Victoria Serrano«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos”». (Jn 15, 1-8)
Hoy Jesús de nuevo nos muestra su gran amor hacia nosotros. Si ayer a todo un Dios se le conmovían las entrañas al ver a la muchedumbre que deambulaba como ovejas sin pastor, hoy sigue manifestando sus desvelos paternales para que sus hijos alcancemos la verdadera felicidad; que no es otra que estar junto a Él, sentirle tan cerca que nuestro corazón bombee al ritmo de su latido. ¡Esa sí que es vida gozosa!
Cuando leo este pasaje y lo interiorizo no puedo evitar el imaginarme abucheando al demonio y a su subrepticia estrategia de susurrarme a todo momento que Dios no me ama. ¡Que no me ama! Mira, mira como sí; y te lo voy a refutar con argumentos.
La fe tiene que ser probada para que pueda anclarse en la certeza de que Dios es mi Padre, aun cuando asoma la tempestad ¡Como si no vería que siempre es providente! Por eso a veces soy podada; se me cortan las ramas secas, el follaje que ya amarillea, para que recupere la savia espiritual que recorre mi anatomía vegetal, y así dar más fruto, que es de lo que se trata. (Porque si el grano no muere…).
Pero la poda siempre es con misericordia, no de acuerdo a mis pecados ni a mis faltas, sino con el objetivo claro de buscar mi redención y mi bien. Por eso el sufrimiento tiene un sentido salvífico, nunca hostigador. Y este es el rostro de Dios que nos descubre Jesús, el de un Padre empeñado en reunir junto a Él a todos sus hijos; el de un Jardinero fiel que corta malezas y malas hierbas para que la semilla germine, crezca y se extienda hasta el cielo.
Si una cosa es clara es que de este pequeño sarmiento, tan débil, delgado y flexible, solo pueden brotar hojas y racimos si está injertado a la Vid. De ninguna otra manera podría prosperar la vida, porque no la poseería.
De nuevo se resalta el perseverar: “El que permanece en mí, ese da fruto… el que no permanece en mí lo tiran fuera”. Persistir, permanecer firmes en la fe pese a las pruebas, a las asechanzas del demonio, arraigados en la Vid en los momentos de debilidad y de fatiga, porque el nexo es tan fuerte entre el sarmiento y la cepa que ¿quién nos separará? –y de eso sabe bien San Pablo- ¿la angustia? ¿El hambre? ¿La desnudez? … Con el Espíritu Santo que se nos ofrece lo podemos todo. “Lo que tú quieras, pero contigo”, le digo hoy a Jesús. Porque sé que sin el tronco, el esqueje no puede florecer.