En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca.
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.»
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.»
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»
Ellos contestaron: «Doce.»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?»
Le respondieron: «Siete.»
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?» (San Marcos 8, 14-21).
COMENTARIO
El evangelio que hoy proclama la Iglesia en la Eucaristía no es de los fáciles de asimilar, si no lo ponemos en contexto. Durante todos estos días de atrás los evangelios nos han mostrado, cómo Jesús ha realizado —acompañado de sus discípulos— unos milagros muy concretos, en especial la curación de un sordo y de un ciego en Betsaida —acontecimiento mesiánico para el profeta Isaías— y la multiplicación de los panes y los peces. El evangelista —haciendo una analogía con la levadura— narra cómo Jesús advierte a sus discípulos sobre el peligro que implica «comulgar» con las ideas de los fariseos y de Herodes, y resalta en varias preguntas puestas en boca de Jesús, la poca comprensión que los discípulos tienen sobre el «hacer» de Dios. Esto lo había comentado el evangelista ya en la multiplicación de los panes, donde declaraba sobre los discípulos que su «mente estaba embotada»; ahora vuelve a poner de relieve el «despiste» de aquellos hombres, al preguntarles: «¿Aún no entendéis ni comprendéis?» Sabemos que el Señor realiza milagros, para captar la atención ante el pueblo al potenciar con ellos su mensaje y su autoridad; pero, en el caso de los discípulos, los utiliza también con un fin catequético, preparándolos para lo que vendrá más adelante. Toda esta enseñanza, que Cristo transmite a sus elegidos, se verá culminada en el escrutinio que Jesús les hará en Cesárea de Filipo, alrededor de la pregunta: ¿quién decís que soy yo?, como preparación de un escrutinio mucho mayor: la Pasión y muerte de su maestro.
El evangelio, sencillamente nos muestra el típico «diálogo de besugos» ,que incluso provoca una discusión. El Señor —al menos a mí—, me hace ver lo «corto de miras» que soy. Está haciendo milagros en mi vida, me muestra acontecimientos impresionantes y yo, me lío con las pequeñeces que me entorpecen el día a día. Se me olvida la gran verdad que Qohélet experimenta a lo largo de su vida y que describe con todo detalle en su libro sobre lo que para él es, verdaderamente, la vida terrestre y sus preocupaciones: «vanidad de vanidades». El Señor acontece en nuestra vida; nos ha llamado; hemos sido elegidos, ungidos y sellados en el Bautismo para una misión importantísima, mientras que peregrinamos aquí en la tierra, pero que tiene un fin claro: vivir eternamente en la Jerusalén del cielo. Por eso, esta pregunta viene a hurgar en nuestro corazón, en nuestras intenciones profundas, en nuestra superficialidad espiritual: «¿y no acabas de comprender? Y ¿Por qué no comprendemos?: por la levadura de la política y una religión contaminada; por la levadura del «mundanismo» que el enemigo introduce en nuestros pensamientos, en nuestra forma de vivir y se diluye —como la levadura desaparece entre la harina— sin que lo notemos, pero que posteriormente nos «hincha» de soberbia como ocurrió en el «principio». El Señor nos pide que contemplemos su obra redentora: su encarnación, su vaciamiento, su donación en la cruz y nuestro rescate, frente a nuestros problemas temporales, porque estamos llamados a ser Sacramento de Salvación en esta generación o ¿aún no entendéis ni comprendéis?