Tanto en mítines y proclamas populistas como en las tertulias radiofónicas o televisivas, y seguro que también en los íntimos círculos de la política “teórica y profesional”, se habla mucho y muy enfáticamente sobre la Justicia Social y otros grandes valores…; pero, demasiadas veces, sucede ello desde la premisa de un abstracto “deber ser” que poco o nada cuenta con la realidad del momento y, mucho menos, con un serio compromiso personal de todos o de casi todos cuantos hablan y hablan hasta recrearse con el eco de sus propias palabras, obviando tal vez el hecho de que “mejorar lo mejorable” es una ineludible exigencia de la buena política.
Sucede luego que, en el terreno de las realidades cotidianas, no pocos de los más graves problemas continúan sin resolver cuando no se agravan aun más por el inadecuado tratamiento con probada escasez de trabajo, responsabilidad y generosidad…
¿No es ahí en donde deben (debemos) entrar los católicos que se toman (nos tomamos) en serio el papel de “sal de la Tierra”? ¿Cómo? Tomándonos muy en serio eso de “vivir en este mundo sin ser de este mundo” y dando a “Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar”, lo que nos lleva a prestar a la Política la atención que se merece: tanto mejor si vemos en ella un medio para responder al mandato del Amor y no una especie de religión en la que es preciso seguir las dogmáticas consignas de sus ocasionales próceres e ideólogos.
En los tiempos que corren, no parece muy fácil obrar en católico y seguir ce por be las consignas de algunos partidos; pero sí que, mande quien mande y sean cuales sean las circunstancias en las que transcurra nuestra vida, siempre está a nuestro alcance “amar al prójimo como a nosotros mismos”. Tal podemos intentar tú y yo sin esperar a que nos abra el camino el político profesional de turno.
Antonio Fdez. Benayas