Sagrada Escritura nos anuncia que las penas de este mundo no pesarán lo que las gracias del Cielo. No está en nuestras manos el ser escuchados, ni que nuestra misión sea fructífera, pero si es responsabilidad nuestra, como cristianos que somos, el ser fieles a la misión de denunciar los atentados contra la vida, la verdad y el bien, y el avisar a los transgresores de estos valores – siempre desde la caridad pero sin faltar a la verdad- de las consecuencias de sus actos, que repercuten también sobre ellos mismos.
Si mañana en mi trabajo, desde » el banco de los burlones » mis compañeros se ceban con el de siempre, yo no debo sentarme con ellos sino caminar con la víctima y ser portavoz del Señor en medio de esa maldad. Si mi amigo de toda la vida me dice que no debo perdonar a ese vecino que me ha causado tantos perjuicios, porque entonces se va a aprovechar de mí y me mostraré como un ser débil y pusilánime, debo decirle que mi vida es fruto del perdón de Jesucristo y la suya, aunque él no se de cuenta, también. Y que el perdón hace feliz tanto a quien lo otorga como al que lo recibe.
Desde ese «banco de los burlones» del Salmo 1, el mundo de hoy propaga las bondades del aborto, del relativismo, del «yo» como valor absoluto, de la eutanasia, del consumismo, del empirismo, de la producción como fin último y primordial del mundo de la economía, de la vanidad, de la banalidad, del rechazo a cualquier tipo de sufrimiento, al esfuerzo, a la responsabilidad, al compromiso y al altruismo, como a los peores de los enemigos. Se frivoliza y se desmerece la búsqueda del bien y se aligera lo más posible la trascendencia del mal, presentando a este muchas veces como bien.
Al igual que el Señor se dirigió al profeta Ezequiel para que hablara al pueblo de Israel, también se dirige a cada uno de nosotros, a los bautizados, para que seamos sus mensajeros en este mundo que nos rodea y anunciemos la Verdad, la que da la Vida, la Vida Eterna, y si vemos que alguien a nuestro lado se encuentra perdido en las tinieblas, debemos mostrarle el camino que conduce a la luz, a la senda que abrió Jesús con su muerte y resurrección y que proporciona al que la sigue fortaleza, alegría y esperanza.
Jesucristo, sabedor de la dificultad que esta misión representa para hombres débiles como nosotros y de la trascendencia de su cumplimiento, nos dijo antes de su Ascensión: «Ánimo, yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.
Publicaciones relacionadas
Lectura de la Sagrada Escritura
8 Mins de lectura
Los cinco libros de Dios
11 Mins de lectura
El tercer enfoque
8 Mins de lectura