«En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?”. Jesús les dijo: “«¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”». (Mt 9,14-17)
¿Se ayuna en una boda? ¿Ayuna la esposa cuando se encuentra con el esposo? “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”. Solo los fariseos pueden ayunar delante del Novio, porque no le reconocen, porque no le necesitan, porque piensan salvarse por sus propias fuerzas y méritos; por eso juzgan a los pobres y pecadores que se alegran como niños ante la presencia del Esposo. Llegará el día en que ellos ayunarán: “Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán”. La esposa ayuna cuando sale en busca del esposo y no le encuentra. Entonces no le importa ayunar con tal de encontrar de nuevo al Esposo. Esto solo se entiende desde el amor, no desde la ley y el orgullo.
Cristo todo lo hace nuevo. Nuestro corazón viejo, soberbio y orgulloso, duro como una piedra de tanto juzgar al prójimo lo hace nuevo. Nuevo para amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos. Nuevo para alegrarnos con el Esposo, nuevo para amar. El vino nuevo del Reino de los Cielos ha sido derramado sobre nuestros corazones nuevos por pura gracia de Cristo nuestro Señor. Alegrémonos pues, y ayunemos también cuando Cristo, nuestro Esposo, Señor de la historia así nos lo conceda.
Javier Alba