Dijo Jesús a sus discípulos. No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozaros.
Así, pues, todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas.
“Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (San Mateo 7, 6. 12-14).
COMENTARIO
Evangelio de Jesús, en la selección recortada de hoy, tomada literalmente, no es fácil de entender ni seguir, diríase que imposible. Parece contradictoria con su imagen evangélica, porque la cumbre de su mensaje, y a la vez solución de los problemas del hombre, es amar no solo a los amigos, sino hasta a los enemigos, incluyendo “perros” y “cerdos” que obviamente aquí no son animalitos domésticos, sino hombres pecadores recalcitrantes, enemigos de Dios. Pero «no juzguéis y no seréis juzgados». De hecho el Maestro amigo, se sentaba a comer, se dejaba tocar, y exponía su doctrina a publicanos y prostitutas, doctores y sacerdotes. Su santidad y la perla preciosa de su Palabra, la proclamaba como el sol que hace lucir el Padre para justos y pecadores. Se hizo presente para todos.
Y es que no se puede recortar el Evangelio, sin peligro de perder la sustancia. La solución a la aparente contradicción de hoy, la da el mismo Mateo en los versículos 7 a 11 amputados, que son parte de su mensaje y dicen: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Nosotros solos, ni con el mayor poder dialéctico o convincente, podemos hacer mucho en cuanto a la fe en Jesucristo de todos los hombres, que es nuestra “cosa santa”, ni hacer que lo amen y que nos amemos, que es nuestra perla preciosa.
Es evidente que el mensaje depende de algo que no dominamos, porque entonces no tendríamos perdón sin compartirlo. Es como si tuviésemos un remedio seguro para el cáncer, y no lo compartiéramos con los hombres enfermos. ¿Y qué es ese “algo” que no depende solo de nosotros? Es la gracia de Dios que brota del Espíritu Santo presente en la Palabra del Evangelio proclamada en plenitud. Para encontrarlo de forma experimental y “sostenible” —que dirían hoy— hay que entrar por la puerta estrecha de la oración humilde, porque Él lo ha escondido para humillar nuestra soberbia, pero no en sitio lejano e inaccesible, sino muy cerca, en la memoria amante del corazón, con pistas muy claras. Ahí la puerta estrecha de la oración y humilde petición al Padre de todos, se hace inmensa avenida en cuanto se abre, porque es la estrechez elástica de Cristo mismo. Este pasaje del Evangelio, como tantos otros, es una provocación a nuestra constancia en la oración humilde. Nos lo enseña el mismo Jesús en los versículos amputados hoy: «pedid y recibiréis.». Sin la virtud del discernimiento, (diacrisis), no sabríamos distinguir quienes son los “perros”, quienes son los “cerdos”, y su aplicación a nuestro antojo de esos criterios podría ser un escollo muy serio para el amor, incluso a los amigos y a nosotros mismos, que viéndonos indignos, —con pensamientos que muerden como perros y sentimientos que se revuelcan en barrizales—, no osaríamos ni acercarnos a su santidad. El Evangelio es un camino duro, con una puerta inmensa de gracia al final.
¿Qué queremos hacer y que nos haga la gente hoy? Como cristianos y católicos, es el respeto de nuestra fe, y aprender a respetar la postura ajena, incluyendo la de no tener fe en nada más allá de lo empírico. Después, inmediatamente, a todo el que quiera compartir en profundidad y vivir la presencia, como el pueblo del Reino que somos, abrir nuestras puertas, y que todos vean nuestras perlas y participen de lo Santo. Sin eso no habrá tierra habitable para la paz.
Es un reto enorme el de la evangelización, porque supone que es compartir nuestro modo de vivir la fe, el que atrae a las gentes a Jesús vivo y resucitado. No solo no se puede imponer la fe, sino que ni siquiera se puede compartir si no se acepta al otro. Es dura la expresión de no echar lo santo a los perros, pero ahí está en el Evangelio, como está aquella escena de Jesús en Tiro, cuando una pagana -Elena-, que le pedía por su hija endemoniada, fue tratada de palabra por Jesús como “un perrillo”. Ella insistió, conoció el verdadero alcance de aquel insulto cariñoso de Jesús, y obtuvo la respuesta del milagro. Su hija quedó sana.
Es el gran reto evangélico. Dios «mira la humillación de su esclava», (Lc 1,38) y toda su potencia creativa, recreadora, así se hace carne de hombre, y Dios entre nosotros. ¡Si lo creyéramos así!