Los adelantos técnicos de que gozamos hoy en día deben ser útiles para el hombre en su integridad, es decir, para el cuerpo y el espíritu. Aparentemente algunos de ellos van dirigidos al bienestar o a la salud del cuerpo; otros en cambio son específicamente para nuestro intelecto.
Pero en cierta medida todos pueden y deben redundar en provecho de nuestro espíritu.
Un remedio o medicamento sanará nuestro cuerpo, y debemos volver nuestra mirada agradecida a Dios que puso en el hombre el poder de investigar la materia y descubrir sus cualidades y propiedades. Los ordenadores facilitarán nuestras tareas y también este avance técnico debe servirnos para nuestra acción de gracias a Dios.
Todo buen remedio debe administrarse en dosis tanto más reducidas cuanto más potente sea su efecto. Algo parecido sucede con la Biblia, desglosada en capítulos y versículos por Roberto Stephano, allá en el siglo XVI. Es admirable que el criterio de dosis idónea también se verifique en el terreno bíblico.
Las posibilidades de la informática son tan extraordinarias que nos permiten en breves minutos ubicar el versículo más corto del Nuevo Testamento
En la versión española de Nácar-Colunga obtuve el siguiente pasaje: “Lloró Jesús” (Jn 11,35). Estas dos únicas palabras son de tal densidad que ciertamente Stephano acertó al asignarlas un único versículo.
“Lloró Jesús”, ¿no es una prueba palpable de la humanidad de Cristo?: enteramente semejante a nosotros en todo menos en el pecado y, por tanto, sujeto a los mismos sentimientos de dolor, tristeza, amor y solidaridad con el sufrimiento ajeno. Esas lágrimas de Jesús ¡le hacen tan cercano a nosotros!
Sólo dos palabras, pero cuántas horas de meditación y oración agradecida conllevan. Son como las fórmulas que encontramos en un libro de Física. Vemos expresiones simples como E=m.c_, o bien F=m.a. El profano apenas identificará cada letra con una magnitud física como la masa, la energía o la fuerza. En cambio, para el experto, el que sabe bucear en las profundas aguas del conocimiento, tales expresiones encierran magníficas realidades pese a su pequeñez.
Y de modo semejante ocurre con las realidades cotidianas. En un primer momento pueden parecer simple rutina, hechos intrascendentes, pero para aquel que sabe rasgar las apariencias de cosas, personas y acontecimientos, cada uno de sus actos posee trascendencia de eternidad. Basta llenarlos de contenido mediante el amor.