Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Natanael le contesta: “¿De qué me conoces?”. Jesús le responde: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estaba debajo de la higuera, te vi”. Natanael respondió: “Rabí, tu eres el hijo de Dios, tu eres el Rey de Israel”. Jesús le contestó: “Por haberte dicho que te vi debajo de la Higuera, crees? Has de ver cosas mayores”. Y le añadió: “En verdad, en verdad os digo; veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre” (San Juan 1 47-51).
COMENTARIO
“La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la tradición”. Esto declara el nº 328 del Catecismo de la Iglesia Católica. Los mensajeros de Dios existen y refuerzan, no disipan, la creencia en Dios. Lo asegura el propio Jesús, en este pasaje; veréis a los ángeles subir y bajar sobre Él. Obviamente este tráfico angélico recuerda la “escala de Jacob”, su propia cruz, en la que unirá la tierra con el cielo, escalera con la que abrirá el cielo, que permanecía cerrado a los hombres.
Natanael hace una profesión de fe imponente, “Tú eres el Hijo de Dios”, falta un peldaño para llegar a la proclamación de Tomás, tras la resurrección; “Señor mío y Dios mío”. Natanael reconoce al Hijo de Dios. Tomás se rendirá ante Dios mismo.
Jesús no prodiga elogios, pero a Natanael le adjudicó el honroso título de “israelita de verdad”, y lo aclara bien, sin rastro de ironía, al decir: “en quien no hay engaño”. Es re-conocido por el Señor y él se asombra, pero Jesús les promete “cosas mayores”. ¿Cuales?
Dos muy importantes; el cielo abierto, lo que significa que hay cielo y que por fin es accesible a los hombres y, la imagen de “ver” a los ángeles subir y bajar. Es un gran misterio esto de ver a los ángeles, puesto que son espíritus, conocidos solo por su cometido.
Apariciones visibles de ángeles tenemos registradas varias; las más resaltables son las de los tres arcángeles Gabriel, Rafael y Miguel. Y la Escritura recoge misiones muy especiales ejecutadas perfectamente conforme al designio divino, actuando o esperando sus órdenes.
Además de los tres arcángeles, a los que llamamos santos por reflejar la santidad de Dios, cuya memoria celebramos hoy, lo importante es esta impagable imagen de que suben y bajan, bajan y suben, uniendo el cielo y la tierra, la tierra y el cielo, el Padre y el Hijo. Por eso el ángel de la guarda es tan importante, porque tiene acceso franco al cielo. No es de extrañar que uno de los emblemas de Israel sea la escala de Jacob. Ni que en sus sinagogas esté escrito, o en el rito de dedicación de los templos católico se diga: “¡Que terrible es este lugar!” (Gn 27 17).
Es que tomar conciencia del encuentro con Dios, como Natanael/Bartolomé que se supo visto de Él Señor, resulta sobrecogedor. Y es a ese “verdadero israelita” en el que se concitan las bendiciones de Isaac sobre Jacob, apelando a las promesas hechas a su padre Abran (Gn 28 1ss), las que viene a cumplir Jesús. Él es la verdadera escalera que une el cielo y la tierra, y por donde transitan los ángeles, que le asisten, le acompañan, le obedecen, lo sirven, etc.
Al despertar Jacob de su sueño, reconoció “¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!” Tampoco Natanael, el auténtico, sabía que allí estaba El Señor, acampado entre nosotros (“casa de Dios y puerta del cielo”, Gn 28 17). Jacob vio en la cima de la escala a Yahveh, Natanael lo ve a ras de suelo. Pero la escala por la que bajan y suben los ángeles es la misma; los mensajeros no se detienen. La promesas hechas a Abran, Isaac y reiteradas a Jacob, están ahora cumplidas. El cielo está abierto, por eso pedimos que los ángeles nos lleven in paradisum, y los ángeles suben desde el mismo Jesús; suben y bajan, pero primero suben. Están ya con Él. Es lo que acaba de recordarnos Daniel: el reino del Hijo del Hombre es el definitivo. Muchos imperios han pasado por la Historia de la Humanidad, pero “Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dn 7 14). Esta es la Fe, la seguridad en lo definitivo.
Natanael vio a Dios, sin intermediarios. Es lo que ocurre en el cielo, según el dogma católico: las almas de todos los santos, con dicha inefable, “ven la divina esencia con una visión intuitiva, cara a cara, sin mediación de ninguna criatura” (CIC n.º 1023). Los ángeles también están en el cielo, como asimismo actúan en la tierra, pero allí ya no median, los redimidos se unen directamente al coro de los ángeles, como proclamamos en la eucaristía anticipando el cielo al salmodiar en presencia de los ángeles (Sal 137 1), repitiendo sin cesar; “Santo, Santo, Santo es El Señor”