«El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que habla llegado primero al sepulcro; vio y creyó». (Jn 20,2-8)
Como era previsible, pasó el día 21 y, aunque algunos agoreros visionarios que se habrán “forrao” a costa de sus “previsiones” que nos alarmaron con el “fin del mundo”, llegó el día 22 y, como era previsible, tampoco nos tocó la lotería, aunque una especie de “gurú” calvo llevaba desde el verano vaticinando la “previsión” por toda la geografía del país a modo de “anzuelo-corazonada”: ¿y si cae aquí?
Como era previsible han llegado las fechas entrañables de la Navidad, y como también era previsible aquellos cuyo “dios” es el dinero han podido comprobar que su dios este año se ha quedado sin nacer y ha sido una navidad de recortes. Y para aquellos, seguramente los más pobres y humildes como los pastores de Belén que han acogido y creído el anuncio del ángel Gabriel como lo acogió y creyó la Humilde de Nazaret, han sido unas fechas que culminan la esperanza gestada en el Adviento.
Porque si no hubiese sucedido lo auténticamente “imprevisible”, la vida no dejaría de ser una rutinaria serie de imprevisibles previsiones.
Pero sucedió lo imprevisible. Y sucedió el primer día de la semana. Tres días después de que los “creyentes” del pueblo de Israel llenasen las calles y plazas de Jerusalén de luces, palmas, ramos… deseándose albricias tales como “Feliz Pascua”; “Shalom contigo”, con el precio del cordero pascual por las nubes, pero en fin; un día es un día. Tan preocupados, porque aquel sábado era un día muy solemne (Jn. 19, 31), de tantas cosas accidentales, que acabaron rechazando precisamente aquello que decían celebrar.
Nadie podía prever encontrar la tumba vacía. Magdalena lo interpreta como un robo y va a comunicarlo a los apóstoles. Probablemente solo encontrase a Pedro y Juan. Los demás habían huido. Juan, el discípulo amado, el único que permanece al pie de la cruz. Y Pedro, cobarde y apóstata como lo había previsto el Maestro, al que el canto del gallo movió al arrepentimiento. Un corazón contrito y humillado, tú no lo desprecias, Señor. Y fue gracias a este acto de desconsuelo por lo que obtuvo el consuelo de llegar a ser el primer testigo de los imprevisto.
Y tras la carrera en la que, como Fernando Alonso y Vettel, no siempre el mejor es el primero, ahora hay que interpretar el acontecimiento: El “discípulo amado” llega primero, pero no entra. Pedro ve lo acontecido pero sigue en la perplejidad. Juan entró, vio y creyó.
Jesús ya había anunciado reiteradas veces que el Hijo del Hombre habría de padecer, ser rechazado y resucitar al tercer día. Pero las mismas reiteradas veces no captaron el mensaje, pues el mismo Juan reconoce un versículo después del texto de hoy que “hasta entonces no habían comprendido que, según la Escritura, Jesús había de resucitar de entre los muertos.” (Jn. 20,9)
Nadie como la pluma del evangelista Juan ha escudriñado el Misterio de la Palabra hecha Carne con tanta profundidad. La vida, tu vida y la mía es una carrera, a veces demasiado rápida, hacia una tumba. Pero como Pedro y Juan podemos encontrarnos con lo “impredecible”, que la “meta” no es el final, sino el principio. Pedro recibió el primer puesto y las llaves del Reino de los Cielos. Juan recibió como premio el Espíritu de Inteligencia y el perfecto conocimiento del Misterio de Dios en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. (Cf. Col 2,3)
Los dos en el “pódium” nos están salpicando de Champagne, porque gracias al imprevisible “final-principio” de esta carrera, tiene sentido que nos deseemos alegría y felicidad en estas fechas. Brindo por todos vosotros:
Feliz Navidad y muy próspero año 2013.
Pablo Morata
1 comentario
Mi felicitación por estas palabras y otras que nos dedicas cada domingo.
Me parece muy buena tu meditación y creo que abra mucha gente que opine lo mismo que yo,
creo que ya nos felicitamos las navidades ahora solo me queda desearte
Feliz año no vemos en la parroquia.
Gracias Pablo