«En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió Jesús: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que estos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas». (Mc 12, 28b-34)
Hay un programa concurso en televisión en el que un transeúnte elegido al azar tiene que, a su vez, elegir otro transeúnte al azar para hacerle una pregunta. Lo menos importante es lo que se puede aprender con la respuesta, o si acierta o no. Lo importante es “pillar” al que responde si acierta o no la apuesta previa del que pregunta. Sí; parece un lío, pero si nos metemos en el contexto del evangelio de hoy, para mí que van por ahí los tiros. Lo menos importante es si Jesús se sabe o no el “catecismo”; lo que realmente importa es pillarle en un “renuncio”. De hecho en los paralelos de Mateo (22,34) y Lucas (10,25), se indica claramente que esta pregunta del letrado es “para ponerlo a prueba”.
Situémonos en el contexto del evangelio de Marcos: Estamos en Jerusalén. Se acabaron las muchedumbres, los aplausos, los éxitos y las mieles del ministerio en Galilea. Jesús ha anunciado su pasión tres veces y, aún así, los discípulos siguen pensando en un mesianismo de éxito (Cf. Mc. 10,35ss). Recordamos los pasajes del evangelio de la liturgia de ayer y antes de ayer, y nos encontramos a Jesús en Jerusalén en un ambiente hostil. Este Jesús que ha echado a los mercaderes del templo pone en peligro las tradiciones de Israel. Algunos le han aclamado y vitoreado en su entrada en la ciudad. Se hace necesario hacer una batería de “preguntas trampa” donde lo que menos importa es si “lo sabe, o no lo sabe”, sino dejar claro que “por la boca muere el pez”…
…”¿Es lícito pagar el impuesto al césar o no?” (Mc 12, 14)… De los siete hermanos que se casaron con la viuda sin dejarle descendencia; cuando resuciten “¿de quién de ellos será mujer?” (Mc 12,23). Y aunque no lo recoge la perícopa litúrgica, si empezamos a leer en el versículo 28a, se indica que el letrado en cuestión hace la pregunta “viendo que les había contestado bien”. Marcos es mucho más benevolente que los otros sinópticos, pero es fácil intuir la intención del letrado: “De esta sí que no te escapas”.
Porque detrás de las preguntas anteriores está la cuestión del mandamiento principal: “Amar a Dios y al prójimo”. En la cuestión del tributo al César, la pregunta trampa está en que, en definitiva, aman a dios sobre todas las cosas, pero al dios dinero. César será un tirano, pero la moneda del césar es otra cosa. ¡Americanos imperialistas!, dicen algunos, pero a los dólares no le hace asco nadie.
Y en la cuestión del prójimo, si nos vamos al paralelo de Lucas, el letrado le hace directamente la réplica: “¿Y quién es mi prójimo?” (Lc 10,29). Los que le preguntaron de forma casi jocosa sobre de quién sería mujer en la resurrección la viuda reiteradamente casada, eran incapaces de ver que la llamada “ley del levirato” era, ante todo y dentro de un contexto social y cultural, una expresión concreta de amor al prójimo, una forma de hacer efectivo el amor de Dios “que hace justicia al huérfano y a la viuda” (Dt 10,18).
Responder desde el catecismo que el primer mandamiento es “amar a Dios con todo el corazón… y al prójimo como a uno mismo”, es fácil. Llenarlo de contenido ya es otra cosa…
Pero es que, además, la paradoja está en que si hay algo que no se puede “mandar” es “amar”. Para pagar tributos basta hacer un decreto, y si no se cumple hay que atenerse a las consecuencias. Pueden dictarse leyes acordes a un tipo de cultura y sociedad como lo fue la “ley del levirato”, que aunque a regañadientes —recordad el caso de Tamar, en Gn 38— hay que cumplir. Pero “AMAR”, ¿quién puede mandar amar? Se podrá mandar respetar, tolerar, soportar, aguantar, sobrellevar, admirar. En el caso de Dios, venerar, adorar, postrarse… pero, ¡amar! ¿cómo puede ser un mandato? (Sería interesante leer los puntos 16–18 de la encíclica “Deus caritas est” de Benedicto XVI).
Supongamos una legislación que trate de humanizar, por ejemplo, las residencias de ancianos y que imponga una norma por la cual al acostar al ancianito es de obligado cumplimiento darle un besito en la frente. Siempre se sabrá qué beso brota de la norma y cuál del corazón. Benedicto XVI en “Deus caritas est” nos recuerda: “El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor.”
Pero, ¿en qué consiste el amor?
Volviendo al evangelio de hoy. Cualquiera que venga un domingo a mi parroquia, podrá comprobar que si hacemos a los niños la pregunta: ¿qué mandamiento es el primero de todos?, oirán una respuesta unánime: ¡¡ESCUCHA!!. Sí, este es el primer mandamiento: Escuchar, no solo con el oído, sino con “todo tu corazón”, “con toda tu alma”, “con toda tu mente”, “con todo tu ser”. Escuchar a Dios en la historia es poder vivirla como un encuentro y experiencia de amor. La respuesta “sensata” del letrado no fue saberse la teoría sino pararse a escuchar y rendirse ante aquel que, lejos de juzgar lo que en principio pudo ser una pregunta capciosa —en definitiva, tentar a Dios— escuchó la respuesta misericordiosa: “no estás lejos del Reino de Dios.”
“En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
“La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm. 5,8).
El cardenal Bergoglio, hoy papa Francisco, inventó un vocablo que aunque no esté en el diccionario vale la pena “escuchar”: ¡Déjate “misericordear”! Pues, eso; déjate misericordear y ponte en actitud de escucha para que puedas oír en tu vida la “buena noticia del día”: No estás lejos del Reino de Dios. Pero… ¿lo sabes,… no lo sabes?…
Pablo Morata