Cuántas veces lo secreto, lo más escondido, lo más íntimo de uno y, quizás, lo más importante no lo dejamos salir y nos ahoga. Cuántas veces nos oprime, nos duele y nos va marchitando poco a poco, día a día, mes a mes, de año en año. Con el tiempo nos vamos sintiendo mal sin saber por qué, sin encontrar el sentido. “Lo tengo todo, pensamos, y sin embargo… no me siento bien. Tengo familia, trabajo, amigos, una vida social agradable… y no encuentro la paz, la serenidad. No soy feliz”.
De nuevo, resuena la voz de la Hermana Glenda: “Mi Padre está en lo secreto, mi Padre ve en lo secreto, mi Padre conoce mis secretos…” y, sin saber cómo, oyendo sus palabras al compás armonioso de su guitarra, se van agolpando los recuerdos dentro de mí. Son muchos recuerdos que han quedado hirientes, doloridos en algún rincón del alma: cosas que no supe o no pude resolver; amigos que fallaron; historias de amor resquebrajadas, rotas; palabras calladas que no supe decir a tiempo, guardadas en el recuerdo, en una memoria olvidada; una infancia vaga que apenas recuerdo…, y todos me duelen y me hieren. Secretos, tan sólo secretos olvidados en algún rincón del alma.
Señor, mi pensamiento calas desde lejos
Me dispongo a leer, meditar, orar y contemplar la palabra que hoy nos propone la Hermana Glenda. Es el Evangelio de San Mateo (6,5-6): “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Es cierto, Señor; por lo general hacemos las cosas para que nos vean, para aparentar lo que no somos o no tenemos, para ser vistos. Y tú me dices que entre en mi habitación, que cierre la puerta y que aquí en lo secreto, en lo escondido de mi corazón, hable contigo, que abra mi corazón. Porque tú lo conoces todo de mí. Me pides que no tenga miedo y que te cuente uno por uno todos mis secretos, todas aquellas historias de mi vida oxidadas en el algún rincón del alma. Me haces ver que deseas descargar mi alma, que sólo tú las entiendes y comprendes.
Una lágrima recorre mi mejilla y no sin esfuerzo me dispongo a contarte mis secretos, aquellos que durante tanto tiempo se instalaron en el cuerpo, en el corazón, en lo más profundo de mi alma. Todos aquellos secretos que enquistaron mi existencia, que no me dejaron avanzar, crecer y que crearon en mí la amargura que me embarga.
si ando entre angustias, tu diestra me salva
Uno a uno, los voy desgranando y te los voy contando. Ese ayer dolorido, la noche oscura que no acaba, la tristeza de mi niña, aquel abrazo inalcanzable, el dolor del hospital, la enfermedad interminable, los anhelos no forjados y ese adiós enmudecido que cruje dentro del alma. Una lista inagotable que va saliendo poco a poco.
Y le doy gracias a Dios porque Él entiende de secretos, los comprende, los perdona y le da luz a mi alma. Sólo Él sana mis heridas, cura mi vida y me da nuevas esperanzas.
Dejo de temblar, ya no tengo miedo. Siento como su mano amiga abriga mi vida, consuela el alma y un beso sobre mi mejilla sella mi historia y hace que con una dulce sonrisa pueda despertar al alba.